VIDENTE volver al indice
 

 
   ¿Qué sería del mundo sin el correo? Las cartas son como ventanas abiertas a la vida.
     Me escribe Mª. Paz.
     Licenciada en Historia hace años, se ha especializado después en Prospectiva. En la que ahora va a doctorarse: «Apoyada en la fidelidad de Jesús, voy a hacer mi consagración para siempre a Él el 17 de febrero, en Cáceres».
     Recuerdo que cuando le daba clase —no siempre llegaba puntual— tomaba notas de mis pedagogías no en folios sino en fichas.
     Pensando en su fichero acabo de enviarle ésta:

A Saúl, hijo de Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Bekorat, hijo de Afiaj (¡que a los historiadores les encantan las genealogías!) se le habían extraviado unas asnas. Preocupado buscó a Samuel para que le orientara. Subió a la ciudad y, topando con él, sin conocerle, le dijo: «Indícame, por favor, dónde está el vidente». A lo que el interpelado repuso: «Yo soy el vidente» (1 Sam 9, 1-19).

Mª Paz, desde hoy has de repetir con tu vida estas palabras de Samuel. Este es tu oficio. Porque «el que ha visto, da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis» (Jn 19, 35). Esto es ser religioso.

     El participio presente del verbo «ver» (vidente = el que ve) sólo se aprende viendo. Y que «sólo Dios basta» sólo se aprende viéndolo.