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CAPÍTULO II
MINISTERIO DE LOS PRESBÍTEROS
I. FUNCIONES DE LOS
PRESBÍTEROS
Los presbíteros,
ministros de la palabra de Dios
4. El pueblo de
Dios se reúne, ante todo, por la palabra de Dios vivo[24],
que con todo derecho hay que esperar de la boca de los sacerdotes[25].
Pues como nadie puede salvarse, si antes no cree[26], los presbíteros,
como cooperadores de los obispos, tienen como obligación
principal el anunciar a todos el evangelio de Cristo[27], para
constituir e incrementar el pueblo de Dios, cumpliendo el mandato
del Señor: "Id por todo el mundo y predicar el evangelio
a toda criatura" (Mc., 16, 15)[28]. Porque con la palabra
de salvación se suscita la fe en el corazón de
los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con
la fe empieza y se desarrolla la congregación de los
fieles, según la sentencia del Apóstol: "La
fe viene por la predicación, y la predicación
por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). Los presbíteros,
pues, se deben a todos, en cuanto a todos deben comunicar la
verdad del evangelio[29] que poseen en el Señor. Por
tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando
entre ellos una conducta ejemplar[30], ya anuncien a los no
creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente,
ya enseñen el catecismo cristiano o expongan la doctrina
de la Iglesia, ya procuren tratar los problemas actuales a la
luz de Cristo, es siempre su deber enseñar, no su propia
sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente
a todos a la conversión y a la santidad[31]. Pero la
predicación sacerdotal, muy difícil con frecuencia
en las actuales circunstancias del mundo, para mover mejor a
las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios, no
sólo de una forma general y abstracta, sino aplicando
a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del
evangelio.
Con ello se desarrolla el ministerio de la palabra de muchos
modos, según las diversas necesidades de los oyentes
y los carismas de los predicadores. En las regiones o núcleos
no cristianos, los hombres son atraídos a la fe y a los
sacramentos de la salvación por el mensaje evangélico[32];
pero en la comunidad cristiana, atendiendo, sobre todo, a aquellos
que comprenden o creen poco lo que celebran, se requiere la
predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos,
puesto que son sacramentos de fe, que procede de la palabra
y de ella se nutre[33]. Esto se aplica especialmente a la liturgia
de la palabra en la celebración de la misa, en que el
anuncio de la muerte y de la resurrección del Señor
y la respuesta del pueblo que escucha se unen inseparablemente
con la oblación misma con la que Cristo confirmó
en su sangre la Nueva Alianza, oblación a la que se unen
los fieles o con el deseo o con la recepción del sacramento[34].
Los presbíteros,
ministros de los sacramentos y de la eucaristía
5. Dios, que es
el solo santo y santificador, quiso tener a los hombres como
socios y colaboradores suyos, a fin de que le sirvan humildemente
en la obra de la santificación. Por esto congrega Dios
a los presbíteros, por ministerio de los obispos, para
que, participando de una forma especial del Sacerdocio de Cristo,
en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros
de Quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente
por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia[35]. Por el
bautismo introducen a los hombres en el pueblo de Dios; por
el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecadores con
Dios y con la Iglesia; con la unción alivian a los enfermos;
con la celebración, sobre todo, de la misa ofrecen sacramentalmente
el Sacrificio de Cristo. En la administración de todos
los sacramentos, como atestigua san Ignacio Mártir[36],
ya en los primeros tiempos de la Iglesia, los presbíteros
se unen jerárquicamente con el obispo, y así lo
hacen presente en cierto modo en cada una de las asambleas de
los fieles[37].
Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios
eclesiásticos y las obras del apostolado, están
unidos con la eucaristía y hacia ella se ordenan[38].
Pues en la Sagrada eucaristía se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia[39], es decir, Cristo en persona, nuestra
Pascua y pan vivo que, con su Carne, por el Espíritu
santo vivificada y vivificante, da vida a los hombres que de
esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí
mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con
El. Por lo cual, la eucaristía aparece como la fuente
y cima de toda la evangelización; los catecúmenos,
al introducirse poco a poco en la participación de la
eucaristía, y los fieles ya marcados por el sagrado bautismo
y confirmación, por medio de la recepción de la
eucaristía se injertan plenamente en el cuerpo de Cristo.
Es, pues, la celebración eucarística el centro
de la congregación de los fieles que preside el presbítero.
Enseñan los presbíteros a los fieles a ofrecer
al Padre en el sacrificio de la misa la Víctima divina
y a ofrendar la propia vida juntamente con ella; les instruyen
en el ejemplo de Cristo pastor, para que sometan sus pecados
con corazón contrito a la Iglesia en el Sacramento de
la Penitencia, de forma que se conviertan cada día más
hacia el Señor, acordándose de sus palabras: "Arrepentíos,
porque se acerca el Reino de los cielos" (Mt., 4, 17).
Les enseñan, igualmente, a participar en la celebración
de la sagrada liturgia, de forma que en ella lleguen también
a una oración sincera; les llevan como de la mano a un
espíritu de oración cada vez más perfecto,
que han de actualizar durante toda la vida, en conformidad con
las gracias y necesidades de cada uno; llevan a todos al cumplimiento
de los deberes del propio estado, y a los más fervorosos
les atraen hacia la práctica de los consejos evangélicos,
acomodada a la condición de cada uno. Enseñan,
por tanto, a los fieles a cantar al Señor en sus corazones
himnos y cánticos espirituales, dando siempre gracias
por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo[40].
