III Congreso Continental de Vocaciones volver al menú
 


“Vocación, don de Dios regalado al pueblo de Dios”

18-21 de abril de 2002
Montréal, Québec, Canadá

Al clausurar el Congreso continental por las vocaciones en abril de 2002, cada uno de los 1136 delegados recibió el encargo de regresar a su país y oficina, familia y parroquia, diócesis y comunidad y tratar de construir una cultura vocacional en la Iglesia católica de América del Norte. La elaboración de los detalles pragmáticos concretos fue dejada en manos de cada comunidad de fe, y ya ha habido progresos considerables. Antes del III Congreso continental (el primero fue en América Latina en 1994; el segundo en Europa en 1997), más de 10000 católicos de todas las profesiones y condiciones sociales en Canadá y Estados Unidos participaron en Congresos vocacionales diocesanos/regionales; los resultados de estos minicongresos fueron importantes para el trabajo de los delegados en el Congreso continental. Ahora se les pide a todas las parroquias, diócesis, congregaciones, organizaciones y conferencias que hagan un plan de acción que será enviado a la Conferencia episcopal de Estados Unidos, a fin de que el trabajo planificado y empezado se refleje en un Plan pastoral de vocaciones para Estados Unidos. Este resumen del documento final del Congreso tiene por objeto inspirar la oración, las ideas y la acción en todos los sectores de la vida católica en Estados Unidos.

En el Congreso mismo, los delegados escucharon a cinco distinguidos ponentes, cuyas intervenciones pueden leerse en www.vocations2002.org. Asimismo, líderes de 16 talleres compartieron generosamente los frutos de su investigación y reflexión teológica, y sus resúmenes también están disponibles en internet. Las principales presentaciones abordaron cuestiones claves al examinar las vocaciones al ministerio ordenado y ala vida consagrada:

1. ¿Cuáles son los fundamentos bíblicos y teológicos de las vocaciones de la Iglesia? (Rev. Donald Senior, CP)
2.
¿Qué factores en la Iglesia y la sociedad de hoy afectan el ministerio vocacional? (Rev. Ronald Rolheiser, OMI)
3.
¿Cómo la realidad multicultural enriquece y a la vez desafía el escenario vocacional? (Hna. Marie Chin, RSM)
4.
¿Cuáles son los valores y creencias de los jóvenes a quienes desearíamos ver interesados en el ministerio ordenado y la vida consagrada? (Hna. Mary Johnson, SNDdN)
5.
¿Cómo puede la reflexión sobre la misión de la Iglesia en el contexto presente de la sociedad norteamericana ayudarnos en el intento de renovar el ministerio vocacional? (Rev. Gilles Routhier)

La respuesta formal a las cuestiones principales en las 120 mesas redondas, las discusiones informales en las comidas y en el otros momentos, así como un gran espíritu de oración, unieron a todos los asistentes en la escucha de la voz del Espíritu Santo en lo que se refiere a lo que debe hacerse y a lo que podría hacerse en todos los ámbitos de la vida católica para abordar la crisis vocacional en la Iglesia de América del Norte. Este documento resume los resultados del encuentro con el Dios vivo en esta extraordinaria reunión convocada por el papa Juan Pablo II en colaboración con la Congregación para la educación católica y la Obra por las vocaciones eclesiásticas en Roma. Asistieron a ella obispos, sacerdotes, diáconos, hermanas, hermanos, seglares consagrados, laicos católicos casados y solteros, Serra Club, Caballeros de Colón y jóvenes de Canadá y Estados Unidos. Los jóvenes, aunque distribuidos en las mesas de discusión, emitieron una emotiva declaración sobre lo que piden a la Iglesia, y dicho documento se convirtió en una bendición particular para preparar el Documento final y para determinar los pasos siguientes que guíen a la Iglesia en su compromiso por alimentar las vocaciones al ministerio ordenado y la vida consagrada. Ningún asistente quedó al margen de este evento, y ningún sector de los católicos quedará insensible a sus prometedoras deliberaciones.

Todo cristiano tiene una vocación, y a todos se les llama a la santidad. Como sugiere el tema del Congreso sobre el sembrador y la semilla (Mt 13,1-9; 18-23), Dios es el primer sembrador, llamando constantemente, aunque la palabra caiga demasiado frecuentemente en terreno pedregoso, entre cardos o en el camino. Como lo expresó el papa Juan Pablo II en su mensaje al Congreso, la voz de Dios es sofocada a menudo no sólo por otras llamadas sino también por ideas falsas del ministerio ordenado y la vida consagrada. “La promoción de condiciones favorables a la acogida positiva de una eventual llamada al sacerdocio constituye un deber urgente para todo el pueblo de Dios”; el Papa continúa diciendo que del sacerdocio depende la realización y desarrollo de todas las demás vocaciones. Quienes viven vidas consagradas son testigos y modelos de una vida profundamente realizada en la consagración a Dios; ellos son signos de la santidad de la Iglesia. Los católicos, en todos los estados de la vida, son, por su vocación bautismal, mensajeros de Dios que plantan en esperanza las semillas de la palabra de Dios.

Es Cristo resucitado quien nos llama a todos: a la vida, al testimonio, al discipulado y al ministerio. Toda la vida es esencialmente vocacional. La llamada al servicio es un regalo de Dios, “don de Dios”, para la misión de la Iglesia. Los delegados vocacionales de las diócesis, comunidades religiosas e institutos seculares saben muy bien que algunos católicos han olvidado que la responsabilidad de alentar la realidad de la vocación en y para la Iglesia se fundamenta en todo el pueblo de Dios. Crear una cultura vocacional requiere fidelidad a un proceso continuo en la vida de cada individuo y de cada comunidad creyente.

Prioridades pastorales

Muchas ideas y percepciones espirituales fueron expresándose en el Congreso, y la mayoría entraron bajo una o más de las siguientes cinco acciones practicadas tanto individual como comunitariamente:

 Orar
 Evangelizar
 Experimentar
 Brindar relación de ayuda
 Invitar

Escuchar y responder al amor de Dios presupone una relación viva con aquél que nos llama por nuestro nombre incesantemente. La oración y una vida sacramental fecunda —en el individuo que siente la llamada y en la comunidad a través de la cual llama el Señor— son elementos fundamentales de una cultura vocacional. La oración específica por las vocaciones pide “al dueño de la mies que envíe trabajadores a recoger su cosecha” (Mt 9,38).

