ENERO, 15 volver al indice
 

     «Siempre se aprende algo», dice la gente con enorme filosofa.
     Pero no, no es verdad. A veces vivimos como dormidos durante días y días.
     Hasta que de pronto, inesperada, imprevisiblemente, suena el teléfono y nuestro Padre nos administra el sacramento que precisamos, el del dolor, verdadero signo sensible de su gracia despertadora.

     Tras la noticia, la noche se presentaba dolorosamente eterna. Noche de malos pensamientos.
     De pronto me acordé del papa Jacinto:

     Se puso a orar, al compás de su respiración, como hacía con frecuencia: «Señor... gracias» / «Señor... piedad». Había aprendido esa «técnica» en El peregrino ruso.
     Un piadoso joven labrador había oído a un pope un domingo citar la frase de san Pablo: «Orad sin cesar». Después de la misa fue a la sacristía a preguntarle: «¿Cómo es posible orar sin cesar?». El pope no había sabido responderle.
     El piadoso hombre se puso en marcha por los caminos de la santa Rusia. Preguntaba a los ermitaños que encontraba en los bosques. Nadie le daba respuesta.
     Un día, por fin, encontró a un solitario que le contestó: «Al inspirar, murmurarás: "Señor Jesús nuestro salvador" y al expirar: "Ten piedad de nosotros pecadores". Así tu corazón orará sin cesar».
     Jacinto lo había ensayado durante una enfermedad que le retuvo en cama seis meses. Había llegado a orar igual que respiraba.
     Como no tenía una respiración suficientemente potente, había simplificado la fórmula: «Señor... piedad». Había también creado la suya: «Señor... gracias», que le parecía más cristiana.

     Traduje esto en 1973. Me pareció bonito. Pero... nada más.
     La noche del 15 al 16 de enero de 1976 descubrí que este modo de rezar era algo más que bonito.
     Cuando al amanecer fui a celebrar la Eucaristía por mi hermano fallecido lejos, en Münster, sin previo aviso, aquella Eucaristía fue una auténtica acción de gracias al compás de mi respiración.