DIARIO DE UN MISIONERO volver al menú
 


   
     Siete días I y siete días II. Escritos los primeros en Uganda, antes de que le expulsara fulminantemente el gobierno de aquel país. Escritos los segundos entre Matallana, su pueblo, y Ndola (Zambia), donde avanza ahora con pies de mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación.
     Treinta y seis años, sotana blanca, piel morena, ojos... si el señor ministro de Uganda se hubiese atrevido a mirarle los ojos seguro no firma su expulsión.

J.S.V.


I


16, LUNES

     El lunes es un día indefinido. Parecido a los de Europa. Uno está cansado de la semana anterior. Sin embargo el horario a seguir es el mismo: 5,45 levantarse y esa plegaria siempre nueva, a los pies de Jesús sacramentado mientras la naturaleza se va despertando y la aurora se hace sol.
     El misionero —como diría Foucauld— debe dedicar varias horas a la oración con una regularidad inviolable, para no caer en la tentación del desaliento.
     En el oficio parroquial siempre hay trabajo que realizar: trasladar al registro los nombres de 25 ó 30 niños que fueron bautizados el domingo. Hacia las once voy a dar mi clase de religión a los cursos de quinto y sexto; unos 80. Este año me toca explicar el Antiguo Testamento. Lo hacemos mitad en inglés y mitad en la lengua nativa: acholi. Están atentos. Como cosa de notar: la mayoría son católicos, pero también hay un buen grupo de protestantes, musulmanes y varios paganos, con lo cual se hace más difícil una exposición clara e imparcial del mensaje de la Biblia.
     Durante el recreo estoy con ellos. Les enseño algunos juegos europeos que, sencillamente, les hacen gracia. Lo agradecen.
     En fin, el lunes hacia las cuatro de la tarde me esperan en la iglesia unos 30 monaguillos y 25 «crusaders». Ensayamos la misa una, dos, tres veces, hasta que nos cansamos. Luego los «crusaders» —que es un movimiento apostólico para niños— cantan su himno: «Nosotros los cruzados de la eucaristía / nosotros los soldados fieles a Jesús / estamos contentos de seguir a Jesús. / ¡Hurrach! »


17, MARTES

     Es día de «safari». A las ocho de la mañana estaba preparado mi altar portátil y un poco de merienda que coloqué lo mejor que pude en la moto. El «safari» era cerca, a 12 kilómetros, en el puesto-misión Panyinga. Carretera regular con unos kilómetros de sendero en pleno bosque. Por el camino encontré al catequista Lázaro que iba a «edificar» la iglesia. Digo bien, pues una vez que yo llegué y después de haber saludado a mis cristianos y visitado sus chozas, comencé la explicación del catecismo; al cabo de hora y media la iglesia estaba construida; total, cuatro grandes palos con cañas de bambú superpuestas y techo de hierba. Esta sería la «catedral» donde se realizaría el mayor de los milagros: la muerte y la resurrección de Jesucristo mediante las palabras del sacerdote en la consagración.
     Poco después entraba en la «catedral» para administrar el sacramento de la penitencia y celebrar la misa. Estaba contento. Pensé una vez más que la Iglesia viviente era aquel grupo de cristianos reunidos en torno al altar y no propiamente la pobreza de las cañas y la hierba colgada del techo. Al terminar la misa bauticé a 3 niños pequeños y regresé a casa hacia las dos de la tarde. La moto resbalaba por la arena del camino, bajo un sol tropical casi irresistible. ¡Dios mío! ¡Dios mío!


