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Nuevos lenguajes digitales para hablar de Dios al hombre



Eminencias,     excelencias,    queridos  hermanos  y hermanas:

Me   alegra  acogeros  con   ocasión de la plenaria  del  dicasterio. Saludo  al  presidente, monseñor Claudio Maria Celli, a  quien   agradezco  sus amables  palabras,  a los secretarios, a los oficiales,  a los consultores  y a todo el personal.

En   el   Mensaje   para   la   Jornada mundial de las comunicaciones  sociales  de  este año,  invité   a  reflexionar sobre el hecho de que las nuevas tecnologías no sólo cambian  el modo  de comunicar,  sino  que están realizando  una vasta transformación cultural. Se está desarrollando  una  nueva  forma de aprender  y de  pensar, con oportunidades  inéditas  de  entablar  relaciones  y   construir  comunión.  Quiero ahora  detenerme  en el hecho  de que el  pensamiento  y  la  relación  se producen  siempre  en  la  modalidad  del lenguaje,  entendido  naturalmente en sentido   amplio,   no   sólo  verbal.   El lenguaje  no es un simple  revestimiento   intercambiable  y   provisional   de conceptos,   sino   el  contexto   vivo y palpitante en  el  que  los  pensamientos, las inquietudes y los proyectos de los  hombres  nacen a la  conciencia  y se plasman  en gestos, símbolos  y palabras. El  hombre,  por  tanto,  no sólo «usa»,   sino   que   en  cierto   sentido«habita»  el  lenguaje.   En   particular hoy,  los  que  el  concilio  Vaticano   II definió «maravillosos   inventos   de  la técnica» (Inter mirifica, 1) están transformando el ambiente  cultural, y esto requiere una atención  específica a los lenguajes  que  se  desarrollan   en  él. Las nuevas tecnologías  «tienen  la capacidad  de  pesar  no  sólo  sobre  los modos  de pensar, sino también  sobre los contenidos  del pensamiento»  (Aetatis novae,  4).

Los  nuevos  lenguajes  que se desarrollan  en  la   comunicación digital determinan, por  lo demás, una capacidad   más  intuitiva  y  emotiva   que analítica,  orientan hacia  una  diversa organización lógica  del  pensamiento y  de  la  relación   con  la  realidad,  a menudo   privilegian la  imagen  y  las conexiones  hipertextuales.  La  tradicional  distinción neta  entre  lenguaje escrito  y oral,  asimismo,  parece difuminarse   a  favor   de  una  comunicación  escrita  que  toma  la  forma  y  la inmediatez de la oralidad. Las dinámicas  propias   de  las  «redes  participativas»   requieren,   además,  que  la persona  se involucre  en  lo  que  comunica.   Cuando las personas  se intercambian  informaciones,  ya  están compartiéndose a sí mismas  y su visión   del   mundo:  se  convierten   en«testigos»  de lo  que da sentido  a su existencia.  Los riesgos que se corren, ciertamente,   están  a  la  vista  de  todos:  la pérdida de la interioridad, la superficialidad  en  vivir  las  relaciones, la huida  hacia  la emotividad, el prevalecer  de la opinión más convincente respecto al deseo de verdad.  Y, sin  embargo,  esos riesgos son consecuencia  de una  incapacidad de vivir con plenitud y de forma  auténtica  el sentido  de las innovaciones. Por  eso es urgente  la  reflexión sobre los lenguajes  desarrollados  por  las  nuevas tecnologías.   El  punto de  partida es la Revelación  misma,  que nos atestigua  cómo  Dios  comunicó sus maravillas  precisamente   en  el  lenguaje  y en  la  experiencia   real  de  los  hombres,    «según la cultura   propia   de las   diversas   épocas»  (Gaudium  et spes,   58),  hasta  la manifestación plena de sí mismo  en el   Hijo  encarnado.  La  fe  siempre penetra,    enriquece,  exalta  y  vivifica la cultura, y esta,  a su vez,  se hace vehículo  de  la fe,  a la  que  ofrece  el  lenguaje  para pensarse y  expresarse.  Es  necesario, por  tanto,  hacerse oyentes atentos de los   lenguajes   de   los   hombres    de nuestro  tiempo, para  estar atentos  a la obra de Dios  en el mundo.

En  este contexto, es importante el trabajo   que  lleva  a cabo  el  Consejo pontificio  para   las  comunicaciones sociales con  el fin  de profundizar  la«cultura   digital»,    estimulando   y apoyando  la  reflexión para  una  mayor  toma  de conciencia  sobre los retos   que   esperan   a   la   comunidad eclesial y civil.  No  se trata  solamente de expresar el mensaje evangélico  en el lenguaje  de hoy,  sino que es preciso tener  el  valor  de pensar de modo  más profundo, como  ha sucedido  en otras  épocas, la  relación  entre  la  fe, la  vida  de  la  Iglesia   y  los  cambios que  el  hombre  está viviendo. Es  el compromiso de ayudar  a quienes tienen  responsabilidades  en  la  Iglesia  para  que  puedan  entender,  interpretar  y hablar  el «nuevo  lenguaje»  de los medios  de comunicación en fun ción  pastoral  (cf.  Aetatis novae,  2), en diálogo con  el  mundo  contemporáneo,  preguntándose:  ¿Qué   desafíos plantea  a la fe y a la teología  el llamado  «pensamiento digital»?  ¿Qué preguntas  y exigencias?

