HOMBRE DE GRAN CORAZÓN volver al menú
 



TENGO QUE CONTAROS HOY, PARA QUE TENGÁIS PACIENCIA EN ESPERARME, UN RASGO ENCANTADOR DE LA BONDAD DE PÍO IX. / HABÍA HECHO QUE NOS DIJERAN YA VARIAS VECES QUE ESTABA MUY SATISFECHO DEL SERVICIO DE LOS TAQUÍGRAFOS DEL CONCILIO. PERO QUISO, ANTES DE LAS VACACIONES, DECÍRNOSLO ÉL MISMO. / NOS CITÓ EN EL VATICANO ANTEAYER TARDE A LAS SEIS, EN SU ENCANTADORA BIBLIOTECA PRIVADA. NOS RECIBIÓ ALLÍ CON EL SECRETARIO Y SUBSECRETARIO DEL CONCILIO. / HABÍA HECHO PREPARAR UNA FIESTECITA FAMILIAR. QUERÍA PASAR SU RECREO CON NOSOTROS. / CUANDO HUBIMOS BESADO SU MANO, NOS DIJO: «TENÉIS MUCHO TRABAJO ESTOS DÍAS; HE QUERIDO PROCURAROS UNA HORA DE RECREO». / SE INFORMÓ DE QUÉ NACIÓN ÉRAMOS; DIJO UNA PALABRA AMABLE A CADA UNO; DESPUÉS NOS ENSEÑÓ ALGUNOS REGALOS QUE LE HABÍAN HECHO Y QUE ADORNABAN SU BIBLIOTECA. / AL CABO DE UN RATO, HIZO TRAER UNOS REFRESCOS (DE LOS QUE ÉL TAMBIÉN TOMÓ). SE NOS SIRVIÓ SORBETES, HELADOS, PASTELES Y BOMBONES. / HABÍA HECHO VENIR, ADEMÁS DE LOS TAQUÍGRAFOS, A DOS SEMINARISTAS DEL CAPRÁNICA, SOBRINOS SUYOS. / NOS DIJO ENTONCES QUE QUERÍA HACERNOS TOMAR PARTE EN UNA PEQUEÑA LOTERÍA. LOS LOTES ESTABAN DISPUESTOS SOBRE UNA MESA Y NUMERADOS. ERAN BREVIARIOS, MISALES Y ALGUNOS OTROS VOLÚMENES. HABÍA PARA TODOS. / DIO A SUS SOBRINOS DOS BONITAS BOLSAS QUE CONTENÍAN LOS NÚMEROS, DICIÉNDOLES QUE SERÍAN PARA ELLOS CUANDO ESTUVIERAN VACÍAS. / TOMAMOS CADA UNO UN NÚMERO Y EL SANTO PADRE NOS DABA, ÉL MISMO, EL OBJETO QUE NOS CORRESPONDÍA, ALEGRANDO LA REUNIÓN, CON LOS RASGOS DE INGENIO QUE SON HABITUALES EN ÉL. / A MÍ ME TOCÓ UN BREVIARIO EN CUATRO TOMOS. / DESPUÉS DE ESTO, EL SANTO PADRE NOS ENSEÑÓ DE NUEVO ALGUNOS BONITOS OBJETOS QUE ADORNABAN SU BIBLIOTECA. NOS MOSTRÓ UN GRABADO QUE REPRESENTABA LA BARCA DE PEDRO EN MEDIO DE OLAS AGITADAS, Y NOS DIJO: «HACE VIENTO, Y LA SITUACIÓN NO SERÍA SEGURA SI EL AMO DE LA CASA SE FUERA, PERO ÉL ESTÁ AHÍ». / FINALMENTE NOS DESPIDIÓ. HABÍAMOS PASADO MÁS DE TRES CUARTOS DE HORA CON ÉL. NOS BENDIJO A NOSOTROS Y A NUESTRAS FAMILIAS. REGRESAMOS ENCANTADOS.