La oración adopta muchas formas: la oración de la eucaristía dominical, la liturgia de las horas y la adoración eucarística, las devociones marianas y otras prácticas espirituales, junto con las diversas formas de oración personal y familiar.
Más fundamental aún es la llamada a los católicos de todas las edades y en todas las vocaciones a convertirse en hombres y mujeres de oración. Las parroquias y otras comunidades de fe deben convertirse en verdaderas escuelas de oración para que todos seamos, como dice el papa Juan Pablo II, “guiados por el Espíritu de Cristo para colaborar en la edificación de la Iglesia”. La Iglesia necesita modelos de santidad “que puedan entregar su vida por entero de tal modo que tengan el poder, el permiso y el derecho de pedir a otras personas que entreguen sus vidas” (padre Ron Rolheiser).

La dimensión esencial de toda vocación cristiana es el deseo de crecer en santidad, en unión más profunda con Dios en Jesucristo. La primera prioridad de los esfuerzos vocacionales debe ser ayudar a todos, especialmente a los jóvenes, a desarrollar una vida de oración y contemplación: en el silencio, en la meditación sobre las Escrituras, en una frecuente participación en los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación, y en las prácticas de la herencia devocional y espiritual de la Iglesia.

El Congreso llamó a una “opción preferencial por los jóvenes” e invitando a los creyentes maduros a hacerse éstas u otras preguntas:

* Los jóvenes, ¿nos ven orando? ¿Qué forma adopta esa oración?

* ¿Oramos explícitamente —en casa, en la escuela, en la parroquia— por un florecimiento de todas las vocaciones cristianas, incluyendo las del ministerio ordenado y la vida consagrada?

* ¿En qué medida está nuestro hogar y vida familiar cumpliendo con el desafío de convertirse en una verdadera “casa de oración”? ¿Es la oración antes de las comidas, a la hora de acostarse y durante los tiempos litúrgicos principales, parte de nuestra vida diaria como familia? ¿Es la participación compartida en la eucaristía un elemento esencial de nuestro domingo familiar?

* ¿Los ministros ordenados y personas consagradas hablan directamente sobre su vida de oración, simple pero profundamente, en las homilías, en los momentos de formación, en las conversaciones privadas?

* ¿Cómo podemos enseñar mejor a los jóvenes a reflexionar en su oración sobre los sucesos de su vida diaria y discernir cómo está Dios llamándolos a responder a los desafíos a los que se enfrentan?

* ¿Estamos dispuestos a abrir nuestras casas —conventos, rectorados, seminarios, casas de formación— a jóvenes que quieren orar? ¿Se les da la bienvenida en nuestras liturgias? ¿Nos ponemos a disposición de quienes buscan dirección y guía espiritual?

* ¿Cómo podemos colaborar mejor con congregaciones religiosas, diócesis e institutos de vida consagrada, para que se cuente con más momentos de oración y experiencias de retiro para jóvenes, y que sean más accesibles y más asequibles?

* ¿De qué manera las homilías, especialmente las conectadas con un tema vocacional, hablan de la llamada primordial a una vida de unión con Dios, y a discernir la voluntad de Dios como una respuesta al amor de Dios?

* ¿Cómo podemos permitir a los jóvenes experimentar algunas de las ricas tradiciones espirituales que han moldeado la vida eclesial(ignaciana, benedictina, franciscana, dominica, carmelita, teresiana, sulpiciana, etc.) así como formas de reciente aparición? ¿Cómo podemos hacerlas más accesibles a los jóvenes? ¿De qué manera somos nosotros —como individuos y como miembros de una comunidad, parroquia, instituto religioso o secular, o de una diócesis— modelos verdaderos de oración y santidad para aquellos a quienes servimos?

Evangelizar: enseñar, formar, catequizar

Los jóvenes asistentes al Congreso pidieron específicamente que “enriquezcamos su identidad católica brindándoles oportunidades de una catequesis significativa, formación permanente y educación”. Esta solicitud coincide con las conclusiones de investigaciones sobre jóvenes católicos que quieren más estudios bíblicos, una sólida teología del Vaticano II y una profunda comprensión de las enseñanzas sociales de la Iglesia. La educación debe experimentarse en la acción.

La concientización vocacional debe ser un componente fundamental de la catequesis y de la formación de la fe en cada etapa del desarrollo personal. Debemos enseñar y vivir una teología de la vocación que forme a cada católico en la comprensión de su propia vida como una respuesta personal a la llamada de Dios al amor, la santidad y el servicio. Debemos también fomentar entre todos los católicos el conocimiento y aprecio de las diferentes vocaciones en la Iglesia. Sobre esta base, la llamada particular de cada individuo puede luego discernirse y recibir una respuesta más plena.

 Primero y ante todo, las parroquias y comunidades cristianas locales deben convertirse en lugares de fuerte formación de la fe y ferviente evangelización. Las homilías y otras formas de predicación litúrgica deben comunicar el dinamismo de las Escrituras y la tradición católica.

 El carácter crecientemente multicultural de la Iglesia en América del Norte requiere materiales de concientización y discernimiento vocacional que reflejen la diversidad lingüística y cultural.

 La liturgia dominical no debe llevar, pese a su importancia, toda la carga de la formación de la fe. La participación regular en programas de alta calidad para la renovación teológica y espiritual, ofrecida en momentos y en formatos convenientes, debe convertirse en una prioridad de la parroquia. Puesto que incluso una vocación siempre está profundizándose y debe“reelegirse” continuamente, son necesarios el apoyo y enriquecimiento permanentes a parejas casadas, a los padres y a las personas solteras, viudas y divorciadas.

 La formación de la fe comienza en el bautismo. Empieza con los padres, en quienes se deposita la responsabilidad primera de enseñar a los niños los caminos de la fe. La preparación bautismal debe resaltar explícitamente la dimensión vocacional del matrimonio y la paternidad como una llamada de Dios, como una participación privilegiada en el poder creativo y vivificador de Dios.

 El bautismo también incorpora al niño a una familia más grande. El bautismo es un sacramento vocacional en el que estamos llamados por el Padre a una vida a su imagen y semejanza, a amar como la vocación fundamental e innata de todo ser humano, a ser miembros del cuerpo de Cristo y, por ende, a ser partícipes de la santidad y misión de la Iglesia.