Los loores y acciones de gracias que elevan en la celebración
de la eucaristía los presbíteros, las continúan
por las diversas horas del día en el rezo del Oficio
Divino, con que, en nombre de la Iglesia, piden a Dios por todo
el pueblo a ellos confiado o, por mejor decir, por todo el mundo.
La casa de oración en que se celebra y se guarda la Sagrada
eucaristía, y se reúnen los fieles, y en la que
se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del
Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el
ara sacrificial, debe de estar limpia y dispuesta para la oración
y para las funciones sagradas[41]. En ella son invitados los
pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva
de quien por su Humanidad infunde continuamente la vida divina
en los miembros de su Cuerpo[42]. Procuren los presbíteros
cultivar convenientemente la ciencia y, sobre todo, las prácticas
litúrgicas, a fin de que por su ministerio litúrgico
las comunidades cristianas que se les han encomendado alaben
cada día con más perfección a Dios, Padre,
Hijo y Espíritu santo.
Los presbíteros,
rectores del pueblo de Dios
6. Los presbíteros,
ejerciendo según su parte de autoridad el oficio de Cristo
Cabeza y pastor, reúnen, en nombre del obispo, a la familia
de Dios, como una fraternidad unánime, y la conducen
a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu[43].
Mas para el ejercicio de este ministerio, lo mismo que para
las otras funciones del presbítero, se confiere la potestad
espiritual, que, ciertamente, se da para la edificación[44].
En la edificación de la Iglesia los presbíteros
deben vivir con todos con exquisita delicadeza, a ejemplo del
Señor. Deben comportarse con ellos, no según el
beneplácito de los hombres[45], sino conforme a las exigencias
de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles
y amonestándoles como a hijos amadísimos[46],
a tenor de las palabras del apóstol: "Insiste a
tiempo y destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda
longanimidad y doctrina" (2 Tim 4, 2)[47].
Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores
en la fe, el procurar personalmente, o por medio de otros, que
cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu santo
a cultivar su propia vocación según el evangelio,
a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo
nos liberó[48]. De poco servirán las ceremonias,
por hermosas que sean, o las asociaciones, aunque florecientes,
si no se ordenan a formar a los hombres para que consigan la
madurez cristiana[49]. En su consecución les ayudarán
los presbíteros para poder averiguar qué hay que
hacer o cuál sea la voluntad de Dios en los mismos acontecimientos
grandes o pequeños. Enséñese también
a los cristianos a no vivir sólo para sí, sino
que, según las exigencias de la nueva ley de la caridad,
ponga cada uno al servicio del otro el don que recibió[50]
y cumplan así todos cristianamente su deber en la comunidad
humana.
Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados
a sí de una manera especial a los pobres y a los más
débiles, a quienes el Señor se presenta asociado[51],
y cuya evangelización se da como prueba de la obra mesiánica[52].
También se atenderá con diligencia especial a
los jóvenes y a los cónyuges y padres de familia.
Es de desear que éstos se reúnan en grupos amistosos
para ayudarse mutuamente a vivir con más facilidad y
plenitud su vida cristiana, penosa en muchas ocasiones. No olviden
los presbíteros que todos los religiosos, hombres y mujeres,
por ser la porción selecta en la casa del Señor,
merecen un cuidado especial para su progreso espiritual en bien
de toda la Iglesia. Atiendan, por fin, con toda solicitud a
los enfermos y agonizantes, visitándolos y confortándolos
en el Señor[53].
Pero el deber del pastor no se limita al cuidado particular
de los fieles, sino que se extiende propiamente también
a la formación de la auténtica comunidad cristiana.
Mas, para atender debidamente al espíritu de comunidad,
debe abarcar, no sólo la Iglesia local, sino la Iglesia
universal. La comunidad local no debe atender solamente a sus
fieles, sino que, imbuida también por el celo misionero,
debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo. Siente,
con todo, una obligación especial para con los catecúmenos
y neófitos que hay que formar gradualmente en el conocimiento
y práctica de la vida cristiana.
No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz
y quicio la celebración de la Sagrada eucaristía[54]:
por ella, pues, hay que empezar toda la formación para
el espíritu de comunidad. Esta celebración, para
que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras
da caridad y de mutua ayuda de unos para con otros, que a la
acción misional y a las varias formas del testimonio
cristiano.
Además, la comunidad eclesial ejerce por la caridad,
por la oración, por el ejemplo y por las obras de penitencia
una verdadera maternidad respecto a las almas que debe llevar
a Cristo. Porque ella es un instrumento eficaz que indica o
allana el camino hacia Cristo y su Iglesia a los que todavía
no creen, que anima también a los fieles, los alimenta
y fortalece para la lucha espiritual.
En la estructuración de la comunidad cristiana, los presbíteros
no favorecen a ninguna ideología ni partido humano, sino
que, como mensajeros del evangelio y pastores de la Iglesia,
empeñan toda su labor en conseguir el incremento espiritual
del cuerpo de Cristo.
