PAPÁ, YO TAMBIÉN ... volver al menú
 


  
  
     Monseñor Jean Rodhain saltó a las páginas ilustradas de los grandes rotativos, debido a las misiones especiales que le confió Pablo VI. Desde entonces la gente piensa que es un señor muy solemne.
     Los que le conocemos sabemos que debajo de las apariencias de enviado especial pontificio se oculta un hombre sencillo. ¿Puede, quien no sea muy sencillo, escribir una página tan cordial como ésta? Cordial y real.
     ¡Cuántos no llegaron a sacerdotes por no encontrar un clima familiar adecuado para la primera confidencia!
     Cuando ando «por ahí», siempre que se presenta ocasión, pregunto a los sacerdotes y a los religiosos por la primera reacción de sus padres. («Cuando padre supo que quería venir al convento, me llamó y me dijo abrazándome: ‘Hija, te quiero ahora más que nunca’. Jamás le había visto llorar»).

J.S.V.


     
     «Han llamado por teléfono desde la Radio. Unos tigres. Urgente. Llamar antes de medianoche».
     Encontré esta extraña nota debajo de mí puerta. Me la había dejado la portera. Pero, ¿a mí qué me importan la Radio y los tigres? ¿Qué habrá sucedido? A lo mejor unos tigres han causado una catástrofe en la región de Tanganika o quizá los tigres del circo han devorado a los habitantes del barrio. Lleno de ansiedad llamo a la Radio y un cuarto de hora más tarde puedo reconstruir lo ocurrido: los tigres no se han movido de la jaula. Se trata de «El sueño de su vida».

     Cada semana un locutor de «Radio Luxemburgo», ante los micrófonos instalados en un gran circo, hace esta pregunta a tres personas: «¿Cuál es el sueño de su vida?» Al final el público que asiste escoge al mejor para que su sueño se convierta en realidad.
     Este espectáculo, a primera vista mágico, trae consigo, entre bastidores, una organización muy compleja. Todo está preparado. Cada semana un jurado elige tres cartas entre las muchas enviadas por los concursantes. Antes del programa, la Radio busca un mecenas del posible ganador, para evitar una desilusión. Si hay un anciano que desea ir a visitar la tumba de su nieto, que está en el Polo Norte, ¿estará dispuesta «Air France» a cederle una plaza? Y si una joven paralítica desde pequeña desea pasar una noche excepcional, ¿será generoso con ella el director de la ópera? La improvisación no se organiza, se insinúa...

     Esta semana el concurso está reservado a los niños. El primero de los elegidos por el jurado tiene nueve años de edad y quiere ser domador; su sueño consiste en entrar un día de fiesta en la jaula de los tigres hablar suavemente con los cachorros. De ahí sacó la portera lo de los tigres.
     El segundo, de once años, sueña en un tren eléctrico. Quiere ser un gran mecánico. Los grandes almacenes estarán dispuestos a regalarle las últimas novedades en juguetes eléctricos.
     El tercer niño elegido quiere ser sacerdote. Y su sueño es ir a Roma, ver al Papa, pedirle que rece por Francia y ayudarle una Misa. A éste no le patrocina ni una marca de vermut ni una marca de caldo. Entonces la Radio ha pensado en «Caritas» (Secours Catholique). Los de la Radio me han dicho con sinceridad, que delante del público, una vocación sacerdotal sólo tiene una probabilidad entre cien. Yo les he respondido también sinceramente que me sería fácil llevar al niño a ver al Papa, pero que yo no tengo ninguna influencia para hacer que pueda ayudarle la Misa. Tan sincero he sido que he confesado no tener aparato de radio en mi casa y que lo paso mejor escogiendo un disco y escuchándolo tres veces seguidas. Además, el sábado próximo no estaré en París sino en Lourdes, atendiendo a la construcción de la «Cité-Secours».
     La Radio saltó todos los obstáculos ofreciéndome conectar directamente con Lourdes desde la emisora, por teléfono. Así fue como pude oír a las 6.000 personas reunidas en el circo de Royan, aclamando al niño que quería hablar con los tigres.

     Un silencio glacial. Pierre empieza a explicar su vocación. Quiere ser cura de un pueblo. El locutor pregunta. Las respuestas son rápidas como centellas. A los tres minutos, el locutor, que nunca se había hallado en semejantes apuros, baja del tablado y confiesa a la multitud: «Para interrogar a este niño haría falta ser un Bernanos. Yo no me atrevo. Esta profesiónno es como las demás. Es una vocación muy misteriosa y no quiero profanar los secretos de un alma infantil». Todo el circo se ha puesto de pie. Se hace la votación. Por unanimidad sale elegido Pierre. Llamo en seguida a Royan y felicito al jurado y al niño. «Pierre irá a Roma conmigo».

