DESTIERRO volver al indice
 

     Vivía lejos de la patria
     Pasé por su casa, poco después de su muerte.
     Nos habíamos querido, seguíamos queriéndonos, pese a la distancia geográfica y espiritual que nos había mantenido alejados los últimos años.
     Ella, extranjera, que le conocía bien —le amaba mucho— y sabía el cariño que nos profesábamos, se empeñó en que me llevase un recuerdo.
     De entre sus libros —eran su pasión-, elegí las memorias de un gran poeta, que desde hacía tiempo ansiaba leer.
     He tenido el volumen semanas y semanas sin abrirlo siquiera.
     Al llegar las vacaciones me he sumergido en la lectura de las memorias, sin pensar casi en su primer propietario.
     De repente, página 235, tropiezo con un subrayado en bolígrafo rojo, el primero y casi el único del libro:

     «Pienso que el hombre debe vivir en su patria y creo que el desarraigo de los seres humanos es una frustración que de alguna manera u otra entorpece la claridad del alma».

     Acabo de sufrir un dolor intenso, insospechado, ante este grito póstumo, como sangriento testamento ológrafo.
     Tenía razón Víctor Hugo: «¡No desterréis a nadie, el destierro es impío!»