II. RELACIONES DE LOS
PRESBÍTEROS CON OTRAS PERSONAS
Relación entre
los obispos y los presbíteros
7. Todos los presbíteros,
juntamente con los obispos, participan de tal modo el mismo
y único sacerdocio y ministerio de Cristo, que la misma
unidad de consagración y de misión exige una unión
jerárquica de ellos con el Orden de los obispos[55],
unión que manifiestan perfectamente a veces en la concelebración
litúrgica, y unidos a los cuales profesan que celebran
la comunión eucarística[56]. Por tanto, los obispos,
por el don del Espíritu santo que se ha dado a los presbíteros
en la Sagrada ordenación, los tienen como necesarios
colaboradores y consejeros en el ministerio y función
de enseñar, de santificar y de apacentar la plebe de
Dios[57]. Cosa que proclaman cuidadosamente los documentos litúrgicos
ya desde los antiguos tiempos de la Iglesia, al pedir solemnemente
a Dios sobre el presbítero que se ordena la infusión
"del espíritu de gracia y de consejo, para que ayude
y gobierne al pueblo con corazón puro"[58], como
se propagó en el desierto el espíritu de Moisés
sobre las almas de los setenta varones prudentes[59], "con
cuya colaboración en el pueblo gobernó fácilmente
multitudes innumerables"[60]. Por esta comunión,
pues, en el mismo sacerdocio y ministerio, tengan los obispos
a sus sacerdotes como hermanos y amigos[61], y preocúpense
cordialmente, en la medida de sus posibilidades, de su bien
material y, sobre todo, espiritual. Porque sobre ellos recae
principalmente la grave responsabilidad de la santidad de sus
sacerdotes[62]: tengan, por consiguiente, un cuidado exquisito
en la continua formación de su presbiterio[63]. Escúchenlos
con gusto, consúltenles incluso y dialoguen con ellos
sobre las necesidades de la labor pastoral y del bien de la
diócesis. Y para que esto sea una realidad, constitúyase
de una manera apropiada a las circunstancias y necesidades actuales[64],
con estructura y normas que ha de determinar el derecho, un
consejo o senado[65] de sacerdotes, representantes del presbiterio,
que puedan ayudar eficazmente, con sus consejos, al obispo en
el régimen de la diócesis.
Los presbíteros, por su parte, considerando la plenitud
del Sacramento del Orden de que están investidos los
obispos, acaten en ellos la autoridad de Cristo, supremo pastor.
Estén, pues, unidos a su obispo con sincera caridad y
obediencia[66]. Esta obediencia sacerdotal, ungida de espíritu
de cooperación, se funda especialmente en la participación
misma del ministerio episcopal que se confiere a los presbíteros
por el Sacramento del Orden y por la misión canónica[67].
La unión de los presbíteros con los obispos es
mucho más necesaria en estos tiempos, porque en ellos,
por diversas causas, las empresas apostólicas, no solamente
revisten variedad de formas, sino que además es necesario
que excedan los límites de una parroquia o de una diócesis.
Ningún presbítero, por ende, puede cumplir cabalmente
su misión aislada o individualmente, sino tan sólo
uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección
de quienes están al frente de la Iglesia.
Unión y cooperación
fraterna entre los presbíteros
8. Los presbíteros,
constituidos por la ordenación en el Orden del Presbiterado,
están unidos todos entre sí por la íntima
fraternidad sacramental, y forman un presbiterio especial en
la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el obispo
propio. Porque aunque se entreguen a diversas funciones, desempeñan
con todo un solo ministerio sacerdotal para los hombres. Para
cooperar en esta obra son enviados todos los presbíteros,
ya ejerzan el ministerio parroquial o interparroquial, ya se
dediquen a la investigación o a la enseñanza,
ya realicen trabajos manuales, participando, con la conveniente
aprobación del ordinario, de la condición de los
mismos obreros donde esto parezca útil; ya desarrollen,
finalmente, otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado.
Todos tienden ciertamente a un mismo fin: a la edificación
del cuerpo de Cristo, que, sobre todo en nuestros días,
exige múltiples trabajos y nuevas adaptaciones. Es de
suma trascendencia, por tanto, que todos los presbíteros,
diocesanos o religiosos, se ayuden mutuamente para ser siempre
cooperadores de la verdad[68]. Cada uno está unido con
los demás miembros de este presbiterio por vínculos
especiales de caridad apostólica, de ministerio y de
fraternidad: esto se expresa litúrgicamente ya desde
los tiempos antiguos, al ser invitados los presbíteros
asistentes a imponer sus manos sobre el nuevo elegido, juntamente
con el obispo ordenante, y cuando concelebran la Sagrada eucaristía
unidos cordialmente. Cada uno de los presbíteros se une,
pues, con sus hermanos por el vínculo de la caridad,
de la oración y de la total cooperación, y de
esta forma se manifiesta la unidad con que Cristo quiso que
fueran consumados para que conozca el mundo que el Hijo fue
enviado por el Padre[69].
Por lo cual, los que son de edad avanzada reciban a los jóvenes
como verdaderos hermanos, ayúdenles en las primeras empresas
y labores del ministerio, esfuércense en comprender su
mentalidad, aunque difiera de la propia, y miren con benevolencia
sus iniciativas. Los jóvenes, a su vez, respeten la edad
y la experiencia de los mayores, pídanles consejo sobre
los problemas que se refieren a la cura de las almas y colaboren
gustosos.
