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Tuve conciencia de mí mismo como músico,
a los cinco años,
oyendo a los aldeanos cantar al unísono
mientras regresaban de sus labores
(Stravinski)
¿LOS NIÑOS PUEDEN TENER VOCACIÓN?
Era la más pequeña de nosotros. Doce años bien cumplidos, pelicastaños, joviales, con azul en los ojos que no callaban nunca, que hablaban y miraban a la vez buscando llaves, buscando tiempo, buscando puertas para cerrar la casa y que nadie saliera ni pudiera vivir sin su consentimiento.
Jugaba siempre a tener alegría, o no dejar las cosas por hacer, a vivir en mañana de fiesta y a tener providencia de nosotros para que no nos abandonáramos demasiado a ser hombres.
Tenía los ojos justos para ver: ni demasiado grandes, ni demasiado chicos; la estatura, mediana; la frente, comba y salediza; los movimientos, desenvueltos e imprevisibles entre el cañaveral de la alegría.
—Mira, Luis, hazme caso. Te digo que tengo vocación y que voy a aprender a tocar el piano para ser organista del convento.
Mientras hablaba, recuerdo que jugábamos con las columnas y los primos en el patio de casa.
Aunque reía para nosotros, estaba un poco disgustada, porque a mí aquello del piano me pareció decisión para nunca. No sé lo que le dije: probablemente alguna tontería cuando no la recuerdo.
Y ella siguió viviendo sus doce años, como jugando al escondite con ellos; pero por las mañanas, durante varias horas, se iba quedando quieta y monja, sentada ante el piano y haciendo música celestial.
Al principio, ¡naturalmente!, no consiguió que nadie tomara en serio su vocación. Todos culpábamos de aquel repente a sus amigas, que eran mayores, agrandadas, intransitables, y miraban al mundo parpadeando, como si todavía tuvieran en los ojos alumbrado de gas. Nos decíamos, para quitarle importancia al asunto, que ellas debían haberla sonsacado, pero a sabiendas de que no era cierto. Era difícil de sonsacar.
Y así pasaron casi dos años.
Lo que más nos extrañaba al observarla, al conversar con ella, era advertir que no había habido el más ligero cambio en su carácter. Al contrario, la alegría se le fue haciendo más inmediata e irrestañable. Le nacía de más hondo: esto era todo.
Sus ademanes y sus juicios seguían teniendo aquel desplante y aquella impávida terquedad de la niñez. Dulce, también lo era; pero al hablar nos miraba con tanto aplomo y decisión que parecía subirse en una silla para ponernoslos ojos en hora. Hablaba sin malicia, sin tapujos y sin ingenuidad, diciendo siempre loque pensaba, porque no hay nada verdadero en la vida que no sea compatible con la inocencia.
Como toda persona buena, era un poco indiscreta, y las hormigas se la llevaban en volandas. Se interesaba por todo, y a pesar de su dejo burlón, la confidencia era con ella tan inmediata e indeclinable como caer cuando se pierde el equilibrio.
A fuerza de mirarla, y de quererla, llegué a saber que la tristeza no es cristiana.
—Pero vamos a ver, María: ¿cómo estás tan segura, a tu edad, de tener vocación religiosa?
Recuerdo el patio familiar, los cenadores de azulejos, el pino agonizante, las macetas de hiedra, el toldo y el sombrío. Recuerdo la hora justa. Recuerdo que me miraba entre risueña y dolorosa, con el cuerpo algo inclinado hacia adelante, como el que está esperando la inmediata llegada del tren en la estación.
Todos sabéis que, en un momento dado de la vida, hay personas que nos parecen hechas de cristal de palabra. Dices «cristal», y es como estarlas viendo; dices «siempre», y es como recordarlas.
—Mira, Luis, la edad no tiene nada que ver con estas cosas. Yo veo mi vida entera ya seguida y en un mismo camino. Por eso sé que tengo vocación. No puedo equivocarme.
Y no se equivocó. La vocación no se equivoca.
Luis Rosales
* * *
CARTA ABIERTA A JUAN MANUEL
Juan Manuel:
Regreso ahora de un largo viaje «por ahí» y me entero que estás enormemente enfadado conmigo, por haberle llamado públicamente «cretino».
La palabra no es muy poética que digamos, pero pienso que tu enfado tampoco, eh. Recuerda las circunstancias en que dije lo que dije:
Fui a dar una charla a un colegio mayor. El público estuvo francamente bien. Al final me hicieron varias preguntas. Entre otras las dos de moda ahora: «¿qué opina usted de la vocación temporal?», «¿los niños pueden tener vocación ?».
Contesté a la primera con lo que digo en todas partes: «si una mujer puede conquistar el corazón de un hombre para siempre, por qué Dios va a ser menos?».
En cuanto a la segunda, yo no sabía, ¡palabra!, que tú hubieses dado al mismo auditorio una conferencia dos semanas antes y hubieses dicho: «los que defienden que los niños pueden tener vocación, desconocen el ‘a b c’ de la psicología moderna». No lo sabía. Por esto dije inocentemente lo que pienso: «los que dicen que los niños no pueden tener vocación son unos cretinos». Y sigo pensándolo, claro
De haber sabido tu «psicológica» respuesta les hubiera recordado las palabras de Descartes: «si los filósofos se pusiesen primero de acuerdo sobre el significado de las palabras luego ya no podrían discutir». Y les hubiera explicado que la vocación es un itinerario con señales de pista, y que mientras algunos sólo llaman camino (vocación) al recorrido que va del kilómetro 17 al 24, otros preferimos llamar camino (vocación) a... algunos kilómetros más.
Esto es todo, ya ves.
Por si no te lo dijeron has de saber que terminé mi charla leyéndoles unas páginas de Luis Rosales, tituladas «Se llamaba María». Quizá no las conozcas. Ahí le las mando. Léelas. Sin «psicologías modernas». Saca de tu «almario» ese registro que empleas tan poco últimamente. Verás qué armonías. Ellos —tus oyentes y los míos— las captaron profundamente.
Un abrazo de
Jorge Sans Vila
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