HINNENÍ volver al indice
 

     Abrahán tenía una «muletilla»: Hinnení. Siempre que Dios le llamaba para algo —darle un recado o un disgusto, charlar un rato o invitarle a un paseo— el comienzo siempre era el mismo:
     —Abrahán, decía Dios.
     —Hinnení, contestaba el santo patriarca.
     Luego venía lo otro, lo de las estrellas del cielo, las arenas del mar, la posteridad gozosa, el sacrificio del hijo, los planes para la semana próxima, el regateo sobre Sodoma y Gomorra... Pero antes, siempre, Hinnení (heme aquí).

     Los domingos a veces visito a un amigo mío, enfermo «en propiedad».
     Al entrar el saludo siempre es el mismo:
     —Abrahán, buenos días, digo yo.
     —Hinnení, contesta él.
     Oficialmente se llama y le llaman Roberto. Si hay alguien presente me mira extrañado. Pero el enfermo y yo sonreímos.
     Y Dios también.