Guiados por el espíritu fraterno, los presbíteros
no olviden la hospitalidad[70], practiquen la beneficencia y
la asistencia mutua[71], preocupándose sobre todo de
los que están enfermos, afligidos, demasiado recargados
de trabajos, aislados, desterrados de la patria, y de los que
se ven perseguidos[72]. Reúnanse también gustosos
y alegres para descansar, pensando en aquellas palabras con
que el Señor invitaba, lleno de misericordia, a los apóstoles
cansados: "Venid a un lugar desierto, y descansad un poco"
(Mc 6, 31). Además, a fin de que los presbíteros
encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e
intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren
de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad, foméntese
alguna especie de vida común o alguna conexión
de vida entre ellos, que puede tomar formas variadas, según
las diversas necesidades personales o pastorales; por ejemplo,
vida en común, donde sea posible; de mesa común,
o a lo menos de frecuentes y periódicas reuniones. Hay
que tener también en mucha estima y favorecer diligentemente
las asociaciones que, con estatutos reconocidos por la competente
autoridad eclesiástica, por una apta y convenientemente
aprobada ordenación de la vida y por la ayuda fraterna,
pretenden servir a todo el orden de los presbíteros.
Finalmente, por razón de la misma comunión en
el sacerdocio, siéntanse los presbíteros especialmente
obligados para con aquellos que se encuentran en alguna dificultad;
ayúdenles oportunamente como hermanos y aconséjenles
discretamente, si es necesario. Manifiesten siempre caridad
fraterna y magnanimidad para con los que fallaron en algo, pidan
por ellos instantemente a Dios y muéstrenseles en realidad
como hermanos y amigos.
Trato de los presbíteros
con los seglares
9. Los sacerdotes
del nuevo testamento, aunque por razón del Sacramento
del Orden ejercen el ministerio de padre y de maestro, importantísimo
y necesario en el pueblo y para el pueblo de Dios, sin embargo,
son, juntamente con todos los fieles cristianos, discípulos
del Señor, hechos partícipes de su reino por la
gracia de Dios que llama[73]. Con todos los regenerados en la
fuente del bautismo los presbíteros son hermanos entre
los hermanos[74], puesto que son miembros de un mismo Cuerpo
de Cristo, cuya edificación se exige a todos[75].
Los presbíteros, por tanto, deben presidir de forma que,
buscando, no sus intereses, sino los de Jesucristo[76], trabajen
juntamente con los fieles seglares y se porten entre ellos a
imitación del Maestro, que entre los hombres "no
vino a ser servido, sino a servir, y dar su vida en redención
de muchos" (Mt 20, 28). Reconozcan y promuevan sinceramente
los presbíteros la dignidad de los seglares y la suya
propia, y el papel que desempeñan los seglares en la
misión de la Iglesia. Respeten asimismo cuidadosamente
la justa libertad que todos tienen en la ciudad terrestre. Escuchen
con gusto a los seglares, considerando fraternalmente sus deseos
y aceptando su experiencia y competencia en los diversos campos
de la actividad humana, a fin de poder reconocer juntamente
con ellos los signos de los tiempos. Examinando los espíritus
para ver si son de Dios[77], descubran con el sentido de la
fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes
como los más elevados; reconociéndolos con gozo
y fomentándolos con diligencia. Entre los otros dones
de Dios, que se hallan abundantemente en los fieles, merecen
especial cuidado aquellos por los que no pocos son atraídos
a una vida espiritual más elevada. Encomienden también
confiadamente a los seglares trabajos en servicio de la Iglesia,
dejándoles libertad y radio de acción, invitándolos
incluso oportunamente a que emprendan sus obras por propia iniciativa[78].
Piensen, por fin, los presbíteros que están puestos
en medio de los seglares para conducirlos a todos a la unidad
de la caridad: "amándose unos a otros con amor fraternal,
honrándose a porfía mutuamente" (Rom 12,
10). Deben, por consiguiente, los presbíteros consociar
las diversas inclinaciones de forma que nadie se sienta extraño
en la comunidad de los fieles. Son defensores del bien común,
del que tienen cuidado en nombre del obispo, y al propio tiempo
defensores valientes de la verdad, para que los fieles no se
vean arrastrados por todo viento de doctrina[79]. A su especial
cuidado se encomiendan los que se retiraron de los sacramentos,
e incluso quizá desfallecieron en la fe; no dejen de
llegarse a ellos, como buenos pastores.
Atendiendo a las normas del ecumenismo[80], no se olvidarán
de los hermanos que no disfrutan de una plena comunión
eclesiástica con nosotros.
Tendrán, por fin, como encomendados a sus cuidados a
todos los que no conocen a Cristo como a su Salvador.
Los fieles cristianos, por su parte, han de sentirse obligados
para con sus presbíteros, y por ello han de profesarles
un amor filial, como a sus padres y pastores; y al mismo tiempo,
siendo partícipes de sus desvelos, ayuden a sus presbíteros
cuanto puedan con su oración y su trabajo, para que éstos
logren superar convenientemente sus dificultades y cumplir con
más provecho sus funciones[81].
III. DISTRIBUCIÓN
DE LOS PRESBÍTEROS Y VOCACIONES SACERDOTALES
10. El don espiritual que recibieron los presbíteros
en la ordenación no los dispone para una misión
limitada y restringida, sino para una misión amplísima
y universal de salvación "hasta los extremos de
la tierra" (Hech 1, 8), porque cualquier ministerio sacerdotal
participa de la misma amplitud universal de la misión
confiada por Cristo a los apóstoles. Pues el sacerdocio
de Cristo, de cuya plenitud participan verdaderamente los presbíteros,
se dirige por necesidad a todos los pueblos y a todos los tiempos,
y no se coarta por límites de sangre, de nación
o de edad, como ya se significa de una manera misteriosa en
la figura de Melquisedec[82]. Piensen, por tanto, los presbíteros
que deben llevar en el corazón la solicitud de todas
las iglesias. Por lo cual, los presbíteros de las diócesis
más ricas en vocaciones han de mostrarse gustosamente
dispuestos a ejercer su ministerio, con el beneplácito
o el ruego del propio ordinario, en las regiones, misiones u
obras afectadas por la carencia de clero.
