SAN JOSÉ volver al indice
 

     Los sacerdotes no caen del cielo con los bolsillos repletos de estrellas y la boca llena de bendiciones. Los sacerdotes nacen en una familia. Es en su familia donde han aprendido a decir «padre», «madre», «hermanos». Al principio con sólo minúsculas. Luego, con mayúsculas: «Padre» (que estás en los cielos), «Madre» (de Jesús y nuestra), «Hermanos» (todos los hijos de Dios). ¡Es tan fácil comprender el amor de Dios cuando nuestros padres se han amado, cuando nuestros padres nos han amado!

     ¿Cómo son los padres de los sacerdotes de mañana? Se lo he preguntado a cuatro alumnos de segundo. Ahí van sus respuestas. Después de leerlas es más fácil imaginarse cómo sería san José.

1. «Mi padre, como todos los padres, tiene un corazón más duro que la piedra, pero suavizado por la corriente de la ternura. Claro está que cuando le despertamos alguno de nosotros en la siesta, pues... pies para qué os quiero, si no... En cambio, cuando está bien, no hay nadie en el mundo que le pueda superar: juega con nosotros y nos hace reír a carcajada limpia».

2. «El tipo de mi padre es de hombre trabajador. Porte alto, barba y bigote afeitados, mirada dura y penetrante, algo flaco y con canas que no son por los años, y calva en medio de la cabeza. El carácter es de hombre piadoso y bondadoso, con pretensiones a un automóvil y un televisor y a hacer feliz a su familia. La vestimenta es el 43 de calzado y talla 9 de vestido; peinado para atrás».

3. «Mi padre, alto, todos los días al levantarse se pone a afeitarse, y como es tan alto, todas las mañanas riñe porque no le vamos a comprar un espejo para él, porque para afeitarse tiene que agacharse y está incómodo. También riñe porque la bombilla del espejo está fundida y no ve bien, y también porque en verano no hay agua y tiene que andar echándola con una jarra, y porque la tubería del baño está atascada... Por lo demás él es un buenazo».

4. «Cuando mi padre llega de viaje es de noche. Todos le rodeamos. El llega cansado del trajín del volante, pero siempre con su sonrisa en la boca. Al día siguiente no se levanta hasta las doce; mi mamá y yo vamos a llevarle el desayuno y nos sentamos con él para hacerle compañía y le preguntamos qué tal lo ha pasado. Mi padre, aunque tiene 49 años, el alma la tiene de niño, pues estoy haciendo cualquier cosa y nos empezamos a pegar, pero en broma. Muchas veces, mientras mi madre hace la comida, me saca a dar una vuelta y de paso me convida a gambas, pero nunca se olvida de mamá y compra unas pocas para llevárselas».

     Cuatro padres vistos por cuatro futuros sacerdotes. ¿Cómo vería Cristo, sumo y eterno sacerdote, a san José?