CONFESOR volver al indice
 

                                                                                                                                                                                                                                      
     Cuando tuve mi primer misal romano (bilingüe, claro) me encontré con cosas que no entendía. Una de ellas era que figuraran como confesores: san Luis Gonzaga, san Estanislao de Kostka, san Juan Berchmans, san Gabriel de la Dolorosa (santos de moda entonces en mi ambiente). ¿No estaría equivocado el libro? Porque los cuatro murieron más bien jóvenes y, ciertamente, sin ser sacerdotes.
     —¿Se habían metido alguna vez en un confesonario para perdonar pecados?
     —Confesor, en liturgia —me dijeron-, no es el que confiesa pecados, sino el que confiesa virtudes.
     Todavía lo entendí menos.
     —¿Es que hay que confesarse de las virtudes? ¡Vaya lío!
     —No. Confesar virtudes quiere decir dar testimonio incruento (sin derramamiento violento de sangre) día a día. Ser bueno y parecerlo, vamos.
     Comprendí. Los testigos cruentos (con derramamiento de sangre, san Jorge, san Sebastián, por ejemplo) son los llamados mártires. Por esto, el color rojo del vestido del sacerdote en la misa. Mientras que los testigos incruentos son los llamados confesores, aunque nunca se hayan metido en un confesonario para perdonar los pecados de los otros.
     Muchos no-curas no se han dado cuenta de que son «confesores». Tienen que saberlo. Así que cuando tengan que hacerse tarjetas de visita tienen todo el derecho a poner: Fulano de Tal y Tal. Confesor.
     Amén.