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     El profesor hablaba de la acción de la luz, y del color, y de los ojos. Y me miraba compasivo viéndome lejano tras los cristales de mis gafas.
     Y yo pensaba que sí, que aquello era verdad. Y que no, que no lo era. Sabía que los ojos son nuestras ventanas al mundo, a la luz, a la vida. Pero también recordaba las palabras del zorro que tan bien aprendió el pequeño príncipe: «Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial resulta invisible para los ojos».
     Ahora, cuando alguien me habla de vocación, no me fijo casi en los cristales de las gafas. Miro a los otros ojos. Y a veces, es triste confesarlo, descubro que hay mucha miopía alrededor del corazón.