ICEBERG volver al indice
 

     Cada vez que preparo un nuevo calendario vocacional, me acuerdo de él. Pese a haber coincidido sólo unas horas, el 11 de abril de 1977, entre Dallas y Nueva York, sentados codo a codo, en el vuelo 08 de Braniff.
     Noruego, oceanólogo, especialista en icebergs. Hablaba un castellano más que pasable.
     Me contó de ellos las mil y una. Nunca hubiese sospechado yo que de la mole helada que navega a la deriva lo que se ve es sólo una 9ª parte.
     Me acuerdo de él porque desde entonces me fijo más, mucho más, en lo que no se ve, en el lado oculto de las cosas, en las oscuras raíces.

     En diciembre del año pasado fui a dar una charla sobre la vocación a un grupo de muchachos.
     Dije lo que me dejaron decir (que fue bastante) y al despedirme les regalé una hoja-calendario.
     Uno de los profesores comentó luego que le había sorprendido mi capacidad de sacar tanto partido de unas simples fotos y unas sencillas frases. (Imaginaba él que el calendario había brotado casi por generación espontánea).

     Yo me sé las horas y horas que supone confeccionar el calendario. Primero hay que buscar las fotos, seleccionarlas. Sonorizarlas después (la experiencia me ha enseñado que sólo las frases de los poetas resisten el desgaste de estarlas viendo y leyendo diariamente durante todo un mes). Organizarlas luego oportunamente, tratando de que formen un conjunto armónico, con cierto ritmo progresivo, sin olvidar las características de cada mes.
     Es una lástima que en la hoja-calendario no quede espacio para unas notas a pie de página.
     La frase que figuró en el mes de marzo de 1982 (sabido es que en muchas diócesis se celebra el 19 el día del seminario) es de Rilke: «Para encontrar a Dios hace falta ser feliz».

     Estas notas «a pie de página» serían las raíces ocultas del iceberg de Rilke:

     —En nuestra sistemática profanación de tantas palabras nobles, llamamos alegría a cualquier cosa. La alegría es algo incomparablemente más hondo que ciertas situaciones calificadas de alegres (J. Corts Grau).
     —Arranca de ti la tristeza, porque es hermana de la duda y de la impaciencia. Revístete de alegría, porque todo hombre alegre obra el bien y piensa en el bien (El pastor, de Hermas).
     —La tristeza es una especie de polvo invisible que respiramos y bebemos, tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes; pero en cuanto nos detenemos un segundo, ya ha cubierto nuestro rostro y nuestras manos (G. Bernanos).
     —Buen manjar ofrece con amarga salsa quien sirve a Dios con tristeza, porque él más quiere en el dador alegría que dádiva, y agrádale mucho el corazón libre de toda desaprovechada tristeza (San Juan de Ávila).
     —En el rostro de un cristiano debería estar siempre presente una suave sonrisa. No seáis obstinados en dar a las cosas demasiada importancia. Todo pasa, de hecho nada fundamental puede ocurrir. Los «otros» tienen que darse importancia pues a menudo no tienen nada más (L. Boros).
     —Me gusta ver reír a la gente. Un cristiano no tiene ningún motivo para estar triste y muchos para estar alegre (San Ignacio).
     —Que los hermanos eviten mostrarse nunca tristes, sombríos, preocupados; que siempre se les encuentre alegres, gozosos en el Señor, amables y graciosos (San Francisco de Asís).

     Amén, amén, amén, amén, amén, amén y amén