 La toma de conciencia de la diversidad de vocaciones, y la manera en que cada vocación contribuye al crecimiento de la Iglesia en santidad y al servicio de su misión, debe ser parte de la instrucción religiosa básica en las escuelas católicas, programas parroquiales y programas para el hogar. En la reforma del plan de estudios de la educación religiosa, los materiales sobre concientización y discernimiento vocacional específicos y apropiados para cada edad deben ser de máxima prioridad.

 La preparación de los niños y adolescentes para los sacramentos de iniciación debe subrayar su dimensión profundamente vocacional. La preparación para la eucaristía puede centrarse en lo que significa convertirse en amigo y seguidor de Jesucristo, ser parte de su comunidad de discípulos; la reconciliación puede centrarse en lo que significa vivir el ejemplo de amor, perdón, sanación y compromiso de Cristo. En la preparación para la confirmación, el desafío de discernir y de dar una respuesta afirmativa a la llamada del Espíritu Santo para dar testimonio puede resaltarse vocacionalmente en la vida de soltería, el matrimonio, la vida consagrada, el ministerio ordenado, a través de los cuales se vive dicha llamada.

 El periodo entre finales de la adolescencia y principios de la edad adulta son años claves durante los cuales los jóvenes consolidan su actitud de fe y adoptan decisiones vitales sobre su educación, carrera y relaciones. La Iglesia debe ser innovadora para encontrar nuevas maneras de llegar a los jóvenes católicos durante este importante periodo de sus vidas. Las iniciativas posibles incluyen: “actualizaciones católicas” en diversos escenarios, programas sencillos de “teología” para estudiantes y jóvenes trabajadores católicos, cursos con crédito en universidades católicas, reflexiones teológicas sobre diversos elementos de la cultura popular contemporánea y grupos de acción social en los que la asistencia se combina con una reflexión personal y teológica.

  La toma de conciencia vocacional en la educación religiosa debe, en consecuencia, complementarse con el uso creativo y eficiente de la tecnología de los medios y comunicaciones modernos. Sin sacrificar profundidad o integridad, los materiales vocacionales deben ser contemporáneos, visualmente atractivos, inclusivos, interactivos, y deben suscitar interés personal. Medios regularmente monitoreados y actualizados como pueden ser sitios web, salas virtuales de discusión vocacional, FAQs (preguntas frecuentes) sobre vocaciones, contactos por email para mayor información, son también herramientas útiles.

 La preparación para el matrimonio suele ser una oportunidad no aprovechada para la reflexión vocacional. La atención pastoral a las parejas y familias puede acentuar la profunda responsabilidad de los padres, viviendo fielmente sus propias vocaciones, creando un hogar en el que todas las vocaciones sean honradas y las vocaciones específicas de servicio en la Iglesia sean discutidas y alentadas abiertamente. La atención pastoral a adultos solteros, a las personas viudas y divorciadas, a las personas de edad, e incluso a los enfermos y moribundos, debe alentar a los individuos a aceptar positivamente la realidad que están viviendo, y ayudarlos a vivirla en unión con Cristo.

Experimentar: culto, comunidad, servicio, testimonio

De manera apropiada a la edad, temperamento y situación particular, los jóvenes deben ser iniciados gradualmente en las expresiones fundamentales de la misión de la Iglesia, de formas muy concretas y prácticas:

 oración y culto (leiturgia)
 comunión eclesial (koinonia)
 servicio y caridad (diakonia)
 testimonio y proclamación (martyria/kerygma).

Estas cuatro realidades necesarias y complementarias se derivan de las primeras descripciones de la comunidad cristiana en los Hechos de los Apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones... y el Señor agregaba cada día a la comunidad a los que quería salvar” (Hech 2,42,47). Aunque la diversidad de itinerarios vocacionales en la Iglesia da testimonio de estas cuatro realidades en diferentes maneras, con énfasis consiguientemente diferentes, todo camino vocacional debe incluir alguna formación básica en cada una de ellas. Cuando falta alguna de ellas, la vida y misión de la Iglesia están incompletas.

Es totalmente normal que los candidatos potenciales se sientan particularmente atraídos a una u otra dimensión de la misión de la Iglesia. Una persona preferirá el trabajo voluntario con los necesitados; otra, cantar o dar testimonio en una reunión de oración; una tercera estará más dispuesta a escoger un momento de silencio en presencia de la eucaristía; y otra, a crear lazos de amistad o a asumir el liderazgo dentro de un pequeño grupo.

Todo esto es bueno y contribuye a la edificación de la Iglesia. Pero la formación de una vocación sana requiere más que respeto por las preferencias personales de un candidato potencial. Debe también poner a prueba su disposición para la exigencia, para ser parte de un grupo más grande. Debe desafiar a la persona joven para que esté dispuesta a aportar sus dones particulares dentro del contexto más amplio de la Iglesia entera. Debe llevar a los candidatos a comprender que una vocación en la Iglesia no es sólo una respuesta personal a una llamada personal, sino una orientación fundamentalmente comunitaria ordenada para edificar el Cuerpo de Cristo. Las vocaciones al ministerio ordenado y la vida consagrada son siempre mediadas por la Iglesia en y por la cual existen.

“Experimentar” no es cuestión de sugerir que los jóvenes deban indiscriminadamente acumular “experiencias” de vida, espirituales o de otro carácter. Igualmente importante es su creciente capacidad para reflexionar sobre estas experiencias en el ambiente de la Iglesia.¿Llegan a ser sus experiencias “datos para el discernimiento” que lleven a una indagación de su significado más profundo, de lo que revelan sobre el camino único en que Dios los está conduciendo y sobre la vida a que Dios los llama? Puesto que los jóvenes necesitan conocer la misión de la Iglesia mediante experiencias concretas como partícipes en ella, ¿cómo podrían ser algunos de sus “caminos experienciales”?

Liturgia y oración (leiturgia)

- Las liturgias vibrantes, jubilosas y plenas de oración deben ser una prioridad en todas las parroquias, pero muy especialmente en donde se congregan los jóvenes: en las escuelas católicas, en los campus universitarios y en otros grupos que brindan atención ministerial a adolescentes y jóvenes.

