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¿Lo dejarías todo para venir conmigo?

Marta estaba convencida de que no. Un amigo le había propuesto ir a dar clase a Bogotá, una idea «absurda», pensaba. Pero un día, mientras planchaba, empezó a pensar en ello...

Doy clase en una escuela elemental de Bogotá. Todo comenzó con lo que un amigo me propuso después de mi graduación en Ciencias de la Educación Primaria: «¿Quieres ir a Colombia a dar clase?». Al principio le dije que no, me parecía una propuesta absurda, pero él no se cansaba de preguntármelo, y yo seguía negándome. No lo veía para mí, yo no soy valiente ni quería dejar a mis amigos...
Pero un día, mientras estaba ayudando a mi madre en las tareas domésticas, me vino a la cabeza esta invitación. Mientras planchaba, me di cuenta de que dentro de mí había una disponibilidad que no era mía. Todo me decía que no (y tenía buenas razones para ello), pero empezaba a abrirse espacio en mí la disponibilidad a Uno que me llamaba. Uno que me decía: ¿quieres venir conmigo a Colombia? A partir de entonces, poco a poco, empecé a ceder, pues en los años de la universidad había visto que los amigos son el tesoro más preciado del mundo, el Paraíso, pero la compañía más verdadera y esencial para mi vida es la de Jesús. Y Él me estaba preguntando: ¿lo dejarías todo para venir conmigo? Entonces me dije: si Él viene conmigo, ¿qué puedo temer? Y así fue como al final cedí a esta relación, a Él que tenía necesidad de mí en Bogotá. Más tarde me vino a la cabeza algo que había dicho Carrón: «La obediencia es seguir el descubrimiento de mí que Otro hace». En mi caso, esto se ha hecho carne, ha sido así como he entendido para qué estoy hecha: para el todo, que en mi vida tiene nombre y apellido. La preocupación por los amigos permanecía, pues no los quería perder, pero mi objeción había sido vencida. «Seguirás unida verdaderamente a ellos si respondes a Quien te llama», me recordó un amigo.
En aquellos días, una amiga iba a casarse en Chicago. Estando en Colombia, supe que no podría ir a su boda y ese fin de semana estuve enfadadísima, no tenía ganas de hablar con nadie. Fui a la Escuela de Comunidad sólo porque era debajo de mi casa y no quería que me preguntaran por qué no iba. De pronto intervino uno que dijo: «Las circunstancias son el lugar donde vive y pasa el Señor». Creo que he oído esta frase cientos de veces, pero sólo en aquel momento la tomé en serio, y pensé: «Si Tú realmente estás aquí, Te quiero ver. Quiero tener aquí un amigo como Julia, que se está casando ahora en Chicago». Cuando terminó la asamblea, Aureliano, un amigo de Bogotá que todavía no conocía mucho, me invitó a ir a su casa para presentarme a su mujer y a sus hijos. En aquel momento me di cuenta de cómo Cristo me prefiere, me estaba prefiriendo en aquel rostro.
Marta (Bogotá)