     El Vaticano tiene también su protocolo. Las au­diencias dependen «realmente» del muy reverendo Maestro de Cámara de Su Santidad. Quien desee obte­ner una audiencia, al llegar a Roma, debe contar de antemano con una semana de espera, de ansiedad, de inquietud, antes de recibir un gran sobre sellado con las dos llaves, que contenga el «biglietto» de la audiencia. La bondad infatigable del Papa concede casi siempre tal privilegio y llega un día en que el deseo se realiza; pero ha precedido una semana, pasada sobre ascuas de incertidumbre, alimentadas por sonrisas y por negativas.
     Al llegar al hotel el portero me comunica que no quedan habitaciones libres, pero que ha llegado a mi nombre un sobre del Vaticano. Lo abro temblando. Son dos magníficos « biglietti», que sin pedirlo nos han obtenido unos amigos que van vestidos de morado: parece un milagro. El niño, que dejé confiado a un guía muy seguro, llegará mañana. La audiencia es para pasado mañana. Roma es una ciudad maravillosa.
     Pero a los dos días me dirigía a la famosa audiencia solo. Momentos antes había llegado un telegrama: «Hemos perdido tren. Stop. Niño y yo llegaremos dentro de veinticuatro horas. Stop. Perdón». Podéis suponer que en aquella audiencia permanecí más callado que las estatuas del Vaticano.
     Confuso emprendí en seguida nuevas discretas diligencias para una segunda audiencia. Ahora me debatía no sobre ascuas medio apagadas sino sobre un fuego al rojo vivo. «Nunca se conceden dos audiencias consecutivas. Además el Papa está delicado; incluso han sido suspendidas sine die las audiencias de cardenales». Todo aquel día el cielo de Roma me pareció muy negro.

     Fue necesaria nada menos que la intervención eminente del Primado de las Galias para que a los dos días el niño y yo pudiéramos presentarnos ante el Papa en Castelgandolfo. «Ya está realizado el sueño de tu vida». El Papa ya sabía la historia del circo por el Cardenal Gerlier y escuchaba con mucha atención a Pierre. Éste le pedía que rezara por su patria, por las vocaciones, por su familia. Y al nombrar la familia, el niño presenta rápidamente al Papa el «Libro de familia» con los nombres de todos sus antepas­ados. Una página estaba ya adornada para que el Papa escribiera y firmara.
     No he visto nunca al Papa sonreír tan bondadosamente.
     «Nos no podemos hacerlo, no nos está permitido. Pero nuestros secretarios anotarán la dirección de tus padres y pronto recibirán nuestra bendición para el Libro».
     Jamás Roma es tan bella como el día en que uno desciende de las colinas de Castelgandolfo con un niño que se siente feliz.

     Después de haber sucedido todo esto, he recibido muchas cartas. Varios radioyentes se extrañan que el público de un circo tenga tales preferencias.
     Pero las confidencias más importantes me han llegado de varias familias que, terminada la emisión, tuvieron junto al aparato de radio este diálogo:
     —Papá, yo también...
     —¿Qué, tú también quieres que te pague un viaje a Roma?
     —No, papá, no hablo ni de Roma, ni del Papa: es otra cosa y hace tiempo que te lo quería decir, yo también...
     Para un muchacho que ama a su padre y sabe el oficio que él le tiene preparado, hay algo más difícil que entrar en una jaula de tigres; es el momento en que se decide a confesar a su padre el secreto que guardan entre Jesús y él, él también como Pierre...

Jean Rodhain


031 Algunos padres, cuando uno de sus hijos manifiesta deseos de hacerse sacerdote, piensan que tienen que imponerle un tiempo de prueba. Unos obran así con la secreta, pero culpable, esperanza de desviar una vocación que no aprueban. Muchos otros, equivocándose respecto al modo de obrar de Dios, dicen: «Si Dios le llama, ya sabrá hacerle superar las dificultades. Si triunfa, es que verdaderamente tenía vocación». De acuerdo. Pero ¿y si no triunfa?... No hay derecho de tentar a Dios. Es como si, para asegurarse de la salud de un muchacho, le sometierais durante algunos días a condiciones de temperatura, de alimentación y de trabajo muy duras. Si resiste, es que tiene salud. Sí, pero si no resiste, no es que estuviese enfermo, sino, simplemente, que le habéis hecho enfermar.- Cardenal Feltin