18, MIÉRCOLES

     Día de escuela. Por la mañana estoy en casa, en la misión central de Padibe.
     Suelo trabajar en el campo ayudando a nuestros catecúmenos que, dirigidos por sor Graziela, atienden los cultivos.
     En nuestra misión se encuentran patatas dulces, layata, gwanda, paypay, olang, malakwang, lanere... Todos son frutos y vegetales propios de aquí, intraducibles al castellano.
     Yo trabajo en «mono». Les gusta vernos en el campo con ellos y se extrañan de que trabajemos con tanta prisa.
     Doy la clase de religión a las once. Las escuelas están en manos del gobierno, pero tenemos plena libertad para entrar en ellas. Hacia la una comemos. Nos sirve la mesa un muchacho negro a los tres padres: P. Antonio, P. Aldo y un servidor. Es una comida semiafricana cocinada por monjas italianas. Las horas de la tarde son de mucho calor. Las aprovechamos para descansar y enseñar a nuestros catecúmenos, con los que rezamos el rosario a los pies de la Virgen Negra.
     Sobre las cinco y media —todavía con mucho calortomo la bicicleta y, por senderos verdaderamente de cine, voy a visitar a los negritos cristianos que viven desparramados por la selva cerca de la misión central. He empezado por Dok Lokutu, a 2 kilómetros. Cuando me ven llegar se amontonan alrededor de mi bicicleta 30 ó 40 niños de tres a doce años. Hay una palabra dicha por todos: padre obino: el padre ha llegado. Las madres traen a sus pequeños para que los bendiga y acaricie. Luego vamos todos juntos, en procesión, debajo de un árbol —la iglesia— y allí comenzamos el catecismo. Son todos paganos y miran al padre con unos ojazos enormes, de esperanza blanca. Jugamos, reímos. Lo pasamos bien.
     A las siete y media estoy de vuelta, atravesando grandes campos de algodón. Al fondo se ve la iglesia de Padibe ya en penumbra.
     ¡Otro día en África! Señor, estoy contento. ¡Gracias!


19, JUEVES

     Señor, vengo de Langole: 40 kilómetros en moto bajo el sol fortísimo que acobarda. La iglesia: un almacén de algodón que nos prestó el dueño. Fuera no se podía estar debido al viento.
     Unos 150 cristianos se reunieron alrededor de mi altar para rezar. También había muchos paganos observando nuestro «misterio».
     Yo llegué ya cansado. Durante dos horas, confesiones y explicación del catecismo. Después, la misa con homilía. Es curioso observar cómo nuestros cristianos rezan cantando. Es un tono difícil de captar.
     Bautizo a 7 niños y arreglo varios matrimonios para poderlos casar otro día. Eran las tres de la tarde cuando terminé todo.
Miré de nuevo el almacén de algodón donde Jesús se había hecho visible y palpable por más de 100 cristianos, allí, en medio de la selva. Volvería a Padibe dando gracias a Dios por lo que había visto y oído.
Atrás quedaba Paloga, otro puesto-misión con muchos cristianos y niños de escuela. Hube de pararme para saludarles y charlar con ellos. El padre siempre es noticia. Les dije que rezaran y estudiaran «matek» (fuerte).
¡Cuántos negros todavía paganos extendidos por la selva... a los que no se puede llegar! Al arrodillarme ante pies de Jesús, en la iglesia de la misión, dejo caer esta súplica: «Si pudiera uno multiplicarse...».


20, VIERNES

     Hoy lo dedico a descansar un poco. El misionero sigue siendo hombre, sujeto a las incomodidades del clima tremendamente caluroso, a las limitaciones, al cansancio. También así se es misionero...
     El viernes tiene, al menos, sus dos horas de confesonario, explicación del evangelio a los catecúmenos, que hago diariamente después de la misa. La clase en la escuela, bautismo de dos o tres niños. Y la visita al hospital y maternidad. Tenemos enfermos de todas clases —hasta leprosos— que vienen incluso del Sudán, mendigando una «medicina católica», como dicen ellos.
     Señor, te damos gracias porque no tenemos tiempo para perderlo. Son 20.000 paganos los que tenemos en la parroquia... ¿Cómo reposar? Seguimos siendo humanos. Señor, ayúdanos a caminar siempre abriendo nuevas rutas para estos hermanos nuestros africanos. Su camino es más largo que el nuestro.


21, SÁBADO

     El sábado está dedicado a la Virgen también aquí en África. Muy de mañana nos reunimos en la iglesia más de 300 niños y niñas, chicos y chicas de la escuela, con los padres y las religiosas para oír misa y cantar a la Madre... Es un canto prolongado salido de estos corazones sencillos: «Nomen dulcissimum, nomen amoris; tu es refugium peccatoris».
          El sábado no hay escuela —por algo hemos sido colonia inglesa—— En el ambiente se oye una música ligera, mientras cada uno lava su ropa individualmente, lo mismo los chicos que las chicas. No existe el uno o la una, que lava por todos. Es poca y no hay problema.
     Cerca de la misión se hace el mercado. Las mujeres acuden cargadas con sus hijos a la espalda y llevando en la cabeza sus mercancías. Venden los productos nativos de la tierra. Lo que compran: sal sobre todo, que aprecian mucho, un poco de azúcar y aceite para la lámpara.
     Bueno, al caer la tarde suena la campana de la misión para rezar el rosario. Todos levantamos nuestra oración a la Virgen Negra.