      El texto anterior —fragmento de una carta a sus padres— está tomado de «Diario del Concilio Vaticano I» escrito por uno de los taquígrafos de aquel concilio, un joven francés de 27 años que, tras doctorarse en derecho civil por la Sorbona, fue a estudiar teología a Roma, siendo ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1868.
      No es que publicase él un libro titulado así.
      Léon Dehon a lo largo de su larga vida escribió un diario de sus andanzas día a día, cuaderno tras cuaderno. Primero los «cahiers gris» (45, con un total de 7.022 páginas), después los «cahiers noirs» (15, con 2.750 páginas).
      V. Carbone, pocos meses antes del Vaticano II, creyó provechoso espigar de aquel diario lo que el joven taquígrafo del Vaticano I, Léon Dehon, había escrito. Y así es como apareció en 1962 el volumen en cuestión.
      Yo lo leí entonces para ambientarme en concilio. Y recuerdo que entre otros anoté el texto de la portada, impresionado por la humanidad del anciano Pío IX.
      No olvidé el nombre del joven Léon, pero casi. Lo cual es explicable: me interesaba el concilio, no el taquígrafo conciliar.

      Años más tarde, un buen día asomó por mi habitación un estudiante de teología, alto como un chopo. No recuerdo ahora con qué motivo. Sus visitas fueron repitiéndose.
      No sé si le hice algún bien, pero sí sé el que él me hizo: intelectualmente, al actualizarme las coordenadas de los estudios teológicos, y espiritualmente al acompañarle afectivamente en su camino hacia el sacerdocio. Asistí, claro está, a la multitudinaria ordenación sacerdotal de aquel hijo del Padre Dehon.
      Desde entonces los Reparadores fueron entrando en mi vida.

      Ahora cuando viajo voy a sus casas como a mi casa.
      En 1977, exactamente la noche del 28 al 29 de julio, me hospedé en Bruselas en la residencia donde el 12 de agosto de 1925 falleció el fundador.
      La casa tiene ahora sabor misionero: allí recalan los Reparadores que trabajan en misiones cuando vienen a Europa.

      Sin embargo, pese a mi creciente amistad con los Reparadores nunca había caído en mis manos la vida del P. Dehon. Ni yo la pedí, ni ellos me la ofrecieron.
      He de confesar en honor a la verdad que tampoco yo, que con mucha frecuencia recomiendo libros y hasta los presto, he dado a conocer la vida de Manuel Domingo y Sol, el fundador del Instituto al que pertenezco.
      ¿Por qué?
      Creo que habría que estudiar en la actual crisis de vocaciones este fenómeno inexplicable de timidez o de inconsecuencia. Porque ¿qué hijo bien nacido no habla de su familia, de sus padres concretamente, a los amigos?

      Un mexicano, el P. Xavier, me pidió en octubre de 1978, cuando me despedía de él en el aeropuerto azteca, que le enviase vidas de santos «porque estoy cansado de teorías y me he dado cuenta que Dios sigue hablando a través de las vidas de los hombres de Dios».
      Desde entonces periódicamente salen para México vidas de santos (santos del santoral y santos familiares) que como es natural antes leo yo.

      Así es como acabo de revivir la vida del P. Léon Dehon.
      No, no voy a resumirla aquí. Una vida humana no es resumible, como tampoco lo es el argumento de la Ilíada o la novena sinfonía de Beethoven.
      Sólo intento aportar 4 observaciones (cuatro microbios de vocación) que he ido anotando mientras leía la vida del fundador de los Sacerdotes del Corazón de Jesús (Padres Reparadores).


      1. Hace años, más por intuición que por experiencia, escribí: «La vocación es como un itinerario con señales de pista. Cada señal lleva a la señal siguiente, sin saber el término definitivo. Más que un conocimiento del futuro es una correspondencia amorosa».
      No sé qué musa me inspiraría aquel día. Porque no anduve nada desacertado.
      En cambio muy poco acertados andan quienes para descubrir su vocación esperan una llamada telefónica de Dios. O, lo que es mucho peor, la miden a través de la tan cacareada «auto-realización», insistiendo más en el «auto» que en la realidad del cuerpo de Cristo.
      Dehon, doctor en derecho civil, doctor en filosofía, doctor en teología, doctor en derecho canónico, tras madura y prolongada reflexión decide ingresar en un instituto religioso donde poder dedicarse plenamente a su anhelado apostolado intelectual.
      Pues... ni ingresa en tal instituto religioso ni se dedica nunca al soñado apostolado intelectual: Dios le habla —como habla siempre— no a través de sus pequeñas ilusiones sino a través de las necesidades de la Iglesia. Porque las necesidades de la Iglesia son vocación, la nuestra.