Revísense además las normas sobre la incardinación
y excardinación, de forma que, permaneciendo firme esta
antigua disposición, respondan mejor a las necesidades
pastorales del tiempo. Y donde lo exija la consideración
del apostolado, háganse más factibles, no sólo
la conveniente distribución de los presbíteros,
sino también las obras pastorales peculiares a los diversos
grupos sociales que hay que llevar a cabo en alguna región
o nación, o en cualquier parte de la tierra. Para ello,
pues, pueden establecerse útilmente algunos seminarios
internacionales, diócesis peculiares o prelaturas personales
y otras providencias por el estilo, en las que puedan entrar
o incardinarse los presbíteros para el bien común
de toda la Iglesia, según módulos que hay que
determinar para cada caso, quedando siempre a salvo los derechos
de los ordinarios del lugar.
Sin embargo, en cuanto sea posible, no se envíen aislados
los presbíteros a una región nueva, sobre todo
si aún no conocen bien la lengua y las costumbres, sino
de dos en dos, o de tres en tres, a la manera de los discípulos
de Cristo[83], para que se ayuden mutuamente. Es necesario también
prestar un cuidado exquisito a su vida espiritual y a su salud
de la mente y del cuerpo; y en cuanto sea posible, prepárense
para ellos lugares y condiciones de trabajo conformes con la
idiosincrasia de cada uno. Es también muy conveniente
que todos los que se dirigen a una nueva nación procuren
conocer cabalmente, no sólo la lengua de aquel lugar,
sino también la índole psicológica y social
característica de aquel pueblo al que quieren servir
humildemente, uniéndose con él cuanto mejor puedan,
de forma que imiten el ejemplo del apóstol Pablo, que
pudo decir de sí mismo: "Pues siendo del todo libre,
me hice siervo de todos, para ganarlos a todos. Y me hago judío
con los judíos, para ganar a los judíos" (1 Cor., 9, 19-20).
Atención de
los presbíteros a las vocaciones sacerdotales
11. El pastor y
obispo de nuestras almas[84] constituyó su Iglesia de
forma que el Pueblo que eligió y adquirió con
su sangre[85] debía tener sus sacerdotes siempre, y hasta
el fin del mundo, para que los cristianos no estuvieran nunca
como ovejas sin pastor[86]. Conociendo los apóstoles
este deseo de Cristo, por inspiración del Espíritu
santo, pensaron que era obligación suya elegir ministros
"capaces de enseñar a otros" (2 Tim 2, 2).
Oficio que ciertamente pertenece a la misión sacerdotal
misma, por lo que el presbítero participa en verdad de
la solicitud de toda la Iglesia para que no falten nunca operarios
al pueblo de Dios aquí en la tierra. Pero, ya que "hay
una causa común entre el piloto de la nave y el navío..."[87],
enséñese a todo el pueblo cristiano que tiene
obligación de cooperar de diversas maneras, por la oración
perseverante y por otros medios que estén a su alcance[88],
a fin de que la Iglesia tenga siempre los sacerdotes necesarios
para cumplir su misión divina. Ante todo, preocúpense
los presbíteros de exponer a los fieles, por el ministerio
de la palabra y con el testimonio propio de su vida, que manifieste
abiertamente el espíritu de servicio y el verdadero gozo
pascual, la excelencia y necesidad del sacerdocio; y de ayudar
a los que prudentemente juzgaren idóneos para tan gran
ministerio, sean jóvenes o adultos, sin escatimar preocupaciones
ni molestias, para que se preparen convenientemente y, por tanto,
puedan ser llamados algún día por el obispo, salva
la libertad interna y externa de los candidatos. Para lograr
este fin es muy importante la diligente y prudente dirección
espiritual. Los padres y los maestros, y todos aquellos a quienes
atañe de cualquier manera la formación de los
niños y de los jóvenes, edúquenlos de forma
que, conociendo la solicitud del Señor por su rebaño
y considerando las necesidades de la Iglesia, estén preparados
a responder generosamente con el profeta al Señor, si
los llama: "Heme aquí, envíame" (Is 6, 8). No hay, sin embargo, que esperar que esta voz del Señor
que llama llegue a los oídos del futuro presbítero
de una forma extraordinaria. Más bien hay que captarla
y juzgarla por las señales ordinarias con que a diario
conocen la voluntad de Dios los cristianos prudentes; señales
que los presbíteros deben considerar con mucha atención[89].
A ellos se recomienda encarecidamente las obras de las vocaciones,
ya diocesanas, ya nacionales[90]. Es necesario que en la predicación,
en la catequesis, en la prensa se declaren elocuentemente las
necesidades de la Iglesia, tanto local como universal; se expongan
a la luz del día el sentido y la dignidad del ministerio
sacerdotal, puesto que en él se entreveran tantos trabajos
con tantas satisfacciones, y en el cual, sobre todo, como enseñan
los padres, puede darse a Cristo el máximo testimonio
del amor[91].
NOTAS:
[24] Cf. 1 Pe
1, 23; Hech 6, 7; 12, 24; S. Agustín, In Ps., 44, 23:
PL 36, 508: "Predicaron (los apóstoles) la palabra
de la verdad y engendraron las iglesias".
