POETAS volver al indice
 

     Me escribió pidiendo una poesía para un acto que los novicios querían ofrecer a sus familiares. Creía —¡como tantos!— que yo escribía versos. Cosa que no es verdad. Siempre se me han resistido tanto los versos como los crucigramas. Lo cual no quiere decir que no disfrute con frecuencia saboreando versos y viendo cómo mi amigo Germán hace crucigramas con fervor.

     Le envié Oración por nosotros los poetas de J. M. Valverde, diciéndole que se refiere explícitamente a los ministros de la palabra, que no otra cosa son los poetas.

     Pero que fácilmente puede aplicarse, sin retoque alguno, a los religiosos, ya que con su vida suelen escribir poesía de la buena.

     A la pregunta del verso primero (Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?), contesta el autor con los siete últimos versos (37-43). Pero antes, del verso 2 al 36, se remansa explicando el oficio de los poetas: poetas de las palabras y poetas de la Palabra.

Señor, ¿qué nos darás en premio a los poetas?

Mira, nada tenemos, ni aun nuestra propia vida;
somos los mensajeros de algo que no entendemos.
Nuestro cuerpo lo quema una llama celeste;
si miramos, es sólo para verterlo en voz.

No podemos coger ni la flor de un vallado
para que sea nuestra y nada más que nuestra,
ni tendernos tranquilos en medio de las cosas,
sin pensar, a gozarlas en su presencia sólo.
Nunca sabremos cómo son de verdad las tardes,
libre de nuestra angustia su desnuda belleza;
jamás conoceremos lo que es una mujer
en sus profundos bosques donde hay que entrar callado.
Tú no nos das el mundo para que lo gocemos,
Tú nos lo entregas para que lo hagamos palabra.
Y después que la tierra tiene voz por nosotros
nos quedamos sin ella, con sólo el alma grande...

Ya ves que por nosotros es sonora la vida,
igual que por las piedras lo es el cristal del río.
Tú no has hecho tu obra para hundirla en silencio,
en el silencio huyente de la gente afanosa;
para vivirla sólo, sin pararse a mirarla...
Por eso nos has puesto a un lado del camino
con el único oficio de gritar asombrados.
En nosotros descansa la prisa de los hombres.
Porque, si no existiéramos, ¿para qué tantas cosas
inútiles y bellas como Dios ha creado,
tantos ocasos rojos, y tanto árbol sin fruta,
y tanta flor, y tanto pájaro vagabundo?
Solamente nosotros sentimos tu regalo
y te lo agradecemos en éxtasis de gritos.
Tú sonríes, Señor, sintiéndote pagado
con nuestro aplastamiento de asombro y maravilla.

Esto que nos exalta sólo puede ser tuyo.
Sólo quien nos ha hecho puede así destruirnos
en brazos de una llama tan cruel y magnífica.

... Tú que cuidas los pájaros que dicen tu mensaje,
guarda en la muerte nuestros cansados corazones;
dales paz, esa paz que en vida les negaste;
bórrales el doliente pensamiento sin tregua.
Tú nos darás en Ti el Todo que buscamos;
nos darás a nosotros mismos, pues te tendremos
para nosotros solos, y no para cantarte
.

     Parece que gustaron los versos. Es natural. Y todos los asistentes al acto los entendieron. Que también es natural, porque los padres y hermanos de los religiosos se parecen mucho a sus hijos y hermanos, poetas de verdad, aunque no acaben de enterarse los que expiden carnets de identidad.