22, DOMINGO

     «Día grande» que llaman los nativos o también el «Leng pa Rubanga»: día de Dios.
     A la misa cantada asisten diez monaguillos vestidos de blanco y rojo, descalzos. Si traen sandalias, se las quitan para ayudar a misa... ¿Por qué? Cantamos la misa. Despacio. Aquí el tiempo no cuenta y se alargan los compases... Al terminar, la escuela en pleno, uniformada y con la banda de música, rinde honores a la bandera ugandesa —roja, amarilla y negra— y recorren la misión cantando el himno de Uganda.
     Durante ese tiempo yo suelo bautizar a 6 ó 7 niños pequeños. Es un momento emocionante para mí ver sonreír a esas madres jóvenes cuando les digo: «Tu hijo, después del bautismo, es también hijo de Dios... y un pequeño angelito (¿negro? ... )». Se ríen, no sé por qué.
     La tarde del domingo es un concierto de mil músicas que se oyen y danzas por todas partes.
     La danza es un acto serio y requiere un largo y difícil aprendizaje.

II

13, DOMINGO

     Celebro la misa en Matallana. Don José ha ido a Matadeón de los Oteros.
     En la homilía hablo de lo acaecido el día después de Santiago a un labrador del pueblo: «Cosechaba una tierra de avena cuando una nube de piedra cayó sobre la mies y la destruyó completamente. Aquel hombre se puso a temblar y a excitarse visiblemente...»
     Y añadí: «Dios se nos manifiesta de distinta manera a como nosotros lo esperamos. La fe es creer lo increíble, aceptar lo inaceptable, correr el riesgo de poderla perder».
     Por la tarde vinieron mi hermano Paco, Luisa mi cuñada, Paco-Luis, Belén y Patricia, mis sobrinos.
     Comimos juntos y nos despedimos. Yo volvería a Zambia y ellos a sus «labores» de cada día (aguantar lo inaguantable).


14, LUNES

     Me levanto a las 8. Mi madre ya está en la panadería, contando el pan que trae Justi. Hace años que no amasamos en el horno de casa y parece que el pan de la cooperativa tiene otro sabor.
     Luli hace el desayuno. En la cocina, todavía en pijama, está Mónica. Le hago unas caricias. Ríe y ríe más cuando ella termina la frase que yo le digo todos los días: «Mónica es una niña pic... colina».
     A las 10 celebro la misa por Pepe, el marido de mi prima Carmina, que murió muy joven dejando un hogar destrozado.
     Observé cómo mi tía Oliva estaba seria y con un cirio muy largo en la mano. No sé si habría entendido algo de la homilía de ayer.
     Empezamos a hacer la maleta. Mi madre venga meter y meter. ¡Si sólo van 12 kilos...! Iba de todo y para todos. Hasta la letra A para Alfonsina la mujer de nuestro cocinero en la misión.
     Al final la maleta pesaba 20 kilos largos, algo más de lo que se podía llevar en el avión.
     Por la tarde, Tori nos lleva la merienda a la noria. Macarlo riega la alfalfa. Mi tía Tina me hizo comer mucho chorizo y jamón. «Come, come que mañana te vas y quién sabe cuándo volverás a probar este chorizo tan rico de España».
     De noche ya, la despedida a familiares, amigos, a don José el sacerdote de todos. Llegué a casa tarde y mi hermano Miguelín fue por dos veces a ver si había vuelto ya. Me traía unos paquetes de cigarros para los amigos de Zambia.