- Las últimas Jornadas Mundiales de la Juventud revelan que los jóvenes están más que dispuestos a valerse de la reconciliación sacramental, especialmente cuando son recibidos por sacerdotes que administran la misericordia y perdón del Señor con un corazón paciente y atento.

- En un mundo ocupado y de mucho ruido, los retiros satisfacen el hambre de silencio, pero a menudo los jóvenes y no tan jóvenes no saben dónde encontrar silencio, o cómo acallar las distracciones y ruidos dentro de sí. El ritmo del oficio divino, la experiencia de la lectio divina, la estructura liberadora de un compromiso equilibrado con el trabajo, la oración y la vida en comunidad, son realidades espirituales a las que los jóvenes pueden sentirse dispuestos.

- La oración debe integrarse a las tareas, responsabilidades y relaciones de la vida cotidiana. Los jóvenes deben ser acogidos ocasionalmente para tomar parte en la vida de oración de seminarios y comunidades religiosas. Quienes buscan orientación individual en la oración deben ser alentados y puestos en contacto con hombres y mujeres calificados para recorrer el itinerario espiritual con ellos.

- Todos los jóvenes, y particularmente los dispuestos a considerar una llamada a la vida consagrada o el ministerio ordenado, deben ser animados a meditar diariamente en las Escrituras, a participar en los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación regularmente, a apreciar la rica herencia devocional de la Iglesia, a aprender el valor de la escucha silenciosa en presencia de Dios y a cultivar una auténtica y profunda relación personal con el Señor.

Comunión eclesial (koinonia)

- La naturaleza de comunión de la Iglesia necesita mucho más énfasis; debe dedicarse atención y energía específica a hacer que las parroquias y otras reuniones de la Iglesia sean más capaces de invitar y acogedoras. Debe recalcarse la participación regular en la eucaristía dominical como la manera en que los cristianos se fortalecen en su vida de fe y, a su vez, se apoyan y fortalecen entre sí.

- Los jóvenes esperan que la comunidad sea acogedora e inclusiva. Deben hacerse esfuerzos para asegurar que se evite la discriminación y exclusión basada en género, raza, condición socioeconómica, nacionalidad, origen étnico u otra condición minoritaria, sea tal exclusión explícita o implícita. Deben darse pasos positivos para asegurar que las comunidades cristianas locales sean verdaderamente lugares de diálogo, sanación y reconciliación.

- Deben promoverse los grupos de estudios bíblicos, comunidades para compartir la fe y proyectos orientados a la acción, dirigidos específicamente a jóvenes y adultos jóvenes. Al mismo tiempo, los jóvenes y adultos jóvenes deben ser integrados en otras agrupaciones y ministerios. La comunidad es una dimensión intrínseca de la identidad católica.

- Deben reservarse casas religiosas o lugares específicos como “comunidades de acogida” donde aquellos que disciernan positivamente una llamada a la vida religiosa o al sacerdocio diocesano puedan no sólo “venir a ver” sino “venir a vivir” una experiencia de vida en comunidad.

Servicio y caridad (diakonia)

- A lo largo de la catequesis y la formación de la fe, todas las vocaciones de la Iglesia —a la vida consagrada, el ministerio ordenado, el ministerio eclesial laico, el matrimonio o la vida de soltería en el mundo— deben relacionarse con la misión general de la Iglesia, y con el modelo de la Iglesia como “servidora de la humanidad”.

- La preparación sacramental —especialmente para la confirmación— debe incorporar elementos de servicio directo a los necesitados. Los jóvenes deben ser alentados a ver estas actividades no como “caridad” en ningún sentido superior o superficial, sino en su plena densidad teológica: “cuando lo hicisteis con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicisteis a mí” (Mt 25,40).

- Debe invitarse a los jóvenes a involucrarse mediante visitas a los enfermos, ancianos y prisioneros; asistencia a niños de la calle y personas sin techo; trabajo voluntario en comedores populares, bancos de alimentos, centros de refugiados, hospitales y refugios para mujeres y niños maltratados.

- Las oportunidades de servicio directo deben complementarse con actividades que sirvan para reflexionar sobre las causas fundamentales de los desequilibrios que abordan estos proyectos. Debe quedar en claro que la misión cristiana tiene que instruirse con la enseñanza social católica y con el análisis social crítico.

- Todos los religiosos viven bajo votos de pobreza, y se espera que por lo general la mayoría de personas consagradas y sacerdotes diocesanos vivan de manera simple y compartan con generosidad. Esto debe ser visible, mediante la disposición a estar junto a los materialmente pobres, y mediante un estilo de vida que refleje pobreza y servicio, no privilegio y ser servido.

- Algunos adultos jóvenes están dispuestos a involucrarse en oportunidades de ministerio voluntario a corto plazo e incluso a largo plazo. Se debe contar con más proyectos semejantes y hacerlos más asequibles, de modo que sea posible que los jóvenes den un año de su vida a un proyecto misionero o de servicio.

- En los proyectos de servicio tanto a largo plazo como a corto plazo, debe dedicarse tiempo y energía suficiente a la reflexión individual, al compartir en grupo y a la integración espiritual de la experiencia de servicio. Estos proyectos deben ser vistos como un lugar privilegiado de la autorrevelación de Dios, en que Dios se encuentra entre los que son servidos, pues la voluntad y el plan de Dios se revelan y realizan en el servicio. Incluso si su participación no fuera motivada por un discernimiento específico del sacerdocio o vida religiosa, los jóvenes que se comprometen con esta clase de proyectos deben ser animados seriamente a reflexionar sobre la posibilidad de que puedan ser llamados a estas vocaciones en la Iglesia.

Testimonio y proclamación (martyria, kerygma)

- Sin socavar el diálogo ecuménico o interreligioso, la clara articulación de una identidad católica debe ser una meta catequética central. Es posible celebrar la identidad católica propia sin disculparse, y adherirse a Cristo como Amigo, Señor y Salvador, sin dejar de ser respetuoso con otros caminos y tradiciones.

- La confirmación está profundamente conectada con una respuesta afirmativa a la llamada del Espíritu para testificar y proclamar el evangelio. Los testimonios personales (incluso de los confirmandos) que hablan del don de la fe recibido en el bautismo y de responder a él, con lo mejor de la capacidad propia, llevan a dar más testimonio de Cristo en pensamiento, palabra y obra.