      2. «Per crucem ad lucem» (vamos a la luz a través de la cruz), dice un proverbio cristiano.
      Proverbio sin excepciones. Aquí la excepción no confirma la regla, porque esta regla no tiene excepción.
      En la vida del P. Dehon la cruz estará siempre presente. Y bajo diversos colores y formas.
      Mons. Thibaudier, su obispo, le escribió un día esta breve carta:

      «Ánimo, mi querido amigo, no se funda una obra como la vuestra caminando sobre alfombras de rosas sin espinas. Habéis cogido este año unas flores magníficas: yo me asombraba de que Dios os las diera gratuitamente. Veo que os las ha hecho pagar... ¡No demasiado caras, sin embargo! Lo importante no es que la mano del jardinero esté sin arañazos, sino que el jardín esté bien cultivado. Bendigo al jardinero y a su jardín afectuosamente, en el Dueño común suyo y mío».

      Esta carta da que pensar.
      Quizás algún día la incluya en una colección de postales vocacionales que vengo editando desde hace tiempo.
      Porque al ser la vocación una semilla «si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante».
      No podemos prometer el oro y el moro a quien se nos acerca buscando el camino de Jesús. Hemos de decirle la verdad, sola y toda. La cruz que lleva a la luz.
      «Haz, Señor, que un hombre sea santo y grande, y dale una noche profunda, infinita, así irá más lejos de lo que nunca ha ido» (Rilke).

      3. Si es verdad que «los cristianos siempre han sido grandes viajeros», gran cristiano fue el P. Dehon.
      Ya a los 21 años emprende, con su amigo Palustre, un largo viaje que dura casi un año: Suiza, Italia, Grecia, Egipto, Palestina, Hungría, Austria...
      Más tarde hasta escribe un libro titulado «Mil leguas por América del Sur», tras visitar a sus misioneros latinoamericanos.
      Y de agosto de 1910 a marzo de 1911 da la vuelta al mundo: Estados Unidos, Canadá, Corea, China, Java, India, Palestina de nuevo...
      Fue un francés universal, católico.
      En un momento en que en ciertas latitudes aumenta la miopía indigenista, por no decir racista, los católicos —los universales— hemos de desarrollar el horizonte sin horizontes. «Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad» (Mc 16, 15).
      «Os aseguro: no hay ninguno que haya dejado patria o mujer, o hermanos, o padres, o hijos, por el reinado de Dios que no reciba en este tiempo mucho más y en la edad futura vida eterna» (Lc 18, 29).


      4. Los cristianos son hombres de gran corazón.
      Al P. Dehon los suyos le llamaban el «Très bon Pére» (muy buen padre). Y lo era.
      El 11 de agosto de 1925, víspera de su muerte, cuando ya le fallaban las fuerzas, con un gesto de la mano indicó al hermano enfermero, que le atendía cariñosamente, un cajón del escritorio.
      El hermano, que acababa de perder a su padre, lo abre y coge un rosario.
      El P. Dehon bendice el rosario y se lo ofrece con una sonrisa: «No se lo digas a nadie: dentro de poco iré al cielo y saludaré a tu padre».

      Jorge Sans Vila


162 Dirigimos una mirada llena de afecto y plena esperanza hacia la juventud cristiana. En muchas regiones los apóstoles, desfallecidos por la fatiga, con vivísimo deseo esperan quienes les sustituyan. Tenemos firme confianza en que la a juventud de nuestro siglo no será menos generosa en responder al llamamiento del Maestro que la de los tiempos pasados. Las familias cristianas valoren bien su responsabilidad y entreguen sus hijos con alegría y gratitud para el servicio de la Iglesia. — JUAN XXIII