[25] Cf. Mt 2, 7; 1 Tim 4, 11-13; 2 Tim 4, 5; Tim 1,
9.
[26] Cf. Mc 16, 16.
[27] Cf. 2 Cor 11, 7. Lo que se dice de los obispos puede
aplicarse también a los presbíteros, por ser sus
cooperadores. Cf. Statuta Ecclesiae Antiqua, c. 3: ed. Ch. Munier,
París, 1960, p. 79: Decretum Gratiani, C. 6, D, 88: ed.
Friedberg, 1, 307; Conc. Trident. Decr. De Reform. Sess. V,
c. 2, n. 9: Conc. Oec. Decreta, ed. Herder, Roma, 1963, p. 645;
Sess. XXIV, c. 4 (p. 739); Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia,
n. 25: AAS 57 (1965), pp. 29-31.
[28] Cf. Constitutiones Apostolorum, II, 26, 7 (ed. F. X. Funk,
Didascalia et Constitutiones Apostolorum, I, Paderborn, 1905,
p. 105): "Sean (los presbíteros) maestros de la
ciencia divina, puesto que el Señor nos envió
con estas palabras: Id y enseñad, etc.". El Sacramentarium
Leonianum y los demás sacramentarios hasta el Pontifical
Romano, Prefacio en la ordenación del presbítero:
"Con esta providencia, Señor, diste a los apóstoles
de tu Hijo maestros de la fe como compañeros, y llenaron
el mundo con predicaciones acertadas". Liber Ordinum Liturgiae
Mozarabicae, Prefacio para la ordenación del presbítero:
"Maestro de las muchedumbres y gobernante de los súbditos,
mantenga en orden la fe católica y anuncie a todos la
verdadera salvación" (Ed. M. Férotin, París,
1904, col. 55).
[29] Cf. Gál 2, 5.
[30] Cf. 1 Pe 2, 12.
[31] Cf. Rito de la ordenación del presbítero
en la Iglesia alejandrina de los jacobistas: "... Congrega
tu pueblo a la palabra de la doctrina, como la madre que da
calor a sus hijos". (H. Denzinger, Ritus Orientalium, tom.
II, Würzburg, 1863, p. 14).
[32] Cf. Mt 28, 19; Mc 16, 16: Tertuliano, De baptismo,
16; S. Atanasio, Oratio 40 contra Arianos, 42: PG 26, 237; S.
Jerónimo, In Matt., 28, 19: PL 26, 218 BC: "En primer
lugar enseñan a todas las gentes, y una vez enseñadas
las bañan con el agua. Porque no es posible que el cuerpo
reciba el sacramento del bautismo, si antes no ha recibido el
alma la verdad"; santo Tomás de Aquino, In primam
Decretalem: Nuestro Salvador, al enviar a sus discípulos
a predicar, les mandó estas dos cosas: En primer lugar,
que enseñaren la fe; en segundo, que dieran a los creyentes
los sacramentos.
[33] Cf. Conc. Vatic. II, Const. dogm. De Sacra Liturgia, n.
35, 2: AAS 56 (1964), p. 109.
[34] Cf. Ibid. nn. 33, 35, 48, 52; ib., pp. 108-109,
113, 114.
[35] Cf. Ibid., n. 7, pp. 100-101; Pío XII, Encícl.
Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943: AAS 35 (1943), p.
230.
[36] san Ignacio Mártir, Smyrn., 8, 1-2: Ed. Funk, p.
282, 6-15; Constitutiones Apostolorum, VIII, 12, 3: Ed. F. X.
Funk, p. 496; VIII, 2, p. 532.
[37] Cf. Conc. Vatic. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 28: AAS
57 (1965), pp. 33-36.
[38] "La eucaristía es como la consumación
de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos"
(santo Tomás, Summa Theol., III, q. 73, a. 3 c.); cf.
Summa Theol., III, q. 65, a. 3.
[39] Cf. santo Tomás, Summa Theol., III, q. 66, a. 3,
ad 1; y 79, a. 1, c, y a. 1.
[40] Cf. Ef 5, 19, 20.
[41] Cf. san Jerónimo, Epist. 114, 2: "... y los
sagrados cálices y los santos paños, y lo demás
que se refiere a la pasión del Señor..., por el
contacto del cuerpo y de la sangre del Señor hay que
venerarlos con el mismo respeto que su cuerpo y su sangre".
(PL 934). Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Sacra Liturgia,
nn. 122-127: AAS 56 (1964), pp. 130-132.
[42] Pablo VI, Encicl. Mysterium Fidei, del 3 de setiembre de
1965: AAS 57 (1965), p. 771: "Además, durante el
día, los fieles no omitan el hacer la visita al santísimo
Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo
con el máximo honor en las iglesias, conforme a las leyes
litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud,
signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor,
allí presente".
[43] Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 28: AAS
57 (1965), pp. 33-36.
[44] Cf. 2 Cor 10, 8; 13, 10.
[45] Cf. Gál 1, 10.
[46] Cf. 1 Co 4, 14.
[47] Cf. Didascalia, II, 34, 2-3; II, 46, 6; II, 47, 1; Constitutiones
Apostolorum, II, 47, 1 (ed. F. X. Funk, Didascalia et Constitutiones,
I, pp. 116, 142 y 143).
[48] Cf. Gál 4, 3; 5, 1 y 13.
[49] Cf. S. Jerónimo, Epist., 58, 7: PL 22, 584: "¿Qué
utilidad hay en que las paredes estén revestidas de piedras
preciosas y que Cristo muera en la pobreza?".
