ENSENTIR volver al indice
 

     Decimos «mundo remoto» y nos imaginamos la edad de piedra o los antípodas. Distancia, alejamiento temporal o geográfico.
     Pero el mundo remoto puede estar en la esquina, a un tiro de piedra o a dos horas de avión.
     Acabo de vivir cuatro días en un mundo remoto. ¡Qué agradecido estoy a la mano amiga que como lazarillo me guiaba por el túnel oscuro de mi incomunicación!
     Todos hablaban alemán. Todos, menos yo.
     Ella me iluminaba hablando en francés, y a ratos echaba mano del español. Un español diáfano, no porque lo fuese, sino porque brotaba de su corazón. Los lazarillos, pese a las apariencias de la literatura picaresca, tienen mucho corazón.
     Mi lazarillo —no sé si cautivada por el color azul de la cubierta— se leyó Qué es la vocación.
     Luego me dijo: «He leído su libro para conocerle mejor. He tratado de ensentirme en lo que usted quiere decir (en alemán decimos einfühlen)».
Retuve la palabra.
     Leo ahora en el diccionario: Einfühlen, «tratar de comprender, compenetrarse de». Sin embargo, me parece más sabrosa la cordial traducción de mi lazarillo: ensentir.

     Estoy preparando estos días un cursillo sobre pedagogía de la vocación. Di aquí mismo, con el mismo título, otro, hace años.
     Me pregunta un antiguo alumno:
     —¿Va a decir lo mismo?
     Le digo:
     —En parte, sí; en parte, no.
     Y pienso en el gran método del «ensentir».

     Me ilusionaría en este momento tener a mano el texto original de La corona de los ángeles, de G. von le Fort, para comprobar la expresión original que emplea Verónica, la protagonista, cuando explica su postura ante las explicaciones del tutor.
     Él, profesor de filosofía en la universidad, queda sorprendido al verla a ella entrando en el aula: «Temo que no te va a gustar mucho mi clase, porque expongo cosas difíciles y que dan que pensar, al menos a aquellos que vienen sin preparación».
     Así y todo, Verónica entra. El aula llena hasta los topes. Logra encaramarse y sentarse en el hueco de una ventana.

     «Mi tutor parecía distinto. Desde el estrado parecía inaccesible, había algo majestuoso en él que me dejó casi sin aliento. Durante unos instantes su mirada poderosa recorrió en silencio el auditorio como un halcón audaz, increíblemente brillante bajo los cristales de sus gafas. En el momento de pronunciar la primera palabra se posó en el fondo de la sala, sobre la ventana en que yo me había subido. Vi que su mirada se dirigía hacia mí y comprendí que no se daba cuenta de que yo estaba allí, miraba hacia el mundo exterior, pero la mirada de sus ojos oscurecidos por su concentración apasionada se dirigía hacia el interior, lejos de mí, lejos de todos nosotros, en una abstracción vertiginosa. Me precipité en ella.
     
Se trataba de un gran resumen filosófico de la religión, o a mi modo de ver, de una especie de viaje espiritual alrededor del mundo. Nos hallábamos en un barco invisible surcando las ideas, el tiempo y las gentes. Y lo más raro era que en todo aquello no había nada de increíble o sorprendente; al contrario, en su interior había algo como una confidencia emocionante, como un recuerdo. Sólo tenía que dejarme ir por completo, y entonces comprendía todas las cosas sin necesidad de preparación».

     «Ensentir», «precipitarse en». Dos verbos —quizá sea uno solo— que tienen que conjugarse en una auténtica pedagogía de la vocación.