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Un año: De Benedicto XVI a Francisco

Reflexión del arzobispo castrense de España, Juan del Río Martín, sobre el primer año de pontificado del papa Francisco

 

El gesto humilde, valiente y profético de la inesperada renuncia del Papa Ratzinger, produjo una gran consternación y perplejidad en todo el orbe católico. Sin embargo, pasado este corto periodo de tiempo, se va vislumbrando que lo sucedido ha sido obra del Espíritu. Benedicto XVI, un sabio de alma generosa, que con claro discernimiento de espíritu, eligió en libertad y plena conciencia lo que más conveniente en ese momento para el bien de la Iglesia Universal. ¡Su figura y obra ha entrado en el corazón del pueblo cristiano!

Aquel hecho ha puesto el fin a una larga concepción del papado como monarquía y ha inaugurado unos tiempos nuevos de esta institución. Ahora, un inesperado “viento” de Pentecostés ha envuelto a toda la Iglesia. El Señor Jesús, ha querido que la sede de Pedro sea ocupada por “un cardenal venido del fin del mundo”, el argentino Jorge Mario Bergoglio. Desde el primer momento de su aparición supo ganarse al pueblo como nuevo Obispo de Roma. Su comunicación cálida, humana, y directa conectó con todos los hogares del mundo. Los hombres y mujeres de la comunicación vieron en él, un Papa que “rompía moldes” y que se expresaba de manera que cristianos y alejados de la fe entendían sus palabras y sus gestos de sencillez evangélica. En pocos meses, en la más estricta continuidad con las enseñanzas de sus antecesores, ha podido cambiar el rostro mediático de la Iglesia católica y los más adversarios miran con asombro lo que ya se denomina “el fenómeno Francisco”.

Sin embargo, no estamos ante un “populista” de masas y gestos, sino frente a un pastor y director de almas. Ha sido siempre un jesuita de muchas horas de Sagrario y confesionario, a la vez viviendo en cercanía con los problemas del hombre de a pie. Conoce muy bien los retos y las consecuencias del pensamiento único, del secularismo relativista, y los mecanismos devoradores del capitalismo salvaje. Así como, la santidad y pecado que se dan en el tejido social de las comunidades cristianas. También, es de todos sabido su pasión ecuménica e interreligiosa, como su gran atención a los ateos y agnósticos.

Llama la atención la decisión y la velocidad con que el Papa Francisco afronta múltiples situaciones, toma medidas de gobierno, cambia a personas y estructuras en la administración de la Iglesia. Su iniciativa para ayudar a detener la intervención militar norteamericana en Siria le devuelve al papado un rol importante a favor de la paz. En viaje a la isla de Lampedusa, puso en evidencia la “vergüenza” que debería sentir la Europa de los mercaderes, de cómo está llevando a cabo el drama y las muertes de los inmigrantes que llaman a “sus puertas”. La celebración de la Jornada de la Juventud en Río de Janeiro supuso todo un éxito de conexión con los jóvenes de hoy. El anunciado próximo viaje a Tierra Santa está cargado de significado no solo religioso, sino también de potenciación de la cultura de la paz.

En el plano más estrictamente eclesial cabe señalar, las apreciadas homilías de las Misas en su residencia de Santa Marta, que son seguidas con muchísimo interés por el pueblo llano. En pleno Año de la fe, nos sorprendió con una primera encíclica,Lumen fidei, escrita “a cuatro manos”, asumiendo plenamente lo que el Papa emérito Benedicto XVI tenía redactado sobre el tema de la fe. Luego vendrá su la exhortación apostólica Evangelii gaudium, que es un verdadero programa de su pontificado. A ello hay que añadir, el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz; otro dedicado a los jóvenes con motivo de la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar en Cracovia; las catequesis de los miércoles ante multitudes; las famosas entrevistas en el avión a su vuelta de Brasil, la concedida al director del La Civilità Cattolica Antonio Spadaro, o el diálogo con el periodista agnóstico fundador del diario La República, Eugenio Scalfari. Sin obviar los mensajes, las cartas, sus frecuentes llamadas telefónicas a personas amigas o necesitadas y la novedad de millones de seguidores por los “tweets”.

Ni la renuncia de un Papa ha producido fractura en el catolicismo, como tampoco la aparición de un nuevo Obispo de Roma, con un estilo muy distinto al anterior. La fuerza de la fe en Cristo, el amor a la Iglesia, la preferencia por los pobres y la fidelidad a la misión evangelizadora, los une en una comunión fraterna. Prueba de ello es la imagen que muchos vivimos el pasado consistorio de cardenales, cuando de improviso apareció Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro y ante el saludo del Papa Francisco, aquel en señal de respeto y obediencia, se quito el solideo ante su sucesor. ¡Sólo el Señor Jesús sostiene a su Iglesia!