El   mundo  de   la   comunicación afecta  a  todo   el  universo   cultural, social  y espiritual de la  persona  humana. Si los nuevos lenguajes  tienen impacto  sobre  el  modo  de  pensar  y  de  vivir,   esto  también  atañe,  de  alguna   forma,  al  mundo  de  la  fe,  a su   inteligencia   y   su expresión.  La teología,  según   una   definición clásica,  es inteligencia de   la   fe,   y   sabemos bien  que  la  inteligencia,   entendida   como conocimiento reflexivo y crítico,  no es ajena a los   actuales   cambios culturales.  La   cultura digital  plantea  nuevos desafíos  a  nuestra  capacidad    de   hablar   y de   escuchar   un   lenguaje simbólico que hable  de la trascendencia.  Jesús mismo,  al  anunciar  el Reino,  supo  utilizar elementos  de la cultura y del ambiente  de su tiempo:  el  rebaño,  los  campos,  el  banquete,  las semillas,  etc. Hoy estamos llamados  a descubrir, también  en  la cultura digital, símbolos  y metáforas significativas para  las  personas,  que puedan  servir  de ayuda al hablar  del reino  de  Dios  al  hombre  contemporáneo.

Hay   que  considerar   también  que la  comunicación  en  los  tiempos   de los   «nuevos   medios   de  comunicación»  conlleva  una relación  cada vez más   estrecha   y   ordinaria  entre   el hombre   y  las  máquinas,   desde  los ordenadores   a  los teléfonos   móviles, por   citar   sólo  los más comunes.

¿Cuáles  serán  los efectos de esta relación    constante? Ya  el  Papa  Pablo VI,   refiriéndose    a los   primeros   proyectos  de  automatización   del  análisis lingüístico del  texto  bíblico, indi có  una  pista  de reflexión al  preguntarse:  «Este  esfuerzo  de  infundir en instrumentos mecánicos  el  reflejo  de funciones   espirituales,   ¿no  se ennoblece  y  eleva a un  servicio  que  toca lo  sagrado? ¿Es el espíritu  el que  se hace prisionero de la materia,  o no es quizás  la materia,  ya domada  y obligada  a cumplir  leyes del  espíritu,  la que  ofrece  al  propio espíritu  un  sublime  homenaje?» (Discurso al Centro de   automatización  del   Aloisianum  de Gallarate, 19 de junio  de 1964). En estas palabras se intuye  el vínculo  profundo  con  el espíritu  al que la tecnología  está llamada  por  vocación  (cf. Caritas in  veritate,  69).

Es  precisamente   la  llamada   a  los valores  espirituales   la  que  permitirá promover  una  comunicación  verdaderamente  humana:   más allá  de  todo  fácil  entusiasmo   o  escepticismo, sabemos que esta es una  respuesta a la  llamada  impresa  en nuestra  natu raleza  de  seres creados  a  imagen   y semejanza del  Dios  de la comunión. Por  esto  la comunicación bíblica  según  la voluntad de Dios  siempre  está  vinculada  al  diálogo  y  a  la  responsabilidad,  como   atestiguan,   por ejemplo,    las   figuras    de   Abraham, Moisés,  Job  y  los  Profetas,  y  nunca a  la  seducción   lingüística,  como  es en cambio  el caso de la serpiente,  o de   incomunicabilidad   y   violencia, como  en  el  caso de  Caín.  Entonces la  contribución  de los  creyentes podrá  servir  de ayuda  también para  el mundo de los  medios  de comunicación,  abriendo horizontes de sentido  y  de  valor  que  la  cultura digital  no es capaz por  sí sola de entrever  y re presentar.

En   conclusión,   quiero    recordar,  junto a muchas  otras  figuras  de  comunicadores,  la   del   padre   Matteo Ricci,   protagonista  del  anuncio   del Evangelio en China  en la era moderna, de cuya muerte  hemos celebrado el IV  centenario. En  su obra  de difusión  del mensaje de Cristo consideró  siempre   a   la  persona,   su  contexto cultural  y  filosófico, sus valores,  su lenguaje,  asumiendo  todo  lo positivo que se encontraba  en su tradición, y ofreciendo animarlo y elevarlo  con la sabiduría  y la verdad  de Cristo.

Queridos amigos,  os doy  las gracias  por   vuestro   servicio;   lo   encomiendo  a la protección de la Virgen María  y, a la vez que  os aseguro mi oración, os  imparto  la   bendición apostólica.