HOMILÍA volver al indice
 

     Otra palabra griega, que quiere decir: trato, conversación, reunión, compañía, relaciones familiares, instrucción. En griego.
     Porque entre nosotros casi sólo significa lo último: instrucción, sermón. Y sermón aburrido. Como que en algunos pueblos a la hora de la homilía los músicos salen a la plaza a fumar un pitillo.
     Me contaron que hace poco en aquel pueblo los músicos aquel día se quedaron sin pitillo, por culpa del obispo Miguel que empezó la conversación (la homilía) contándoles esta historia:

     La necesidad había obligado a aquella mujer con su hijo pequeño —como a tantos otros— a emigrar del campo a la ciudad. Se hallaban ya cerca del término de su viaje cuando, a la vera del camino, divisaron una cueva abierta en la ladera y se atrevieron a acercarse, movidos por la curiosidad. De pronto, oyeron una voz misteriosa que decía: «¡Puedes coger cuanto quieras! Todo cuanto quieras, hasta que den las doce del mediodía».
     Su sorpresa fue grande cuando descubrió —es un dato que no puede faltar en los cuentos— enormes montones de monedas de oro a libre disposición del primero que entrara. La primera reacción fue quedarse parada y sobrecogida. Escuchó de nuevo la misma oferta y se lanzó como loca hacia el interior de la cueva, sentó al niño en el suelo junto a los bolsones de monedas de oro y empezó presurosa la tarea apasionante de trasladarlos hacia el exterior. El tiempo transcurría rápido, demasiado rápido para su avidez, y la voz misteriosa seguía anunciando el plazo ya inmediato del cierre definitivo de la puerta, que no se volvería a abrir más.
     La mujer, fatigada, casi rendida, mecánicamente iba y venía. Los últimos momentos fueron de frenesí. ¡Cuánto dinero iba amontonando! Aquello era un tesoro inesperado.
     Sonó la última advertencia de aquella voz sin rostro y estrepitosamente se cerró el enorme portón de aquella cueva de la abundancia. Casi al mismo tiempo se oyó un grito desgarrador. Era el de una madre que, ocupada, más bien absorbida por la avidez del oro, había olvidado al niño en la cueva. De golpe, se dio cuenta de que acumulando el oro, había perdido a su hijo para siempre.

     Lector de este comienzo de homilía, ¿habrías perdido tú a tu hijo?