15, MARTES

     La misa de la Asunción, solemne. Dirigida por Manolo, un forastero catalán casado en el pueblo. Gustó mucho, dijo el personal. Se ven poco estos voluntarios.
     Después me voy a Santa Cristina de Valmadrigal a despedirme de los suegros de mi hermano Miguelín. Es la fiesta. Estoy sólo unos minutos.
     Vuelvo a casa. Comemos con Celso que ha llegado de repartir el pan. Se acerca el coche de León-Madrid. Todos están a despedirme. Son ya las tres y media de la tarde.
     Un abrazo fuerte para todos. Para mi madre envuelto en una lágrima que no puedo contener.
     Ya en el coche me sentí culpable de algo. Tere, Tere, perdona por no haber dado el último beso a las mellizas Marta y Olga. Es que dormían la siesta y no me atreví a despertarlas.


16, MIÉRCOLES

     A las 9,30 recojo el billete.
     Me confieso antes de salir. Julio y Lope me acompañan al aeropuerto. Adiós... Africanos espera todavía. Mando carta a casa.
     3,30. Estamos en Amsterdam.
     Nos hospedamos en «San Luchesio». A la hora de cenar nos sentamos en la misma mesa Abdon Gamylani, seminarista teólogo, a punto de ordenarse, de Malawi; Peter Kibedi, estudiante de sociología en Kenya; Madam Susan, profesora de historia, de Finlandia, con destino a Tanzania; un matrimonio inglés, maestros, con destino a Uganda; Ángeles Rodríguez, religiosa dominica, asturiana, enfermera, con destino a Rwanda.
     Hablamos de todo y reímos como si hubiésemos estado siempre juntos. Al final nos encontramos en el parque. Ninguno tenía dinero del país, y todos enviamos mensajes de alegría al mundo entero.
     Madam Susan, que iba por primera vez a Tanzania, aprovechaba todas las ocasiones que podía para elogiar el socialismo cristiano del presidente Julius Nyerere.


17, JUEVES

     Salimos de «San Luchesio» a las 7 de la mañana. Frío y niebla en el aeropuerto.
     Volamos por K.L.M., pero en grupo especial de R.A.P.T.I.M. (Romana Associatio Pro Transvehendis Itinerantibus Missionariis). Abdon Gamylani ocupa el asiento del lado. Rezamos el breviario. «Palabra que los ojos ciegos hizo abrir / Habla y cura nuestra mortal ceguera. /Sordos somos, sé Tú nuestro curandero. / Desata nuestras lenguas para cantar tu bondad / Sé nuestra Palabra dicha en piedad / Cura al mundo, roto por nuestros pecados... »
     El avión sigue su camino. Pasamos por Munich. Desde allí hasta Entebbe (Uganda) siete horas y diez minutos de vuelo. «Palabra que habla el amor del Padre / Una con el más allá de lo indecible / Palabra que viene de arriba / Dios Espíritu Santo, con nosotros habitando / Palabra verdadera, a toda verdad condúcenos / Palabra viva, con un mismo pan aliméntanos».
     Viajamos 150 misioneros. El vuelo se alterna con refrescos, comida y cena un poco antes de llegar a Uganda.
     Adelantamos dos horas nuestros relojes. Aterrizamos en Entebbe, donde queda la hermana Ángeles y otros muchos. Sentí algo de nostalgia. Hace años...
     Hasta Nairobi, una hora más de vuelo. Pasamos la noche en el hotel New Stanley. Me toca la habitación 250.