- Los testimonios en los retiros para jóvenes y adultos jóvenes deben incluir un fuerte componente vocacional. Sea el enfoque el matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada, los jóvenes quieren escuchar no sólo información sobre estas vocaciones, sino la historia de la vocación de aquellos que dan testimonio de Cristo.

- Un ministerio juvenil efectivo busca no sólo hacer cosas “para” los jóvenes, sino que también trabaja con ellos y los capacita para asumir un liderazgo apropiado por derecho propio.

- Mientras que algunos jóvenes están dispuestos a un compromiso más profundo con el servicio, otros están llamados a hacerlo en un movimiento de evangelización. Debe contarse con un apoyo personal y financiero para adultos jóvenes que quieran desarrollar habilidades de liderazgo, participar en el ministerio juvenil o dar un año de su vida a formas de experiencia misionera.

Acompañar, guiar, ser modelo, dar testimonio

- Los modelos y acompañantes, guías espirituales y figuras de sabiduría son absolutamente necesarios para sostener una cultura vocacional. Cuando se les pregunta sobre la inspiración subyacente a su vocación, virtualmente todo sacerdote o persona consagrada puede nombrar a los individuos clave en los que vieron algo que habló profunda y directamente a su corazón, que los atrajo a la posibilidad de dar su vida a Cristo como sacerdote, hermana, hermano o seglar consagrado.

- Una llamada no tiene necesariamente que venir a través de un sacerdote o persona consagrada; a menudo se origina en un padre o abuelo, maestro, ministro de la juventud o incluso un amigo o un compañero. Sin embargo, para abrazar y convertirse a un compromiso de vida pleno, los acompañantes y figuras modelo que han recorrido un sendero particular, que conocen sus alegrías y dificultades, son extremadamente importantes.

- La manera más efectiva de promover el ministerio ordenado y la vida consagrada como formas de vida viables y atractivas sigue siendo el presentar testigos, felices, saludables, santos y llenos del Espíritu, de estas vocaciones, testigos cuya misma existencia da testimonio de la belleza de una vida bien vivida, como algo bello para Dios.

- Las diócesis e instituciones de vida consagrada deben alentar a sus mejores sacerdotes y miembros a “dar un diezmo” de 10 a 20 por ciento de su tiempo al ministerio y a la presencia con adultos jóvenes. Deben también considerar el invertir una proporción similar de sus recursos humanos y financieros—incluyendo algunos de sus mejores y más eficientes miembros— en el ministerio juvenil y en el ministerio vocacional.

- Padres, maestros, directores espirituales laicos y ministros de la juventud suelen ejercer una influencia positiva y duradera en aquellos que entran bajo su esfera de influencia. También a ellos se les debe capacitar como mentores y como guías espirituales, y enseñar las habilidades del discernimiento, de modo que a su vez puedan comunicar éstas a aquellos que dependen de su orientación espiritual y liderazgo pastoral.

- Deben encontrarse formas creativas de fomentar una relación entre los testigos de más edad y los jóvenes en una relación positiva.

- Los guías espirituales calificados —laicos, ordenados o consagrados— deben estar lo suficientemente seguros en su propia vocación para dar un testimonio jubiloso y apropiado de ésta, y al mismo tiempo brindar plena libertad en el discernimiento de la voluntad de Dios a los que están siendo guiados.

- Incluso en situaciones en que un individuo tiene la responsabilidad principal por el ministerio vocacional en una diócesis o instituto de vida consagrada, se recomienda que este ministerio sea compartido por un equipo, a fin de que el trabajo de acompañar y brindar una relación de ayuda a candidatos individuales mediante el proceso de discernimiento no sea la responsabilidad exclusiva de una sola persona.

- El acompañamiento en la oración, la dirección espiritual, la relación entre iguales, las “experiencias de la sala del piso superior” en que se siente intensamente el espíritu de Dios, y“oportunidades de seguimiento y observación” durante las cuales los candidatos potenciales imitan, tan de cerca como sea posible, su vida según el “día típico” de un sacerdote, hermana o hermano, son medios apropiados para el discernimiento permanente de una vocación por el ministerio ordenado o la vida consagrada.

- Aunque hay por lo general un elemento formal en la dirección espiritual, con un claro patrón de relaciones y reuniones regulares, las relaciones de ayuda son típicamente más libres y menos estructuradas. Ellas acentúan la formación del carácter y el sentido de ir adquiriendo un rol o identidad con una cierta comodidad.

- Obispos, sacerdotes, diáconos y religiosos deben estar disponibles para conversaciones y reuniones informales en una variedad de escenarios: parroquias, conventos, campus universitarios, lugares donde se ejerce el ministerio y retiros. Los sacerdotes deben estar disponibles específicamente para celebrar la reconciliación con jóvenes, y los directores espirituales debidamente adiestrados deben trabajar estrechamente con adultos jóvenes, en parroquias, campus universitarios y otros lugares donde adultos jóvenes se congreguen formando comunidades.

Invitar: discernir, elegir, comprometerse

Aunque el ministerio vocacional empieza con la noción más genérica de la llamada a la vida y el amor, y gradualmente se expande para incluir la reclamación explícita de una llamada a la santidad y a tomar parte en la misión de la Iglesia, eventualmente converge en una pregunta específica: ¿Estoy llamado a servir como sacerdote o diácono en esta diócesis? ¿A una vida como sacerdote, hermano, hermana o seglar consagrado en esta congregación o instituto particular? ¿A ser esposo o esposa de esta persona particular? ¿A vivir una vida de soltería en este tiempo y lugar, ejerciendo esta profesión?


Como la llamada siempre viene de Dios, Jesús sigue siendo el modelo para todos los involucrados en el cuidado pastoral de las vocaciones; Jesús es el “formador y mediador vocacional por excelencia”. La propia metodología de Jesús apunta a cinco hechos definidos:

- Jesús siembra la buena semilla de la vocación en cada corazón humano.

- Al igual que los discípulos en el camino de Emaús, Jesús se acerca a nosotros, camina a nuestro lado, nos acompaña en nuestro itinerario de fe.

- Jesús nos educa, extrayendo las verdades sobre nosotros mismos que nosotros mismos no conocíamos todavía.

- Jesús nos forma a lo largo del recorrido, enseñándonos a reconocerlo a él mientras reflexionamos sobre nuestra experiencia con él en el camino.