[50] Cf. 1 Pe 4, 105.
[51] Cf. Mt 25, 34-45.
[52] Cf. Lc 4, 18.
[53] Pueden nombrarse otras categorías; por ejemplo,
los emigrantes, los nómadas, etc. De ellos se trata en
el decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral
de los obispos en la Iglesia; cf. Didascalia, II, 59, 1-3: "En
tu enseñanza manda y exhorta que el pueblo se reúna
en la iglesia y que nunca falten de ella, sino que vivan siempre
y no aminoren la Iglesia cuando se retiran, ni le disminuyan
los miembros del cuerpo de Cristo... Siendo vosotros miembros
de Cristo, no os disperséis de la iglesia, como hacéis
cuando no os reunís; teniendo, pues, a Cristo presente
y comunicando con vosotros como Cabeza, según lo prometió,
no os despreciéis a vosotros mismos, ni alejéis
a Cristo de sus miembros, ni rasguéis, ni desparraméis
su cuerpo...".
[54] Cf. Pablo VI, Alloc. a los clérigos italianos que
asistieron a la XIII Asamblea en Urbieto, sobre "la actualización
pastoral", del 6 de setiembre de 1963: AAS 55 (1963), p.
750 s.
[55] Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia: AAS 57 (1965),
p. 35.
[56] Cf. la llamada Constitutionem Ecclesiasticam Apostolorum,
XIII: "Los presbíteros son los participantes con
los obispos de sus misterios y de sus luchas" (ed. Th.
Schermann, Die allgemeine Kirchenordnung, I, Paderborn, 1914,
p. 26); A. Harnack, T. u, U., II, 4, p. 13, n. 18 y 19); Pseudo
Jerónimo, De septem ordinibus Ecclesiae: "... en
la bendición son consortes de los misterios juntamente
con los obispos" (ed. A. W. Kalff, Wüurzburg, 1937,
p. 45); S. Isidoro de Sevilla, De Ecclesiasticis Officiis, c.
VII: PL 83, 787: "Presiden, pues, la Iglesia de Cristo,
y en la consagración del Cuerpo y de la sangre son consortes
con los obispos, e igualmente lo son en el adoctrinar a los
pueblos y en la función de predicar".
[57] Cf. Didascalia, II, 28, 4 (ed. F. X. Funk, p. 108); Constitutione
Apostolorum, II, 28, 4; II, 32, s. (ibid., pp. 109 y 117).
[58] Constitutiones Apostolorum, VIII, 16, 4 (ed. Funk, I, p.
522, 13); cf. Epitome Const. Apostol., VI (ibid. II, p. 80,
3-4); Testamentum Domini: "... dale el Espíritu
de la gracia, del consejo, de la magnanimidad, del presbiterado...
para colaborar en la obra de regir a tu pueblo en el temor,
en la pureza de corazón" (trad. al lat. por I. E.
Rahmani, Moguncia, 1899, p. 69). También en Trad. Apost.
(ed. B. Botte, La Tradition Apostolique, Münster i. W.,
1963, p. 20).
[59] Cf. Num., II, 16-25.
[60] Pontificale Romanum, "De la ordenación del
presbítero", prefacio; palabras que se encuentran
ya en el Sacramentario Leoniano, Sacramentario Gregoriano. Y
palabras semejantes en las liturgias orientales; cf. Trad. Apost.:
"... dirige tu mirada hacia este tu siervo y concédele
el Espíritu de la gracia y del consejo para que ayude
a los presbíteros y gobierne tu pueblo santo con limpieza
de corazón, como miraste a tu pueblo elegido y mandaste
a Moisés que escogiera a los ancianos, a los que llenaste
del espíritu que diste a tu siervo" (de la antigua
versión latina Veronense, ed. B. Botte, La Tradition
Apostolique de S. Hippolyte. Essai de reconstruction, Münster
i. W., 1963, p. 20); Const. Apostol., VIII, 16, 4 (ed. Funk,
I, p. 522, 16-17); Epitome Const. Apostol., 6 (ed. Funk, II,
20, 5-8); Testamentum Domini (trad. latina de I. E. Rahmani,
Moguncia, 1899, p. 69); Euchologium Serapionis, XXVII (ed. Funk,
Didascalia et Constitutiones, II, p. 190, lín. 1-7);
Ritus Ordinationis in ritu Maronitarum (trad. lat. de H. Denzinger,
Ritus Orientalium, II, Würzburg, 1863, p. 161). Entre los
padres pueden citarse: Teodoro Mops., In 1 Tim., 3, 8 (ed. Swete,
II, pp. 119-121); Teodoretto, Quaestiones in Numeros, XVIII:
PG 80, 372 b.
[61] Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 28: AAS
57 (1965), p. 35.
[62] Cf. Juan XXIII, Encícl. Sacerdotii Nostri Primordia,
del 1 de agosto de 1959: AAS 57 (1959), p. 576; S. Pío
X, Exhortación al Clero Haerent animo, del 4 de agosto
de 1908; S. Pío X, Acta, vol. IV (1908), p. 237 ss.
[63] Cf. Conc. Vat. II, Decreto De pastorali Episcoporum munere
in Ecclesia, nn. 15 y 16.
[64] En el derecho establecido ya existe el Cabildo Catedral
como "senado y consejo del obispo", CIC, c. 391; en
su defecto, el Cuerpo de consultores diocesanos (cf. CIC, cc.
