7 DÍAS DE UN HERMANO volver al menú
 



     En el tren, de noche, es cuando brotan las confidencias más curiosas. Cuando todo el departamento va hundiéndose en el sueño surge casi siempre el vecino que empezando por la botánica viene a desembocar en el dogma. «Tengo un crío que quiere ser Hermano. Estudia cuarto. Bueno, ya aprobó la reválida. Casi con matrícula, ¿sabe? Véalo qué salado (y me enseña una foto arrugada). Yo le digo que es una lástima que quiera ser Hermano, ¿no cree? A mi mujer le gustaría que fuese cura de pueblo, para tenerlo cerca. Yo pienso que alabado sea Dios, porque también los paganos necesitan curas allí y de algún sitio han de salir. Pero, ¿Hermano?, ¿sólo Hermano?»
     Entre ronquidos de los vecinos y el traqueteo del tren le digo al buen hombre que antes yo también creía que decir misa era lo más importante, pero que poco a poco he ido descubriendo que san José nunca dijo misa y sin embargo es un santo de los buenos, que Dios —hablando con franqueza— es muy caprichoso y que lo mejor es dejarle con la suya (por lo menos cuando rezamos el «padrenuestro» le pedimos siempre que se haga su voluntad), que el mejor zapato es el que coincide con nuestro pie, que en el cielo no habrá un presbiterio reservado para los curas... Y más cosas, claro.
     Cuando llegó la hora de bajar, con su mano tosca me acarició la cara al despedirse. Casi como lo hacía mi padre cuando llegaba a casa.

J.S.V.



5, DOMINGO

      Es domingo y estoy en el colegio de León, a donde he ido para colaborar en un trabajo de orientación escolar.
      Misa con los alumnos, un poco a ritmo pop. Parece que así los chicos cantan mejor.
      Sin querer pienso en años atrás: aquí estuve de alumno también. Aquí empecé el camino de los libros y la hombría. Aquí sentí un día «eso» interior que, por llamarlo de algún modo, denominamos vocación. Aquí, aquí... Hace años ya. La mitad de mi vida. Hoy vuelvo para ayudar a mis compañeros alumnos. Hoy vuelvo ilusionado a ayudarles a madurar.
      Muchas visitas por la mañana. Padres y chicos. Desconocidos o amigos, interesados todos en buscar lo mejor para el chaval. Agradable tarea.
      Y a las cinco un tren que me devuelve a Salamanca. Escucho los resultados de fútbol (llevo el gusanillo muy adentro), cabezadita aquí y allá y poco más. Confieso que no me va leer cosas serias en el tren.
      Llegada. Es tarde. Saludos y comentarios breves con los hermanos que me esperaban. Siempre es esto un final feliz de viaje. Breve también la oración ante el Señor. Y a dormir. Estoy cansado.


6, LUNES

      El lunes es un día intenso.
      Clases normales en la universidad en este fin de trimestre casi al alcance de la mano. Cuando se está a punto de terminar los estudios uno siente nostalgia de estas horas —muchas horas— ocupadas entre profesores, amigos, exámenes y esperanzas de futuro. La universidad es un paso que deja huella.
      Hoy asisto a la eucaristía en san Benito. Somos pocos alrededor del altar y el ambiente es propicio para sentir y vivir la fraternidad en el Señor. Darse la paz es más que un rito y recibir a Cristo es aceptar un ideal compartido.
      Por la tarde ayudo a un profesor en clases prácticas de estadística. Me gusta y me agrada ser útil a otros compañeros. Lo mismo que horas más tarde dirigir a los chicos de COU un seminario sobre cine. Es bueno tomar en serio algo —el cine— que puede ser formidable o demoledor elemento educativo; o mero juguete, agradable pasatiempo. Poco a poco vamos haciendo camino.
      Por la noche, en la oración comunitaria, pienso en las idas y venidas del día. Casi sin sentarme; hablando mucho. Y me doy cuenta que días así —lunes intensos— hacen vivir mejor mi vocación de hermano entre los hermanos. ¡Vale la pena!


7, MARTES

      Ya es bastante tarde. Y cuando quiero hacer repaso al día para «decir algo» veo que no hay nada noticiable.
      Convivir con los hermanos; dialogar, escuchar. Trabajo de clase (oye, Paco, ¿qué te parece esto?, ¿me prestas un libro?, ¿por qué no vamos al bar y preparamos el examen...?). Y así se ha pasado el día. Con una celebración mariana como oración vespertina, porque mañana es fiesta de la Virgen.
      Y nada más. Esto ha sido todo. De sencilla monotonía también se vive.


