3 ORACIONES A NUESTRA SEÑORA volver al menú
 


A NUESTRA SEÑORA DE LA RECONCILIACIÓN

Nuestra Señora de la Reconciliación:
Virgen de la fidelidad y del servicio,
de la pobreza y del silencio,
de la nueva creación por el Espíritu.
Madre de los que sufren en la soledad
y buscan en la esperanza.
Señora de los que vuelven a la Casa
y descubren al Padre y al hermano.
Virgen de la Amistad y del Amor,
Señora de la Paz y de la Alianza.
Tú nos diste a Jesús, «el Salvador»,
«el que quita el pecado del mundo»
y lo reconcilia con el Padre por su Sangre.
Él que nos dio la Eucaristía
y nos pidió que nos amáramos.

Gracias por ser así:
Tan sencilla y tan buena,
tan honda en la contemplación
y tan abierta a los problemas de los otros,
tan fiel servidora del Señor
y tan cercana a los hombres
que pecamos.

Gracias por habernos recibido.
Por habernos golpeado el corazón
y enseñado la senda del regreso.
Por habernos serenado en el camino.
Por hacernos sentir que somos hijos.
Olvidamos al Padre que nos ama
y nos hemos encerrado ante el dolor,
la pobreza y la injusticia.

Hoy gozamos
en la paz y la alegría del reencuentro.
Hemos vuelto al Señor que nos libera
y hace nuevos.
Saboreamos adentro su Palabra
y comimos en familia
el Pan de la unidad que da la vida.
De allí nace para todos
el Espíritu de Amor que nos faltaba,
y esa sed de justicia verdadera
que es la raíz de la paz
entre los pueblos.
Gracias por todo,
Madre del Camino y la Esperanza.
Gracias por habernos alcanzado
la reconciliación con Dios
y con los hombres en tu Hijo.

Virgen de la Reconciliación:
Muéstranos al Padre cada día
y a Cristo que vive en los hermanos.
Ayúdanos a comprender las exigencias
del Sermón de la Montaña.
Que seamos sal de la tierra,
luz del mundo,
levadura de Dios para la historia.
Enséñanos a vivir sencillamente
la fecundidad de las Bienaventuranzas.
Que seamos pobres y misericordiosos,
limpios de corazón y serenos en la cruz,
hambrientos de justicia y hacedores de la paz.
Que gritemos al mundo
«Dios es nuestro Padre»
y «todo hombre es nuestro hermano».
Que asumamos sus angustias
y esperanzas.
Que enseñemos a los hombres
descreídos y amargados,
que sólo confían en la ciencia
y en las armas,
y viven la explosiva tentación
de la violencia,
que «la paz es posible todavía
porque es posible el amor».

Nuestra Señora de la Reconciliación,
imagen y principio de la Iglesia :
hoy dejamos en tu corazón,
pobre, silencioso y disponible
esta Iglesia peregrina de la Pascua.
Una Iglesia esencialmente misionera
fermento y alma
de la sociedad en que vivimos,
una Iglesia Profética que sea
el anuncio de que el Reino ya ha llegado.
Una Iglesia de auténticos testigos,
insertada en la historia de los hombres
como presencia salvadora del Señor,
y como fuente de Paz,
de Alegría y de Esperanza.
Amén. Que así sea.



A NUESTRA SEÑORA DE LA PASCUA

Señora de la Pascua:
Señora de la Cruz y la Esperanza.
Señora del Viernes y del Domingo,
Señora de la noche y la mañana
Señora de todas las partidas,
porque eres la Señora

Escúchanos:
Hoy queremos decirte:
«muchas gracias».

Muchas gracias, Señora, por tu Fiat:
por tu completa
disponibilidad de «Esclava».
Por tu pobreza y tu silencio.
Por el gozo de tus siete espadas.
Por el dolor de todas tus partidas
que fueron dando la paz
a tantas almas.
Por haberte quedado con nosotros
a pesar del tiempo
y las distancias

Tú conoces el dolor de la partid
porque tu vida fue siempre despedida.
Por eso fuiste
y fue fecunda tu vida.

     Todo fue por «haber creído» (Lc 1, 45). Porque le dijiste al Señor que «Sí», en aquel mediodía de los tiempos (Lc 1, 38). Apenas el Señor bajó a tu pobreza, comenzaron tus partidas. «El ángel se alejó» y Tú te fuiste «sin demora a una montaña de Judá» (Lc 1, 39). Allí hiciste felices a Isabel, tu prima, y al niño que llevaba en sus entrañas. Cumplida tu tarea, regresaste sencillamente a tu casa (Lc 1, 56).
     Otro día (u otra noche, no sé), cuando esperabas en tu silencio de Nazaret, te llegó otra orden de partida: a Belén de Judea, la ciudad de David (Lc 2, 4) porque allí, en la Casa del Pan, había de nacer el Niño (Miq 5, 2). Tu partida costosa fue el preanuncio gozoso de la salvación que ya llegaba en la primera Nochebuena de los siglos.
     Una noche, inesperadamente, el Ángel del Señor le habló a tu esposo. Y «José se levantó, tomó de noche al Niño y a su madre, y se fue a Egipto» (Mt 2, 13-14).
     Fue la tercera vez que pedían tu partida.
     Más tarde, cuando ya te habías acostumbrado a lo provisorio del destierro, otra vez el Ángel del Señor habló a José y le dijo: «Levántate, toma al Niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel» (Mt 2, 20).
     Tu vida estaba señalada por las despedidas.
     Otra vez, cuando el Niño era ya grande y Tú le habías enseñado a orar, se te quedó misteriosamente perdido en el templo. Ahora era Él el que partía.
     «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Y tú no entendiste el sentido total de la partida (Lc 2, 49-50).
     Después, en Cana de Galilea, cuando se manifestó el Señor en el primero de sus signos, por hacer bien a los demás, Tú te olvidaste de Ti misma y le pediste que adelantara «la hora» de su partida (Jn 2, 4). Y Él partió a «llevar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los ciegos la vista, a dar libertad n los oprimidos» (Lc 4, 18).
     Mientras tanto, Tú lo acompañabas desde cerca y desde adentro, rumiando en tu Corazón la Palabra que Él iba predicando (Lc 11, 28).
     Hasta que llegó la tarde de un viernes en Jerusalén. Era la hora de la Pascua y la partida. La noche antes, en el Cenáculo, El celebró la Cena de la despedida. Era, también la Cena de la amistad y la presencia, de la comunión fraternal y del encuentro.
     Amarrado por los hombres a los brazos de una Cruz, Él se descolgó para subir al Padre. Tú mirabas la partida desde abajo y desde cerca, bien serena y fuerte (Jn 19, 25).
     El corazón de la Cruz era el punto inicial de su partida. Y también de su regreso: «Me voy y volveré a vosotros» Mezcla extraña de gozo y de tristeza. «También vosotros ahora estáis tristes, pero yo os volveré a ver y tendréis una alegría que nadie os podrá quitar» (Jn 16, 22).