- Finalmente, a la luz de lo que ha sido revelado en este discernimiento, Jesús llama a una elección explícita y efectiva, y nos envía en una misión.

Estos cinco hechos de fe describen el trabajo específicamente dado a los directores vocacionales. Aquellos hombres y mujeres —ordenados, consagrados, laicos— ponen sus dones al servicio de la iglesia diocesana, de las congregaciones religiosas individuales, y más y más en equipos que trabajan en cooperación para promover las vocaciones sacerdotales y religiosas. En algunas iglesias locales, sin omitir la promoción específica del ministerio ordenado y la vida consagrada, el enfoque de estos equipos es promover una cultura de discernimiento, y ayudar a los jóvenes (y no tan jóvenes) buscadores a identificar su llamada específica en la vida, cualquiera que sea.
El ministerio desempeñado por directores vocacionales diocesanos y religiosos es vital y necesario para la vida de la Iglesia. Su generosidad, valentía y especialmente su perseverancia deben ser resaltadas. Merecen nuestras oraciones, nuestro apoyo y nuestra cooperación. También deben saber que no cargan solos esta gran responsabilidad, y que si tienen una responsabilidad especial por estas últimas etapas de ayuda e invitación, dependen del resto de la Iglesia para la base sólida de la oración, la catequesis, la evangelización y la experiencia cristiana.
Las dimensiones de la tarea de invitar a candidatos potenciales al discernimiento específico de cualquier vocación de la Iglesia lleva a las siguientes recomendaciones:

“Sembrar”

- “El que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará” (2 Cor 9,6). Debemos estar dispuestos a sembrar la buena semilla de la vocación abundantemente, en todas partes, en el corazón de todos, evitando juicios prematuros basados en la apariencia, la religiosidad formal o una postura ideológica percibida.

- El momento de la siembra vocacional es crucial. Aunque es a menudo durante los años de adulto joven cuando se aplica la decisión de optar por una vocación particular, su primera manifestación puede por lo general remontarse a la adolescencia o incluso la niñez. La confirmación o graduación de la escuela primaria, la secundaria y la universidad son momentos clave para los jóvenes que piensan en el futuro; pueden ser momentos apropiados para que padres, maestros, sacerdotes parroquiales y familiares introduzcan la cuestión de la vocación.

- La vocación cristiana es siempre un diálogo entre dos libertades: la de Dios que llama, y la de la persona humana que responde. Una vocación debe ser vista como la realización suprema del ejercicio de la libertad debidamente entendida. Nunca debe usarse ni la más mínima apariencia de presión, abierta o sutil, al proponer una vocación para el ministerio ordenado o la vida consagrada.

- A la inversa, no debe ejercerse ninguna presión sobre los jóvenes a fin de impedirles que consideren una llamada a una vocación particular. Uno de los hallazgos más preocupantes de los últimos años ha sido el amplio grado en que padres y compañeros desalientan activamente las vocaciones sacerdotales y religiosas.


- Los jóvenes deben estar informados sobre todas sus opciones. Deben ver el matrimonio y la vida de soltería como vocaciones respetadas y necesarias. Deben saber que es posible servir a la Iglesia en el ministerio laical. Pero deben también saber sobre el sacerdocio y el diaconado, y sobre las diversas expresiones de la vida consagrada.

“Acompañar”

- Aunque su tarea principal es acompañar el discernimiento específicamente vocacional de los candidatos, los ministros vocacionales deben también tener presente el itinerario general de un candidato hacia la madurez en la fe. Incluso cuando los candidatos son todavía jóvenes y están creciendo en el ejercicio responsable de su libertad, la tarea del ministro vocacional es ayudarles a crecer en dicha libertad.

- Como todos los que guían a otros espiritualmente, los mismos ministros vocacionales deben ser acompañados por un director espiritual y/o confesor, con el cual se reúnan de manera regular.

- En un proceso de acompañamiento espiritual o vocacional, son necesarios la apertura, la confianza y una cierta empatía. Al mismo tiempo, el verdadero “líder” es el Espíritu de Dios, y el lazo que en último término se está fomentando es entre el candidato potencial y Cristo. El enfoque debe siempre llevar los movimientos y acciones de Dios al corazón del candidato.

- En la dimensión de acompañamiento de ayuda, el compartir concreto de la propia historia de la vocación de uno suele liberar al candidato potencial para que relate su propia historia. Deben darse oportunidades apropiadas para que sacerdotes, religiosos y seglares consagrados cuenten la historia de su vocación, en contactos personales, en homilías y otros momentos de enseñanza, y en retiros.

“Educar”

- La “educación” vocacional debe desarrollar, sin alentar una introspección excesiva o poco saludable, la capacidad del candidato para un autoconocimiento saludable. Los ministros vocacionales deben ayudar a los candidatos a ver el profundo vínculo entre un mayor autoconocimiento y la revelación del plan y llamada única de Dios en sus vidas.

- Esta tarea requiere de los ministros vocacionales un sentido bien desarrollado de sí mismos con perspicacia espiritual y psicológica. Deben ser adiestrados para desarrollar estas habilidades y actitudes específicas.

- Los ministros vocacionales deben llevar conscientemente a los candidatos a desarrollar la clase de relación con el Señor en la que Jesús sea encontrado como una presencia real y sincera.

- Los candidatos deben ser ayudados a buscar la presencia del Señor no sólo en las Escrituras, sino también en los silencios y vacíos de sus vidas, para que su respuesta sea dada verdaderamente al Dios que llama en las profundidades de su corazón. Debe enseñarse la práctica ignaciana del examen de conciencia, así como otras disciplinas espirituales que desarrollan la capacidad de uno de examinar su vida en la oración, identificando en ello las señales de la presencia e invitación de Dios.

“Formar”

- En el proceso de discernimiento de la vocación, hay invariablemente “experiencias cumbre”, momentos clave en que la presencia del Señor se reconoce de una manera particularmente fuerte e inequívoca. Estos son a menudo los momentos en que una vocación va adquiriendo la forma. Los ministros vocacionales deben ser altamente sensibles a tales experiencias y ayudar a los candidatos potenciales a sondear sus profundidades, ayudándoles a descubrir la verdad que Dios está buscando revelarles.

- Aunque siempre honrando la libertad de un candidato, estos suelen ser los momentos en que el candidato está más abierto a una llamada para ir más allá de sus límites, para comprometerse con un proyecto que anteriormente parecía imposible, y para experimentar de una profunda manera personal la verdad de lo que dijo Cristo que “al perder la vida, la encontrarás” (Mc 8,35).

