MAURIAC volver al indice
 

     Premio Nobel de literatura en 1952. Novelista duro. Una de sus obras se titula nada menos que Nido de víboras.
     Jean Guitton, en Diario de una vida, cuenta que el 10 de febrero de 1960, en un banquete oficial, estuvo a su lado. Y que Mauriac le dijo: «A mí sólo me gustan los sacerdotes que están contentos de serlo. Y sólo me confieso con los que rezuman alegría. Me encantaría ser sacerdote y (estar) alegre».
     Esto, en boca de Mauriac, es toda una lección.

     Lección parecida a la del famoso político Francisco Cambó, cuando escribía en Montreux, veinte años antes:

     «Ángel Herrera almorzó conmigo. Hemos hablado de España y hemos hablado del mundo. ¡De la España y el mundo de hoy! La conversación, naturalmente, no ha sido demasiado alegre. Al despedirnos me ha anunciado que cuando nos volvamos a ver será sacerdote. Y al decirme esto su fisonomía, habitualmente poco expresiva, se ha iluminado de un inmenso gozo. Tengo que confesar que me ha dado envidia. Consagrarse a Dios en este tiempo de vuelco y trastorno de las cosas humanas... ¿qué mayor ideal para un creyente? ¡Curioso destino el de este hombre! Decididamente la suerte de Herrera es envidiable. Y nadie, nadie, puede envidiarle tanto como yo».