LAS PUERTAS DE LA VIDA volver al menú
 

      Homilía de Michel Quoist, pronunciada por televisión, con motivo de la Jornada mundial de oración por las vocaciones.

     Amigos míos, ¿quién de vosotros se ha dado la vida a sí mismo? Nadie. La vida la hemos recibido y la recibimos cada día de los otros, del universo y de Dios.
     ¿Y quién de vosotros permanecería indiferente y pasivo si hoy algo o alguien tratara de poner en grave peligro esta vida? Nadie. Tenemos en el corazón un hambre misteriosa que nos atenaza, hambre de una vida sin límite de felicidad y sin límite de tiempo. ¿Quién saciará este hambre?
     «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» acaba de recordarnos Jesús hoy en su evangelio. «Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará.»
     Amigos míos, cuando a lo largo de la vida, nos dirigimos a esos hombres amados o despreciados, admirados o criticados, que son los sacerdotes, ¿no es debido a que sentimos confusamente que ellos son las «puertas» que Jesús ha querido darnos en su iglesia para ofrecernos su vida?
     Reflexionemos juntos sobre esto, con motivo de la jornada mundial de oración por las vocaciones.

BUSCADORES DE VIDA

     Novios, cuando vais en busca de un sacerdote y le decís: «Si no pasamos por la iglesia, es como si no estuviésemos casados», es que deseáis que en lo profundo de vuestro amor un amor infinito selle para siempre vuestra unión. Queréis que Dios tome parte, que se comprometa con vosotros de la misma manera que se ha comprometido con su pueblo, la Iglesia. Y presentís que el sacerdote es el testigo y el signo de ese compromiso.
     Padres, cuando presentáis a vuestro pequeñín al sacerdote para que sea bautizado y sólo sabéis murmurar «es que... si le sucediese algo...», lo que queréis en realidad es que ese hijo pueda vivir más allá de su vida. Y también porque sabéis que sólo habéis sido intermediarios, responsables y libres ciertamente, pero servidores de una vida de la que vosotros no sois el primer manantial. Estáis reconociendo al autor de la vida: que vuestro hijo, Padre, sea tu hijo en la comunidad de la Iglesia. Y en nombre de Jesucristo el sacerdote le abre la puerta de esta Iglesia.
     Y vosotros que, llenos de tristeza, decís que no queréis que vuestros padres sean «enterrados como perros», venís a pedir a los sacerdotes que cuando menos sean ante vosotros, frente a vuestro sufrimiento, los testigos de la victoria de Cristo sobre la muerte.
     En fin, todos vosotros, que buscáis confusamente un «sentido profundo» a toda vuestra vida, incluidas vuestras luchas por un mundo mejor, al reclamar que el sacerdote esté cerca de vosotros, participando de vuestras preocupaciones, estáis presintiendo que él puede ayudaros a descubrir ese sentido último de vuestra vida. Porque ¿cómo vivir, si no se sabe por qué se vive?
     Amigos míos, para nacer, para amar, para vivir, para luchar, para morir, necesitamos de Dios. Nuestro Dios no es un Dios que se impone por el poder y la fuerza. Es un Dios discreto que propone. Ha venido junto al hombre en su hijo Jesucristo no entre truenos y relámpagos, sino en el silencio y la noche.
     Jesús ha querido que, en su Iglesia, el sacerdote sea el signo y el humilde servidor de ese don de Dios. Anuncia la buena nueva de la vida y del amor. Libera al hombre, le da la vida de Cristo. No es propietario de esa vida, sino servidor.
     Así, mi imagen y mis palabras llegan a los telespectadores, porque unos hombres están presentes y disponibles para acogerlas y transmitirlas.