Señora del Silencio v de la Cruz.
Señora del Amor y de la Entrega.
Señora de la Palabra recibida
y de la palabra empeñada,
Señora de la Paz y la Esperanza.
Señora de todos los que parten,
porque eres la Señora
del camino y de la Pascua
.

     También nosotros hemos celebrado ahora la Cena de la despedida. Hemos comido contigo el Cuerpo del Señor, hemos partido juntos el Pan de la amistad y unión fraterna. Nos sentimos fuertes y felices. Al mismo tiempo, débiles y tristes. Pero nuestra tristeza se convertirá en gozo y nuestro gozo será pleno y nadie nos lo podrá quitar (Jn 16, 20-24).
     Enséñanos, María, la gratitud y el gozo de todas las partidas. Enséñanos a decir siempre que Sí, con toda el alma. Entra en la pequeñez de nuestro corazón y pronúncialo Tú misma por nosotros.
     Sé el camino de los que parten y la serenidad de los que quedan Acompáñanos siempre mientras vamos peregrinando juntos hacia el Padre.
     Enséñanos que esta vida es siempre una partida. Siempre un desprendimiento y una ofrenda. Siempre un tránsito y una Pascua. Hasta que llegue el tránsito definitivo, la Pascua consumada.
     Entonces comprenderemos que para vivir hace falta morir, para encontrarse plenamente en el Señor hace falta despedirse. Y que es necesario pasar por muchas cosas para poder entrar en la gloria (Lc 24, 26).

Señora de la Pascua:
en las dos puntas de nuestro camino,
tus dos palabras: fíat y magnificat.
Que aprendamos que la vida es siempre
un «sí» y un «muchas gracias.
Amén. Que así sea.


A NUESTRA SEÑORA DE AMÉRICA

Virgen de la esperanza,
Madre de los pobres,
Señora de los que peregrinan: óyenos.

Hoy te pedimos por América,
el continente que tú visitas,
con los pies descalzos,
ofreciéndole la riqueza
del Niño que aprietas en tus brazos.
Un niño pobre, que nos hace ricos.
Un niño esclavo, que nos hace libres.

Virgen de la esperanza:
América despierta.
Sobre sus cerros despunta la luz
de una mañana nueva.
Es el día de la salvación
que ya se acerca.
Sobre los pueblos que marchaban en
tinieblas, ha brillado una gran luz.
Esa luz es el Señor que tú nos diste,
hace mucho, en Belén, a medianoche.
Queremos caminar en la esperanza.

Madre de los pobres
hay mucha miseria entre nosotros.
Falta el pan material en muchas casas.
Falta el pan de la verdad en muchas mentes.
Falta el pan del amor en muchos hombres.
Falta el Pan del Señor en muchos pueblos.
Tú conoces la pobreza y la viviste.
Danos alma de pobres para ser felices.
Pero alivia la miseria de los cuerpos
y arranca del corazón de tantos
hombres el egoísmo que empobrece.

Señora de los que peregrinan:
Somos el Pueblo de Dios
en América.
Somos la Iglesia
que peregrina hacia la Pascua.

Que los obispos tengan
un corazón de padre.
Que los sacerdotes sean
los amigos de Dios para los hombres.
Que los religiosos muestren la alegría
anticipada del Reino de los Cielos.
Que los laicos sean ante el mundo
testigos del Señor resucitado.
Y que caminemos juntos con
todos los hombres y mujeres,
compartiendo sus angustias y esperanzas.
Que los pueblos de América
vayan avanzando hacia el progreso
por los caminos de la paz en la justicia.

Nuestra Señora de América:
ilumina nuestra esperanza,
alivia nuestra pobreza,
peregrina con nosotros,
hacia el Padre.
Así sea.


Cardenal Eduardo Pironio

123 La obra de la redención no se realiza en el mundo y en el tiempo sin el ministerio de hombres entregados, de hombres que, por su oblación de total caridad humana, realizan el plan de la salvación, de la infinita caridad divina. Esta caridad divina hubiera podido manifestarse por sí sola, salvar directamente. Pero el designio de Dios es distinto; Dios salvará en Cristo a los hombres mediante el servicio de los hombres. El Señor quiso hacer depender la difusión del Evangelio de los obreros del Evangelio. PABLO VI