YUKON volver al indice
 

     
Pese a la habitual puntualidad de KLM, no acababan de llamarnos para embarcar en el 642 New York — Ámsterdam. Cansados de esperar nos pusimos a hablar. Bueno, el que hablaba era él. Me contó que venía de Alaska.
     Al preguntarle si había navegado por el Yukon, el río de unos 3.000 km. que nace en Canadá, cruza Alaska y desemboca en el mar de Bering en un delta de múltiples brazos; si conocía Akulurak, Alakanuk, Bethel... abrió unos ojos como platos. Se imaginó que tenía delante a un geógrafo al servicio de la Unesco o algo así.
     Me dio pereza darle una aclaración explicativa. Le dije simplemente: «Llevo Alaska en el corazón desde hace muchos años».
     Y era verdad. Somos muchos los que la llevamos en el corazón por obra y gracia del padre Segundo Llorente. Aquel legendario misionero de Alaska, aventurero en el país de los eternos hielos, el de las crónicas akulurakeñas escritas en las lomas del Polo Norte y desde la desembocadura del Yukon, un río tan nuestro como el Eufrates, el Tigris o el Jordán.
     Una vez puse como penitencia de la confesión la lectura del capítulo 22 de «40 años en el Círculo Polar», titulado «Cruzando el Yukon». El joven penitente me dijo: «Esto no vale. Más que penitencia sería un regalo fenomenal».
     Le dije: «Si vale como penitencia el rezo del «Magníficat», ¿por qué no van a valer estas páginas de uno de los mayores misioneros del siglo XX?».
     Aquel joven me escribe a veces desde Africa. Y bromea diciendo: «En el «Yukon» que pasa cerca de la misión no hay salmones. ¡Qué bien si los hubiese!».