423-428). Es de desear, sin embargo, que se revisen tales instituciones
para adaptarlas mejor a las circunstancias y necesidades actuales.
Como se ve, este Cuerpo de presbíteros es distinto del
Consejo pastoral de que se trata en el decreto Christus Dominus,
sobre la función pastoral de los obispos en la Iglesia,
n. 27, integrado también por los seglares, y al que atañe
tan sólo el proveer sobre las obras pastorales. Sobre
los presbíteros, como consejeros de los obispos, pueden
verse las Didascalia, II, 28, 4 (ed. Funk, I, p. 108); también
Const. Apostol., II, 28, 4 (ed. Funk, I, p. 109); S. Ignacio
Mártir, Magn., 6, 1 (ed. Funk, p. 234, 10-16); Trall.,
3, 1 (ed. Funk, p. 244, 10-12); Orígenes, Adv. Cetsum,
3, 30: "Los presbíteros son consejeros "boúletai"":
PG 11, 957 d-960 a.
[65] S. Ignacio Mártir, Magn., 6, 1: "Os exhorto
que procuréis hacerlo todo en la concordia de Dios, y
los presbíteros, en lugar del senado apostólico,
y mis diáconos queridos, a quienes se ha confiado el
servicio de Jesucristo, que desde la eternidad estaba en el
seno del Padre y se nos manifestó al fin" (ed. Funk,
p. 234, 10-13); S. Ignacio Mártir, Trall., 3, 1: "De
igual manera respeten todos a los diáconos como a Jesucristo,
como al obispo, que es el representante del Padre, y a los presbíteros,
como senado de Dios y consejo de los apóstoles: sin ellos
no hay Iglesia" (ibíd., p. 244, 10-12); S. Ignacio
Mártir, Magn., VI, 1; Philad., VIII, 1; san Jerónimo,
In Isaiam, II, 3: PL 24, 61 A: "También nosotros
tenemos en la Iglesia nuestro senado, el Cuerpo de presbíteros".
[66] Cf. Pablo VI, Allocutio, a los párrocos y cuaresmeros,
en la Capilla Sixtina, el día 1 de marzo de 1965: AAS
57 (1965), p. 326.
[67] Cf. Const. Apostol., VIII, 47, 39: "Los presbíteros...
no hagan nada sin el beneplácito del obispo, porque él
es a quien ha sido confiado el pueblo de Dios y a quien se le
pedirá cuenta de sus almas" (ed. Funk, p. 577).
[68] Cf. 2 Jn 8.
[69] Cf. Jn 17, 23.
[70] Cf. Heb 13, 1-2.
[71] Cf. Heb 13, 16.
[72] Cf. Mt 5, 10.
[73] Cf. 1 Tes 2, 12; Col 1, 13.
[74] Cf. Mt 23, 8; Pablo VI, Encícl. Ecclesiam suam,
del 6 de agosto de 1964: AAS 58 (1964), p. 647: "Hace falta
hacerse hermano de los hombres en el momento mismo que queremos
ser sus pastores, padres y maestros".
[75] Cf. Ef 4, 7, 16; Const. Apostol., VII, 1, 20 (ed. Funk,
I, p. 467): "No se haga valer el obispo sobre los diáconos
o presbíteros, ni los presbíteros sobre el pueblo,
porque el conjunto del gremio resulta de ambos elementos".
[76] Cf. Flp 2, 21.
[77] Cf. 1 Jn 4, 1.
[78] Cf. Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 37: AAS
57 (1965), pp. 42-43.
[79] Cf. Ef 4, 14.
[80] Cf. Conc. Vat. II, Decr. De Oecumenismo: AAS (1965, pp.
90 ss)
[81] Conc. Vat. II, Const. dogm. De Ecclesia, n. 37: AAS 57
(1965), pp. 42-43.
[82] Cf. Heb 7, 3.
[83] Cf. Lc 10, 1.
[84] Cf. 1 Pe 2, 25.
[85] Cf. Hech 20, 28.
[86] Cf. Mt 9, 36.
[87] Pontificale Romanum, ordenación del presbítero.
[88] Cf. Conc. Vat. II, Decr. De institutione Sacerdotali, n.
2.
[89] Cf. Pablo VI, Exhortatio, habida el 5 de mayo de 1965:
L'Osservatore Romano, 6-V-65, p. 1: "La voz de Dios que
llama se expresa de dos formas diversas, maravillosas y convergentes:
una interior, la de la gracia, la del Espíritu santo,
la de la inefable atracción interior de la "voz
silenciosa" y potente del Señor ejercida en las
insondables profundidades del alma humana, y otra exterior,
humana, sensible, social, jurídica, concreta, la del
ministro cualificado de la palabra de Dios, la del apóstol,
la de la jerarquía, instrumento indispensable instituido
y querido por Cristo, como vehículo encargado de traducir
en lenguaje experimental el mensaje del Verbo y del precepto
divino. Así enseña con S. Pablo la doctrina católica:
¿Cómo oirán, si no hay quien les predique?...
La fe viene por la predicación" (Rom., 14 y 17).
[90] Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la Formación sacerdotal,
n. 2.
[91] Esto enseñan los padres cuando explican las palabras
de Cristo a Pedro: "¿Me amas...? Apacienta mis ovejas"
(Jn 21, 17); así S. Juan Crisóstomo, De Sacerdotio,
II, 1-2; PG 47-48, 633; san Gregorio Magno, Reg. Past. Liber,
P. I., c. 5: PL 77, 19 a.
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