- Los ministros vocacionales no deben temer desafiar a los jóvenes generosos al don último: el don de uno mismo a Dios. Si la forma más adecuada de cumplir con la llamada fuese el ministerio ordenado o la vida consagrada, y si los candidatos demuestran los talentos y disposiciones necesarios, éstos deben ser ayudados positivamente a seguir con esta elección. La misma ayuda debe estar disponible, obviamente, si son llamados a expresar este don de sí en otra vocación.

“Discernir”(elegir)

- En un mundo en que los compromisos permanentes y definitivos parecen raros, los candidatos necesitan asistencia y orientación para comprender el valor de hacer tales compromisos.

- Los jóvenes deben ser preparados progresivamente para hacer compromisos concretos: para confiárseles tareas apropiadas a su habilidad y edad, para formarse en las pequeñas elecciones cotidianas en torno a los valores (honestidad, constancia, moderación, compasión) que forman su carácter. Deben también ser consolados por el pensamiento de que una vocación para toda la vida recorre su propio desarrollo interno: va “llegando a ser” y debe ser reelegida constantemente.

- Aunque el discernimiento es un proceso permanente y, en verdad, de toda la vida, hay momentos en la vida en que uno se ve llamado a comprometer su libertad a través de una elección efectiva y definida. Los obstáculos pueden ser muchos: culturales, familiares, sociales, psicológicos o espirituales. En cualquier caso, el enfoque no debe estar tanto en las posibles objeciones, sino en la gozosa y singular necesidad de responder a la llamada de Dios, que es siempre a la vida abundante.

- El paradigma del discernimiento personal del plan del Señor debe complementarse con la comprensión de que la llamada de Dios no se escucha en un vacío, sino que es mediada a través de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo.

- Concretamente, esto significa que los ministros vocacionales tienen una responsabilidad doble: con el candidato que ha venido a ellos buscando guía y dirección, pero también, y más importante aún, con la Iglesia que, a través de la autoridad legítima de la diócesis o la comunidad religiosa, les ha encargado una tarea de discernimiento religioso.

- A los directores vocacionales se les confía la seria responsabilidad de asegurar que los candidatos potenciales demuestren que poseen o pueden desarrollar las habilidades y disposiciones necesarias para la vida en comunidad y para la misión a la que eventualmente puedan ser llamados.

CONCLUSIÓN: LAS VOCACIONES Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA

En la emergente cultura vocacional de la Iglesia en América del Norte, “discernimiento” y “misión” son los paradigmas determinantes. Tal modelo tiene la ventaja de poner el enfoque en Dios y en la llamada única de Dios en el corazón de la persona joven y las necesidades del mundo. El enfoque en el discernimiento debe quedar claro, sin negar la real y apremiante necesidad de nuevos sacerdotes, diáconos y hombres y mujeres consagrados que respondan a las necesidades sacramentales y pastorales de la Iglesia en América del Norte.

Una manera de hacer esta tarea es acentuar las dimensiones de la formación en la oración, de orientación espiritual, de ayuda y discernimiento. Ello significa confiar en que los jóvenes católicos corresponderán a la actual generación de sacerdotes, diáconos y personas consagradas, cuando los vean y experimenten como ministros solícitos y comprometidos que quieren lo mejor para ellos, que les enseñarán los hábitos de la oración y las habilidades de discernimiento necesarias para descubrir y responder a la palabra de Dios, y que dan testimonio de gozo, pasión y santidad.

Debemos conectar el proceso entero de discernimiento e invitación vocacional más directamente con proyectos de servicio concretos, que encarnen aquí y ahora la misión de la Iglesia, y que respondan a necesidades reales y apremiantes en el mundo. Debe invitarse a los jóvenes a ser partícipes de esta misión, hayan o no expresado interés formal en el ministerio ordenado o la vida consagrada. De esta manera, el proyecto misionero mismo se convierte en el espacio principal del despertar y discernimiento vocacional, no las predisposiciones del individuo. Esto conlleva pasar de un modelo de “candidato” en el que el enfoque principal es el deseo del individuo de convertirse en sacerdote o religioso, a un modelo en que la participación compartida en el trabajo concreto de la Iglesia lleva a otros a identificar en un candidato potencial los dones y pasión que sugieren que Dios podría estar llamándolo a un compromiso más definitivo y permanente en la Iglesia.

Tal modelo tiene también un impacto en la manera en que comprendemos el proceso entero de la formación en el seminario y la formación religiosa, así como el periodo de discernimiento vocacional. Implicaría un “aprendizaje” en que los candidatos (tanto al sacerdocio como a la vida consagrada) vivirían durante un año o dos la vida y misión de la diócesis/comunidad, y sobre la base de su experiencia serían llamados a pasar a una formación espiritual y teológica más intensa para prepararse para un compromiso de largo plazo.

Para realizar esta tarea de crear una “cultura vocacional”, la Iglesia en su conjunto debe trabajar junta en unidad. También requiere que, como diferentes audiencias y grupos en la Iglesia, nos hagamos algunas preguntas serias sobre cómo incorporamos actualmente las prioridades pastorales delineadas en este plan en nuestras propias vidas y ministerios. Preguntas para llevar a un plan de acción.
Nuestro deseo más profundo está expresado en las palabras de los viajeros de Emaús cuando invitaron a Jesús a quedarse con ellos, pues el día llegaba a su fin (Lc 24,29). Al tratar de crear una cultura vocacional, por la fe identificamos y respondemos al movimiento del Espíritu en y entre nosotros. Dios sigue invitando a mujeres y hombres a la vida consagrada y el ministerio ordenado. Es responsabilidad de todo el pueblo de Dios ser voz y testimonio al extender una invitación a los jóvenes y no tan jóvenes que estén abiertos a explorar el ministerio ordenado y la vida consagrada como opciones posibles para su futuro.

El Congreso no pretendió obtener todas las respuestas sino llevar al siguiente paso. Las preguntas presentadas a continuación pueden ser modificadas para su aplicación a todo individuo así como a toda comunidad de fe en la Iglesia en América del Norte: adultos jóvenes, padres, párrocos, diáconos, educadores, ministros de la juventud y de universidades, teólogos, obispos, superiores mayores, individuos religiosos y seglares consagrados, asociados, directores vocacionales, formadores, asociaciones vocacionales laicas y, lo más crucial, los fieles católicos de virtualmente todas las diócesis y eparquías de América del Norte.

