HINNENÍ volver al menú
 


     Mi oración –mi meditación– no hace falta que empiece siempre con un libro en la mano. Una palabra hebrea antigua desempolvada guarda el calor de la vida que tuvo. Y que tiene.


     Hay un estilo «bíblico» de contestar a Dios.
     Su Palabra, a veces, llama al amigo por el nombre propio:
     —
junto a la tienda del Patriarca, en Bersabé (Gén 22, 1): ¡Abraham! ¡Abraham!
     —al pie del Horeb, desde la zarza hecha fuego (Ex 3, 4): ¡Moisés! ¡Moisés!
     —en el santuario de Silo, al adolescente elegido (1 Sam 3, 4-6, 10): ¡Samuel! ¡Samuel!

     La respuesta es siempre la misma.
     Una palabra hebrea, precisa y alada: HINNENÍ.
     En latín traducen: Ecce ego!
     El italiano dispone de una expresión, ágil como la primitiva: Éccomi!
     HINNE(H) es una partícula hebrea, muy frecuente, de intensa fuerza demostrativa (que los técnicos, para complicárnoslo, llaman «deíctica»). Responde a la imagen de un dedo flechando el objeto, o de unas manos alzándose en ofertorio. El sufijo NI, representa el pronombre de primera persona.

      Dios pronuncia el nombre del amigo.
      Y éste, tomando en sus manos toda la plenitud de personalidad que integra el pronombre «yo», le dice a Dios: Aquí la tienes. Hinnení! Ecce ego!
      ¡HEME AQUI!

     Juan Evangelista, que conocía mejor que nadie a Cristo porque le amaba mucho, dióle un nombre precioso: la Palabra (Logos, en griego; Verbum, en latín).
     Cristo era caminante incansable (el alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa, advierte san Juan de la Cruz). Siempre estuvo «de paso».
     «Palabra divina», habló con los labios, con la mirada, con la acción.
     Palabra-en-camino, iniciaba su diálogo con los amigos invitándoles a caminar: ¡SIGUEME!
     Y porque unos corazones en llama le siguieron, tenemos nosotros el Evangelio, que es libro de texto de la generosidad.

      Los judíos no decían «ir a Jerusalén», sino «subir a Jerusalén».
      Los itinerarios de Cristo visible terminaron en Jerusalén, y precisamente en la cima de su monte más elevado: el de los Olivos: para ascender, desde ella, más arriba...
     Seguir a Cristo es «subir» (Jesús tenía una afición inefable a las montañas).
     La felicidad de las altas cumbres no se describe con frases ni se defiende con argumentos: para sentirla, hay que estar allí.
     (La «actitud ante la cumbre» es un test para calificar al joven de espíritu. El que, recostado fácilmente en el valle, ve la cumbre lejana —beso de luz entre el cielo y la tierra— y se encuentra bien, sin sentir nada por dentro, aunque sea corto de años ha perdido su auténtica juventud, si es que la tuvo).

     Cuando al "¡SÍGUEME!" (Venid en pos de mí...) de Cristo-Palabra en camino respondieron los cuatro socios pescadores de la comarca de Genesaret con la clásica generosidad juvenil de los amigos de Dios [dejando redes, barca, familia (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20; Lc 5, 11) ... ¡TODO! (Mt 18, 27) ], y, a semejanza de ellos, Mateo el publicano (Mt 9, 9) y los demás Apóstoles, se abrieron, ¡para nosotros!, las puertas de la Vida.
      Pues es por la alada prontitud de su ECCE EGO! ante el llamamiento de Dios que el apóstol podrá un día decir a las almas que le serán encomendadas: subid conmigo, por los caminos de Jesús, a la cumbre: al cielo.
     Mucho antes de bautizarte, aquellas manos ungidas (jóvenes, adolescentes; quizá infantiles) habían presentado —oblata de vida sobre patena de carne— su generosidad en correspondencia al SÍGUEME de Jesús.
     Como la doncella Maryam de Nazaret: «Heme aquí, yo, esclava del Señor: sea de mí lo que dice tu palabra...» (Lc 1, 38).
     Como Jesús, al abrazar su vocación de Salvador: «Heme aquí , cumpla yo, oh Dios, tu Voluntad!» (Hebr 10, 7).

    Quien acertó la sintonía perfecta de su libertad con los planes de Dios en el itinerario de su ¡única! existencia, nunca espera, como otros —prisioneros de sus propios yerros— el amanecer de ninguna liberación. Tiene su centro. Si naciera cien veces (tomo la frase, de unos apuntes, que podrían ser de cualquiera de los mil y pico de seminaristas que he conocido), cien veces volvería a «seguir» el mismo camino: el del sacerdocio católico, apostólico.
    Respodiendo al ¡SÍGUEME! de Cristo: ¡Sí!
    Como Isaías: Ecce ego (hinnení): Mitte me! - ¡envíame! (Is 6, 8).
    Missus: «misionero» del Amor con que caminaste por el mundo.

Isidro Gomá


026 Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos. Vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad. Vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías. Vale la pena vivir por el Reino el celibato sacerdotal, vivirlo responsablemente, aunque os exija no pocos sacrificios. El Señor no abandona a los suyos. — JUAN PABLO II