TRES PREGUNTAS A DOS CASI-DOCTORAS volver al menú
 

 

     Cursaron Pedagogía en la Universidad Pontificia de Salamanca. Después de examinarse de «Pedagogía general» accedieron a contestar a tres preguntas fuera de programa. Respuestas legibles las suyas.
     Como legibles son los «días» publicados en las hojas 141 y 190.

J.S.V.


1. ¿Qué dificultades encontró usted para consagrarse a Dios?

     Si tengo que ser sincera, y aunque la respuesta resulte muy vulgar, he de decir que desde mi misma no tuve ninguna dificultad. Siempre pensé que me tenía que consagrar a Dios, por lo menos más conscientemente desde los doce años o algo así. Nunca tuve dudas, ni se me plantearon dificultades. Era lo que tenía que hacer y no me costaba. Ni siquiera se me ocurrió preguntar con todo detalle a qué me comprometía, como veo que hacen las jóvenes hoy; yo me comprometía entera y daba un salto con los ojos cerrados, conscientemente cerrados, como lanzándote al vacío en la seguridad de que te esperan unos brazos fuertes que no pueden fallar. Igual que cuando no sabes nadar, pero tienes a tu lado a alguien que te quiere mucho y no puede dejar que te ahogues.
     Quizá la única dificultad la encontré en los que me rodeaban. Por un mal entendido cariño se oponían a que me fuese, a que los dejase (porque entonces aún en los Institutos Seculares uno se iba y lo dejaba todo). Después todos, unos y otros, han entendido que no me fui, que estoy más cerca que nunca lo estuve, que quiero a todos con más libertad que nunca les quise.

     Dificultades externas, casi ninguna. Por no decir ninguna. Al contrario.
     Internas...: una repugnancia instintiva, casi radical, a todo ('aquello,', y el dolor de dejar a un padre y una madre en la circunstancia en que lo hacía.
     Pero con todo esto no he respondido más que a un momento del «hacerme' religiosa, lo que fue la puesta en marcha del caminar.
     Porque la verdadera pregunta sería: «¿Qué dificultades encuentro para hacerme religiosa?». Así, en presente.
    
 A esto tendría que decir que hoy lo que me cuesta no es hacerme religiosa, sino hacerme cristiana. Mejor dicho, dejarme hacer cristiana.
     Ser religioso no tiene ningún sentido en un mundo a-religioso. Consagrarse a Jesucristo no tiene ningún sentido en un mundo a-cristiano. Y en un mundo pre-cristiano... muy poco. (Cuando uno se pone a educar se da cuenta de lo pre-cristiana que es la sociedad de los cristianos).


2. ¿Qué dificultades cree que encuentran los jóvenes hoy para hacerse sacerdotes o religiosos?

     Diría iría que hoy existe una dificultad radical en la juventud, que es común a ellos y a ellas: el compromiso definitivo. Hoy los jóvenes encuentran casi una cierta repugnancia a todo lo que sea o suene a «para siempre». Afecta tanto al matrimonio como a la consagración. Parece como si quisieran guardar eternamente la posibilidad de decir »no», «basta», «hasta aquí solamente», «ahora me llama otro camino», «no estoy atado a nada definitivamente»... Ese conservar siempre la libertad de no depender de nada ni de nadie, de poder seguir eligiendo, de estar siempre al comienzo de un camino.
     Quizás exista otra dificultad, pero esta vez está en la sociedad misma. Entre todos estamos matando a Dios, su figura, su persona, su llamada. El hombre está en alza, a veces a costa de Dios, de su muerte a nuestras manos. Y los jóvenes se consagran al hombre, a la liberación del hombre, es cierto, pero en su horizonte Dios ha desaparecido, Dios no cuenta para nada.
     Y quizá, por último, la consideración negativa del celibato. Hoy la renuncia no tiene sentido. Los jóvenes no quieren renunciar, quieren poseer, poseerlo todo y a todos, gozar de todo, gustarlo todo, experimentarlo todo. Y el celibato se les aparece como una frustración, como simple renuncia, como falta de realización total.

     Querer saberlo todo desde el principio y a la vez. Como si el asombro no fuera mejor descubridor del futuro que un programa de IBM.
     Esa necesidad de saber —que está enmascarando una inseguridad y una falta de fe personal y teologal— es, creo, una de las mayores dificultades de nuestro tiempo para enrolarse en la vida religiosa.
     Pero, sobre todo, que parezcan —y quizá sean— viejos. Como si —y quizá sea verdad— sólo hubiesen encontrado en su camino mayores amargados, sin esperanza. Como si fuesen hijos sin padres en la fe.

3. ¿En qué convendría insistir para que los jóvenes abracen el camino de la vida religiosa?

     En general, más que insistir en una o más ideas, yo apoyaría que está en nuestra mano el hacer posible que los jóvenes sigan este camino. Está en nuestra mano, con nuestra vida. Es decir, se ha de demostrar que es un camino que hace personas centradas, felices, alegres, dinámicas, entregadas a la liberación del hombre, desprendidas, valientes, capaces de amistad profunda sin ñoñerías, dispuestas al diálogo y apasionadas por Dios.
     Y en segundo lugar, sólo en segundo lugar, insistiría en algunos aspectos, que como es lógico van en la línea de las dificultades. Los cristianos tenemos que ser capaces de presentar un Dios de hoy para los hombres de hoy. Un Dios que ama al hombre y que quiere su realización más plena; que ha puesto el mundo en sus manos para que el hombre sea creador; que no está celoso de su felicidad, sino al contrario; que se entregó a la muerte precisamente para salvar al hombre de su pecado, de su egoísmo, de su injusticia.
     Diría a los jóvenes que el amor hace posible el compromiso para siempre. Les descubriría el amor, y que sólo el que ama se compromete Que el amor no tiene sentido si no va unido al «para siempre», porque no es que se elija de una vez para siempre, sino que se elige cada día en la misma dirección, sólo que dando un paso hacia adelante. Y también les diría que el celibato no es una renuncia, es elección libre en nombre del amor, de un amor total.

     Hay que insistir en el evangelio.
     Ayer me pedían por teléfono, para un noviciado, el nombre del autor de «Psicoterapia y relaciones humanas».
     A duras penas me contuve y no dije, en lugar de C. Rogers, que se dejasen de sustitutivos del evangelio. ¡Si es eso lo que nos falta y es eso lo que nos piden!
     Así, poco a poco, irLe aprendiendo (aprehendiendo) página a página, todos juntos, los que se reúnen en el nombre del Señor. Entonces surgirá mucho más espontáneo el testimonio que se nos pide, la tradición no será
un lastre, y casi sin darnos cuenta nos encontraremos poniendo el acento no en el quehacer sino en el estilo de hacer.
     Ya de ahí derivarían —pero siempre derivando— puntos de orden práctico.
     No sé por qué últimamente pienso mucho en uno: la soledad. Una prueba que merece la pena hacerla pronto.

      María Teresa San Martín Rosa Concepción

   


098 Siempre el que se arriesga a amar, se compromete a sufrir, hasta llegar a la frontera en que se toca el todo o nada. Elegir es renunciar. Un «sí» en la vida, trae acollarado una tropilla de «no». Decir que «no» a algo, nos deja en libertad para decirle todavía que «sí» a todo lo demás. Mientras que decir a algo que «sí», nos compromete a decirle que «no» a todo el resto. Contiene muchos más «no» un sí, que no un «no».— M. Menapace.