8, MIÉRCOLES

      Día de la Inmaculada. Fiesta mayor entre nosotros. Música agradable para levantarse y solemne liturgia eucarística todos reunidos. He vuelto a recordar en este momento los altisonantes y polifónicos cantos de iguales fiestas en mis años de noviciado. Hoy el «Signum magnum» y el órgano han dado paso a la batería y cantos castellanos más «pegadizos». Pero la esencia queda. El amor a María permanece. Para nosotros es mucho. Herencia y tradición; razón de existencia. Y la nueva generación (yo soy de la «casi nueva») así lo entiende.
      Hay sobremesa de hermandad con miembros de varias regiones españolas. Unos cantan; y bien. Otros contamos algún chiste... político. Rato agradable y feliz convivencia. De familia.
      Luego un partido de fútbol. Estoy tan entumecido que a poco de empezar parece que arrastro plomo. ¡La vida sedentaria que no los años!
      Ha sido uno de esos días en que uno se acuerda (sin precisiones de cita) de la frase del salmo: ¡Qué bueno y agradable es convivir entre hermanos!


9, JUEVES

      Hablábamos de apuntes, trabajos y exámenes; rutina obligatoria en la universidad. Y de pronto, casi a quemarropa, me ha dicho:
      —Oye, Paco, ¿para qué sirves? ¿Merece la pena ser religioso?
      Debí poner ojos de plato porque mi amiga hizo un gesto con su mano ante mi cara como diciendo «aterriza, hombre, aterriza».
      Yo no le conté lo del tesoro escondido, ni la perla preciosa. Ni lo del discípulo y la cruz. Le pregunté por su novio y hablamos del amor. Le dije si me había visto triste, si me encontraba raro, si se podía pedir algo. Si sonreía, si era feliz...
      —Pues mira, Merche, «así» merece la pena vivir; «así» me he comprometido a vivir y «así» se puede vivir cuando uno siente amor.
      No sé si hice bien al decirlo de esta forma. Quizá fue por la precipitación, quizá porque no sé hacerlo de otro modo. Lo cierto es que al despedirnos Merche sonreía afirmando. No me extraña. Merche quiere mucho a Luis y entiende de amor.
      Volví corriendo a casa. Con el tiempo justo para preparar la maleta para ir a La Coruña. Sigo creyendo que «merece la pena».


10, VIERNES

      Empiezo la mañana cansado porque los viajes por la noche me sientan fatal. ¡Y vaya día que me espera! También al colegio de La Coruña vengo a un trabajo de orientación escolar. Alumnos, familias, profesores... Reuniones, palabras, entrevistas. Todo el día así. Es cansadísimo. Pero creo que es eficaz.
      Cuando termino por la noche y corro de nuevo a la estación puede más la alegría de la tarea que el cansancio. Repetiré con gusto.
      De todas formas, una vez que le enseño el billete al revisor, no tengo que hacer ningún esfuerzo para quedarme dormido. Creo que no terminé ni una sola avemaría.


11, SÁBADO

      No me da vergüenza decir que he despertado con el tiempo justo para comer. Y es que dos noches seguidas en el tren pesan lo suyo.
      Por la tarde, leídas un par de cartas y ordenadas las cosas, releo un libro querido: El juego de las ventanas.
      Pienso que a su autor se le ha escapado un detalle. Se le olvidó abrir la «ventana 109».
      Yo, después de la ventana 108, hubiese puesto cuatro páginas en blanco con esta observación: «Se ruega al lector que escriba aquí la historia de su vocación». Imagino páginas antológicas.
      Y otras páginas no tan brillantes. El testimonio y la tarea educativa están en crisis. Aquél porque la secularización lo asfixia y éste porque se automatiza. ¿Será escandaloso pensar que dentro de unos años se repartan a domicilio videocassettes con lecciones programadas? Como el pan y la leche. ¿Y nosotros, qué? ¿Camioneros, nada más? Sería injurioso decirlo; cierto. Aunque así ocurriera opino que el asunto no va con los educadores. Educar no es repartir, controlar, programar... Educar es mirar la vida con ojos pedagógicos y ayudar a madurar. Decididamente, no. Al educador no le va aquello de repartir a domicilio dejando el producto a la puerta. Debe «compartir» vivencias y saberes día a día y cara a cara con el educando.
      Me faltan pocos meses para hacerlo. No quiero —y sería una triste gracia— quedarme en repartidor. Que así no sea.

      Paco Calleja


095 En más de una ocasión he recibido cartas lacónico-agresivas de desconocidos lectores que venían a decir: «Las historias que usted cuenta, señor JSV, son demasiado bonitas. La vida no es así. Haga el favor de ser más realista».  Yo creo que la vida real es en realidad según los ojos con que se mira, según el corazón con que se ama.  Para variar de voz y de perspectiva, en honor de los «lacónico-agresivos», he pedido a varios amigos míos (no podía pedir tal favor a mis enemigos, por la sencilla razón de que no soy tan importante como para tenerlos) que cuenten sencilla y realísticamente «7 días de su vida» de «cocineros de los cristianos» y de «señaladores del Camino».— J.S.V.