HOMBRES Y NO ÁNGELES

     Puede que algunos digan: los técnicos son fieles, nos dan tus palabras. Pero los sacerdotes a veces deforman el rostro y la Palabra de Dios. Es verdad, pero dejemos de soñar en un sacerdote ideal.
     Un sacerdote con aureola y alas de arcángel. Y tanto más cuanto algunos quisieran que nosotros tuviéramos alas a la     derecha, otros alas a la izquierda, otros alas en el centro, cuando no alas en la cabeza para subir directamente hacia el cielo. Pero nosotros no tenemos alas. Somos hombres. Si nos encontráis pobres en ciencia o pobres en amor, en vez de criticar, ayudadnos y rezad para que seamos mejores. ¿Por qué no lo íbamos a pedir, cuando Jesucristo mismo imploró para él la oración de sus apóstoles? Y no temáis, cualesquiera que sean las limitaciones y las debilidades de vuestros sacerdotes, la imagen de Jesucristo y su voz llegarán siempre ante la pantalla de vuestras vidas, porque Cristo ha dado a su Iglesia una «garantía total». ¡Nunca habrá avería!

NO HAY IGLESIA SIN SACERDOTES

     Pero la Iglesia no es un aparato de televisión por muy bello y fiel que sea. La Iglesia es el pueblo de los creyentes reunidos. El pueblo de los que viven de Cristo, todos juntos, cristianos y sacerdotes, responsables de la vida que debemos transmitir al mundo. Así como es verdad que no hay sacerdotes sin comunidad, también lo es que no puede haber Iglesia sin sacerdotes.
     Necesitamos, amigos míos, hombres, testigos del amor gratuito de Jesucristo hacia su pueblo.
     Necesitamos voces que nos interpelen, ecos débiles a veces, pero a pesar de todo ecos de la Palabra que nos ha sido dada por Dios en Jesucristo.
     Necesitamos hombres que se ofrezcan completamente para perpetuar el enraizamiento histórico de la Iglesia fundada por Jesucristo.
     Necesitamos convocadores que susciten y autentifiquen las comunidades que fundamos juntos y que fundaremos en los barrios, las escuelas, las fábricas, los diversos ambientes.
     Necesitamos hombres libres para el servicio de la vida, hombres que hagan presente el sacrificio de Jesús, fuente de vida inagotable que brota en el corazón del mundo para la salvación del mundo.

SACERDOTES... ¿POR QUÉ NO?

     Hace dos mil años Jesús pidió ese servicio a unos pescadores, a un inspector de hacienda, a otros más. Lo dejaron todo para seguirle. Hoy continúa pidiendo por medio de su Iglesia los mismos servicios a hombres concretos. ¿Por qué no va a tener respuesta? ¿por qué, vosotros, jóvenes, no vais a contestarle? ¿porque es demasiado duro? ¿porque hay inseguridad en la Iglesia y en el mundo de hoy? Por favor, un poco más de seriedad.
     El que se casa hoy con una hermosa muchacha, ¿creéis que conoce la cara que tendrá su mujer dentro de veinte años? El que estudia hoy medicina, ¿creéis que sabe la clase de medicina que necesitarán los hombres dentro de veinte años? El que sale para dar la vuelta al mundo en un barco de vela, ¿creéis que conoce el sol o las tormentas que le aguardan?

REFLEXIONAR SÍ, ESCURRIR EL BULTO NO

     Realmente tenemos el derecho y el deber de reflexionar, de prever, pero no de escudarnos tras nuestras prudentes reflexiones para no lanzarnos mar adentro.
     Hay que soltar amarras en la barca de la Iglesia, y si algunos se acercan para incordiar, alegando que la quilla o el mástil del navío no son «corno antes», si otros se quejan de que a bordo se discute demasiado sobre la mejor ruta a elegir, que vuelvan la cabeza e icen las velas. ¿A dónde les llevará el viento? No lo sé. No soy el viento. Es el Espíritu, del que nos dice la Escritura que sopla donde quiere. Lo que sí sé, lo que sí creo con todas mis fuerzas, es que si no abandonan el navío, si permanecen a bordo, si todos permanecemos, indefectiblemente juntos, llegaremos al puerto, porque Jesús ha embarcado con nosotros.

Michel Quoist


164 Dirigimos una mirada llena de afecto y plena esperanza hacia la juventud cristiana. En muchas regioneslos apóstoles, desfallecidos por la fatiga, con vivísimo deseo esperan quienes les sustituyan. Tenemos firme confianza en que la juventud de nuestro siglo no será menos generosa en responder al llamamiento del Maestro que la de los tiempos pasados. Las familias cristianas valoren bien su responsabilidad y entreguen sus hijos con alegría y gratitud para el servicio de la Iglesia. — JUAN XXII