Cada miembro de cada Iglesia o comunidad local enfrenta su conjunto particular de preocupaciones, y cada sector de la Iglesia afronta preocupaciones comunitarias. Las siguientes preguntas son modelos de otras que provoquen reflexiones concretas sobre cómo está respondiendo ya cada individuo y grupo—y cómo está siendo llamado a una mayor respuesta— a crear una cultura vocacional. Por un lado, la llamada general a la conversión, el discernimiento y la misión, y a una opción preferencial por los jóvenes, va dirigido a todos los sectores de nuestra Iglesia. Por otro lado, ciertos grupos dentro de la Iglesia están más directamente centrados en la oración, la educación en la fe, la experiencia pastoral, el acompañamiento espiritual o la invitación vocacional específica. Lo que debe surgir al final es el mismo espíritu que animó al Congreso: que el “cultivo” y fomento de todas las vocaciones (de solteros, casados, laicos, consagrados y ordenados) es privilegio y responsabilidad de todos los católicos.

Preguntas sugeridas para la Iglesia en América del Norte

 1. ¿Creo en la llamada que Dios me ha dado mediante mi bautismo? ¿Cómo busco oportunidades de descubrir lo que esta llamada es para mí? ¿Vivo mi propia vocación de manera que aliento a otros a oír al Espíritu Santo para discernir su propia llamada? ¿De qué maneras ofrezco un auténtico y jubiloso testimonio de mi forma de vida, compartiendo así mi entusiasmo y profundo amor por Cristo y la Iglesia?

 2. ¿Oro por las vocaciones? ¿Oramos juntos en mi parroquia o comunidad de fe por las vocaciones?

 3. ¿Cómo me esfuerzo por la santidad y la pureza de corazón, por aprender más sobre las verdades esenciales y la historia de mi fe, y por compartir lo que sé con los que buscan más? ¿Qué conversión y educación se exige en mí?

 4. ¿Qué programas de misión, ayuda y discernimiento vocacional están disponibles en mi parroquia o (arqui)diócesis? ¿Cómo puedo apoyar mejor a los ministros vocacionales y maestros de educación religiosa?

 5. ¿Cuáles son mis planes y los de mi comunidad de fe para implementar explícitamente la opción preferencial por los jóvenes exigida por el Congreso?

 6. ¿Puede decirse que mi parroquia, comunidad de fe o (arqui)diócesis promueve una “cultura vocacional”? ¿Cómo puede ésta desarrollarse más? ¿Qué más puedo hacer para ayudar a crear una “cultura vocacional” en mi iglesia local? ¿Cómo puedo apoyar mejor los esfuerzos locales, regionales y nacionales de organizaciones dedicadas al trabajo vocacional?

 7. ¿Oran los miembros de mi comunidad específicamente por una respuesta al Espíritu Santo entre aquellos que están siendo llamados al sacerdocio o la vida consagrada? ¿De qué maneras los miembros de mi parroquia o comunidad acuden a dar testimonio y asistencia a los jóvenes?

 8. ¿Qué hago para ayudar a los jóvenes a discernir la llamada específica que Dios tiene para cada uno de ellos como resultado de su bautismo? ¿Qué esfuerzos hago para promover el ministerio ordenado (tanto el sacerdocio como el diaconado) y la vida consagrada?

 9. El papa Juan Pablo II convocó el III Congreso Continental por las Vocaciones para todo el pueblo de Canadá y Estados Unidos. ¿Cómo pienso hacer seguimiento del Congreso por las Vocaciones en mi comunidad de fe y en colaboración con otros?

 10. ¿Qué estoy haciendo o planificando hacer para crear y mantener una “cultura vocacional” para mi Iglesia local? ¿Qué más puedo hacer para ayudar a crear una “cultura vocacional” en mi parroquia o diócesis?

 11. ¿Qué puedo hacer para animar a padres, amigos y colegas a enseñar a sus hijos sobre el ministerio ordenado y la vida consagrada? ¿Les ofrezco oportunidades para que obtengan información sobre cómo discernir la llamada de Dios a vocaciones específicas? ¿Cómo les animo si uno de sus hijos es llamado al ministerio ordenado o la vida consagrada?

 12. ¿Brindo una parte de mi tiempo para alentar las vocaciones en general y ciertas vocaciones en particular?

 13. ¿Cómo me mantengo alerta a los diversos medios de discernimiento vocacional? ¿Sé a quién dirigir o referir a quienes disciernen un compromiso con el ministerio ordenado o la vida consagrada?

 14. ¿Promueve mi parroquia y diócesis el ministerio ordenado y las muchas formas de vida consagrada en sus programas y prácticas? ¿Podemos hacer más?

 15. ¿Tiene nuestra educación religiosa —para niños, adolescentes y adultos— tan alta calidad como debe tener? ¿Cuán exitosamente integra la teología de la llamada universal de Dios a la santidad y la misión? ¿Presenta claramente el ministerio ordenado, la vida consagrada, el matrimonio y la vida en soltería como vocaciones valiosas y necesarias en la Iglesia?

 16. ¿Animamos a aquellos que buscan responder a la voluntad de Dios a hacer retiros, visitar seminarios o casas religiosas, pasar tiempo con hombres o mujeres consagrados? ¿Cómo podríamos ayudar a financiar tales actividades?

 17. ¿Aliento y converso con adultos jóvenes y expreso disposición a ayudarlos a encontrar su lugar en la Iglesia?

 18. ¿Soy personalmente (y somos comunalmente) sensibles a los jóvenes (y no tan jóvenes) que están discerniendo activamente la llamada de Dios a una vocación en la Iglesia? ¿Cómo podemos llegar a ser más sensibles?

 19. ¿Tiene nuestra parroquia un comité vocacional? Si lo tiene, ¿cuál es su objetivo? ¿Qué vocaciones en la Iglesia son promovidas e incluidas en las oraciones de nuestra parroquia?

 20. ¿Tiene la diócesis un comité vocacional, un delegado vocacional diocesano o un vicario para religiosos? ¿Cómo puedo ayudar a los ministros vocacionales material y espiritualmente?