18, VIERNES

     Duermo hasta las 9. Desayuno.
     Hay mucha gente africana y europea en el hotel, todos como de paso, peregrinos. Cada uno llevando en nuestras mochilas salmos sin estrenar.
     Pregunto por una iglesia para celebrar misa. Me indican la catedral. Casualmente había una reunión de la JOC en el salón parroquial. Me invitan. Asisto. Hay representantes de Madagascar y varias religiosas nativas de Kenya. Dialogamos como si hubiésemos estado siempre juntos. Los mismos problemas. «A nuestros jóvenes africanos les faltan líderes». La hermana Francis citó unas palabras del discurso de Julius Nyerere a las religiosas de Maryknoll el 16 de octubre de 1970: «La Iglesia ha de ponerse firme y activamente del lado del pobre y del desvalido. Ha de guiar a los hombres a la santidad, uniéndose a ellos en el ataque contra las injusticias y las privaciones que sufren. Debe cooperar con los que están comprometidos en esta tarea... »
     Llego tarde a comer. Duermo un poco de siesta y luego a hacer unas fotos por Kenyata Avenue.
     El taxista africano nos lleva al aeropuerto con los minutos contados. Hay que pagarle 5 chelines, que yo no tengo. Una mujer inglesa lo hace por mí.
     6,10 tarde. Volamos en Zambia Airways. A las 6,40 anuncian que cruzamos el monte Kilimanjaro. No se ve nada. Las azafatas que ahora son zambianas nos sirven la cena. Visten de amarillo.
     En el cuestionario que debemos rellenar, además de las preguntas usuales: nombre, número del pasaporte, nacionalidad..., hay una que parece un examen de conciencia: «¿Por qué viene usted a Zambia?». No dudo en responder: «Porque amo a África». Claro que en el contrato de trabajo se lee: misionero y trabajador social.
     A las 8,30 estamos en Lusaka. Control de pasaportes. Aduana. Vacunas... Con una hora de retraso partimos para Ndola. 50 minutos de vuelo.
     Es un poco tarde. El señor obispo sale a abrirme la puerta. Un abrazo. Cambiamos impresiones tomando una taza de té.


19, SÁBADO

     Lo primero que hago es mandar una tarjeta a mi familia: gracias a Dios he llegado bien.
     Veo al P. Belin. Me habla de la africanización de la música. Luego Mons. Dennis, el vicario, después el cocinero y todos los demás padres.
     Voy dejando ya el peso de los kilos que traía la maleta.
     Hacia las 11 el señor obispo me lleva a la misión de Francisdale, distante 18 kilómetros de la ciudad.
     Allí está, la primera, Alfonsina. Recibe la A. Tomás, el cocinero, me abraza con las manos mojadas. El P. Mitchell, Jakobo, Evaristo, esperan.
     La hermana Purifica trae la llave de mi habitación. La limpió y puso en orden durante mi ausencia.
     Encima de la mesa dejó un florero y una tarjeta: «Mwaiseni» (Bienvenido).
     Sigue viniendo gente. Es sábado. Hay instrucción de catecismo y ensayo de la misa.
     Ahora ha venido Ceferino, el catequista, Peter Mubanga, Clemente Mulenga, Elisabeta Nyerenda... «Muli shani?» (¿Cómo estás?). «Aba lupwa lwenu bali shani? » (¿Cómo está tu familia?). «Mwalileni? » (¿Has comido?)...
     Desde ahora dejaría la lengua española para escribir cartas y hablar en contadas ocasiones.
     «Ubupe ubu bwafuma kuli bamayo» (Estos caramelos me los dio mi madre para vosotros).
     Llega el P. Maximiliano de la misión de Santa Teresa, con Lucy, Aran¡ y Jusufu. Nos saludamos todos a la vez, con alegría.
     Trato de leer algunas cartas acumuladas aquí de dos meses y medio. No me dejan. Más gente. (Ya no hay tiempo para nada. Es decir, ahora el tiempo es para todos).
     Charlo largo rato con el P. Maximiliano sobre lo acaecido en la misión. No acabamos. Es muy de noche. Los grillos cantan fuera. Se respira silencio y paz. ¡Qué grande es Dios en África!
     Todavía queda pendiente la homilía para mañana. Además en cibemba. Me siento desentrenado.
     A última hora viene la hermana Carla y Alberich. Más saludos. Me preguntan por Lope.
     Preparo las lecturas de mañana domingo. «Hermanos, a vosotros gentiles os digo, mientras sea vuestro apóstol haré honor a mi ministerio por ver si despierto emulación en los de mi raza y salvo alguno de ellos...»
     Voy a dormir. «Señor, ayúdame a dedicar mi vida a tu servicio y al de mis hermanos los hombres (africanos) con sencilla confianza. Amén».

     Sinesio Rodríguez Santamarta


039 Para mí y para muchos de mi generación las misiones se hicieron inteligibles, amables, y sobre todo amadas, a través de las crónicas que el P. Segundo Llorente escribía desde Alaska. / Para muchísimos jóvenes de hoy las misiones se harán inteligibles y amables, amadas y vocantes, a través de los escritos del Padre Sinesio.— J.S.V