VOCACIÓN volver al indice
 

     Jesús hablaba en parábolas, en «comparanzas». Era un buen maestro: sabía lo que se hacía.
     Para hablar de la vocación las teorías siempre resultan confusas.
     Las «comparanzas», menos.

     Érase que se era un paralítico, empedernido lector del periódico diario. Cada mañana, una vez arreglado y desayunado, le dejaban los suyos, al salir a trabajar, junto a la puerta.
     A la hora en que presume él que ya ha llegado el periódico al quiosco de la plaza, al oír los pasos del primer transeúnte, exclama con amabilidad: —«Oiga, por favor». Pero inútil. El transeúnte en cuestión pasa tieso e inmutable. Ante tanta insensibilidad humana murmura el paralítico un par de jaculatorias no indulgenciadas.
     Al poco rato, otros pasos. —«Oiga, por favor». —«¿Qué desea, caballero?» —«Si pudiese acercarse a la plaza y traerme el periódico, le estaría muy agradecido. Estoy paralítico. No hay nadie en mi casa. Aquí está el importe». —«¡No faltaría más, amigo!» Y el segundo transeúnte busca y trae el periódico, que entrega al paralítico con una sonrisa.
     Aunque devora con pasión el paralítico las noticias del periódico, no por ello deja de oír los pasos de un tercer transeúnte. Los oye, pero sigue leyendo, sin decirle nada. ¡Para qué, si ya tiene el periódico!
     El tercer transeúnte —hombre servicial— hubiese estado dispuesto a traerle el periódico. Incluida sonrisa. Pero no se lo pidieron, no le llamaron, pese a que hubiesen podido pedírselo, pese a que hubiesen podido llamarle. No le llamaron, porque no le necesitaban. El segundo transeúnte —hombre servicial— trajo el periódico. Porque se lo pidieron, porque lo llamaron. ¿Y el primer transeúnte? Era sordo. No podía oír. No podía ser llamado.

     Incapacidad, mala petición (mala vocación), en el primer caso.
     Capacidad más llamada (buena vocación), en el segundo.
     Capacidad sin llamada (sin vocación), en el tercero.

     El ejemplo es demasiado simple, demasiado exagerado. Conforme. «Pensar, hablar, es siempre exagerar. Al hablar, al pensar, nos proponemos aclarar las cosas, y esto obliga a exacerbarlas, dislocarlas, esquematizarlas. Todo concepto es ya exageración». Pero es la única manera de no perderse en matices, en detalles secundarios.
     El ejemplo podría completarse indicando que en días posteriores, al pasar el segundo transeúnte, al ver que todavía no tiene el paralítico su periódico, se ofrece a traérselo. A lo que accede el anhelante lector. Habría que hablar de otras posibilidades coloreantes. Es verdad.
     Pero creo que la estructura básica de la vocación —de todas las vocaciones— nuclearmente está ahí. Una capacidad sobre la que se proyectan unas necesidades que llaman, que vocan.

     ¿Qué es la vocación? Una llamada a quien puede ser llamado y es necesitado.
     Nada más. Nada menos.
     Luego vendrá el amplio capítulo del cómo del llamante, del cómo del llamado. Pero no confundamos el cómo con el qué.