JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA (2 DE FEBRERO 2005)
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UNA CONSAGRACIÓN APASIONADA

Bajo la expresión “Vida consagrada” quedan comprendidas todas aquellas personas llamadas por el Espíritu al seguimiento total de Jesucristo en medio de la Iglesia y de la sociedad. Son aquellos y aquellas que, de conformidad con el lema del 2005, viven apasionadamente la consagración que el Señor hace de ellas.

“Apasionarse” significa aficionarse sin medida a su profesión; pero significa, sobre todo, compartir la pasión de Cristo en cuanto destino de aquella humanidad santísima asumida por el Verbo en el seno virginal de María, para que fuese oblación del agrado de su Padre. La pasión de Cristo, al mismo tiempo que es la suprema revelación del amor redentor de Dios, erradica también, mediante la ofrenda obediencial, las causas y los efectos del pecado del mundo. Lo que unifica y da sentido cabal a todos los misterios de la vida de Cristo, es su voluntad de entrega generosa a la pasión y muerte, realizada históricamente en el Calvario y presente de modo real aunque misterioso, en la Eucaristía: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Haced esto en mi memoria”. Con ello, mientras el sacrificio de Cristo se hace presente cada día, aparece en la cotidianidad de nuestra vida la disposición de Jesús de hacer meritoria su pasión y muerte en quienes se adentren y se hagan partícipes de la radicalidad de su destino. En consecuencia, la pasión de los consagrados no es otra cosa que la réplica, dentro de moldes débiles y quebradizos, de la misma ofrenda de Cristo al Padre, la cual se verifica cuando ellos se inclinan hacia las heridas de tantos marginados, olvidados de los hombres y alejados de sí mismos, para anunciarles el nombre de Dios que es el amor. Es esto lo que, a nuestro parecer, pretende significar la expresión “pasión por Dios y pasión por la humanidad”.

Por consiguiente, el seguimiento radical de Jesucristo consiste en ordenar todo el proyecto de vida cuyas líneas maestras son la virginidad, la pobreza y la obediencia según el Evangelio y la tradición de la Iglesia, al mismo destino pasional de Cristo. Con Él han de compartir los consagrados la ofrenda de la propia existencia, sea dentro de una vida escondida en Cristo, sea en las actividades más arriesgadas. Si ello se hace no como opción personal, sino en obediencia a la llamada del Señor, la Vida consagrada es un regalo que el Espíritu hace a su esposa la Iglesia; a ella le pertenecerá siempre. Todo el Pueblo de Dios ha de agradecer ese don, ha de custodiarlo y gloriarse en él.

De ahí que la Jornada mundial de la Vida consagrada no haya sido establecida por la Santa Sede sólo para quienes la practican, sino para todo el pueblo fiel que, con su Obispo y presbíteros eleva esta plegaria en la Misa de ese día: “Sea grata a tus ojos, Señor, la ofrenda que la Iglesia llena de alegría hoy te presenta”. Y la ofrenda son los dones del pan y del vino, las candelas procesionales y la Vida consagrada en la Iglesia y en el mundo.

+Luis Gutiérrez Martín
Obispo Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada